Ojos de Brujo

En lugar de músicos, nos habíamos convertido en yuppies amarrados al teléfono

A estas alturas, poco habrá que descubrir de Ojos de Brujo. Grupo de músicos y amigos, cada uno de un padre y una madre que, hace ya más de diez años, irrumpió en un panorama musical que adolecía de cierto zombismo y anquilosamiento. Y que lo hizo con la poca vergüenza de mezclar el flamenco con el scratching, la rumba con el hip-hop. Qué locura. Tras ellos se abrió la veda y, lo que en un principio había removido los estómagos más conservadores, se convirtió en la etiqueta del éxito: fusión.

Dj Panko, gurú de los platos y las bases del ODB SoundSystem, lo tiene bastante claro. «La gente nos tiene que poner alguna etiqueta para poder colocarnos en las tiendas de discos», asegura, y reconoce que lo que hacen «al final es bastante difícil de explicar». Lo cierto es que sí, resulta complicado encontrar un sólo término que englobe tanto a la rumba dub style como al hip-hop flamenquillo.

Siempre ajenos a los movimientos de la industria y alejados de las megamacromultinacionales, Ojos de Brujo coleccionó desde un principio aciertos que le ayudaron a construir una discografía diseñada a base de descaro e independencia. A Vengue (Edel, 1999) le sucedieron dos discos más, Barí y Techarí, con la marca de la autogestión de sellos propios (La Fábrica de Colores, primero, y Diquela Records después).

«Ya hemos llegado a un importante nivel de autogestión que nos ha dado los años», dice Panko, que rápidamente recuerda el «divorcio» en el que acabó la relación con Edel Music en su debut por «la falta de perspectiva». Vengue queda lejos, pues; aun así, aquel primer disco – “foto del caos del principio”- forma parte del adn de Ojos de Brujo, del “tuétano” más bien.

Como el mundo gira y da vueltas, y lo que es arriba es abajo y lo que es abajo es arriba, la entrada en el nuevo siglo vio como crítica y público se daban la mano al hablar de Ojos de Brujo. El detonante fue Barí (2002), “un disco más maduro”, ya en las entrañas de un sello propio. Y quien engaña no gana así que, del éxito rotundo de Barí, el conglomerado artístico de Barcelona pasó a Techarí (2006), un trabajo “lleno de influencias y muy rococó” que terminó de encumbrarlos.

Entre medio, conciertos, viajes y más conciertos. Y promoción, y entrevistas aquí y allá. Y gestiones con éstos y con aquellos, hasta llegar a Aocaná: “nos habíamos convertido en yuppies amarrados al teléfono”. Por eso su último disco lleva la marca de Warner; eso sí, sólo en la distribución.

“Teníamos que decidir si queríamos mover Aocaná por Internet o hacer algo para que nos quedara un disquito bonito gráfica y musicalmente, como nos gusta a nosotros, y que tuviera una distribución mundial. En Warner no nos han tocado ni un ápice de lo creativo, sólo hemos firmado un acuerdo de distribución. Si nos quieren machacar, que nos machaquen, pero nosotros no nos hemos vendido”.

Es verdad, Aocaná es Ojos de Brujo, con salsa pero sin aditivos. Sí, con salsa y son cubano, pero también con duende y flow. Mucho tiene que ver en esto la infinidad de colaboraciones que, una vez más, inundan un disco suyo. Y las que se han quedado “en la despensa para próximos discos”. De Tote King a los cubanos Van Van pasando por el cantaor Duquende o el pianista de jazz Chano Domínguez, todas las uniones surgen del “enamoramiento mutuo”.

Tote King, por ejemplo, es prácticamente la banda sonora de nuestra furgoneta, y un día vimos en una entrevista que decía que uno de los grupos con los que le gustaría colaborar era con Ojos de Brujo; lo mismo ha pasado con Duquende. O con los Van Van, nosotros habíamos pensado sólo en el cantante, pero les enviamos material y alucinaron, se vinieron todos”.

Así, este cuarto disco es “el más bonito” hasta el momento, lo que es de agradecer en un momento en el que las buenas sensaciones no abundan. “En este momento hay una crisis más grande que la económica, y es la crisis de valores; la gente se ha dejado de querer, así que hemos querido imprimir una dosis más grande de esperanza”.

A pesar del optimismo que irradia, Aocaná sigue contando con la afilada pluma de Marina quien, a pesar de su reciente maternidad, hace pocas concesiones (sólo su primera canción de amor, “Nueva vida”). Sigue escribiendo “verdades como puños”, lo que permite continuar situando a la banda al lado de los más desfavorecidos y en contra de la injusticia social. También permite acabar esta entrevista con una sincera sentencia de Panko: “no podrán callarnos”.

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