Ron Sexsmith – The Vivian Line (Warner Music Canada/Cooking Vinyl)

Las canciones aman a Ron. Le adoran, de hecho. Brotan con facilidad a su alrededor, él las mima, y se lo agradecen tomando la forma de un traje que sienta a su autor como un guante. Y es que, como solía decirse de Dylan, nadie canta a Ron Sexsmith como Ron Sexsmith, aunque muchas y muchos lo hayan intentado.

Quizá por todo eso su discografía es como uno de esos libros que uno puede abrir por cualquier página y no es necesario situarse en un hilo argumental para obtener el correspondiente disfrute. Con el que nos ocupa ya suma diecisiete discos y ninguno, créanme, ninguno, baja del notable alto. De hecho, es una lástima tener que explicar esto, todo el mundo debería saberlo. Pero eso sería en un mundo perfecto, y todos sabemos cómo es este mundo.

Y lo mejor de todo, para que lo sepan, es que no ha necesitado grandes giros estilísticos ni golpes de timón sorpresa para mantener el tipo. Por eso digo que las canciones le aman, porque realmente lo que hace es partir del concepto tradicional de composición pop para, a través de él, perfeccionar, una y otra vez, su propia artesanía al respecto. En ese sentido se le puede ver como el típico orfebre, ese señor siempre metido en su taller produciendo en bucle joyas que aspiran siempre a alcanzar la más rutilante belleza.

En esos términos, convendrán conmigo que este disco que nos ocupa parte, ya, casi sin haberlo escuchado, de una posición ganadora. No obstante, yo lo he escuchado. Y lo he escuchado mucho. Y me ha pasado lo mismo de siempre con Ron. En una primera escucha me parece todo bien, como no puede ser de otra manera, pero me cuesta resaltar una canción por encima de la otra. Su voz es tan sedosa, tan dulce y presente, lo determina todo tanto, que cuesta centrarse. Pero en una segunda escucha la cosa va adquiriendo firmeza, cada canción coge cuerpo y ¡zas!, con una tercera otra vez te ha cazado. Caes en el más profundo enamoramiento. Sin remisión. Otro disco perfecto, de esos que cobijan el alma, de esos necesarios para seguir levantándote por las mañanas.

Pero me explico, que si no esto es muy etéreo: Ron Sexsmith se trasladó a vivir a Stratford, Ontario, huyendo del bullicio de la tumultuosa Toronto, su ciudad de residencia durante muchos años, antes de la pandemia. Estaba tan agusto en casa que empezó a hacer bastante antes lo que mucha otra gente hizo cuando se vió obligada por el confinamiento: su anterior disco, Heritage (2020) fue grabado enteramente en su estudio casero. Y, como su autor confesaría más tarde, llegó a pensar que sería el último. De alguna forma, se secó. Pero claro, después llegó la pandemia y las canciones, tras el período de sequía, volvieron a brotar como siempre, como setas del suelo. No obstante, en cuanto fue posible, decidió que esta vez iba a viajar lejos para grabarlas. A Nashville, nada menos.

En Nashville se puso en manos de Brad Jones, un viejo conocido, colaborador y reputadísimo productor, con el que se entendió a las mil maravillas. Por eso las canciones de The Vivian Line -titulado así en honor a una ruta rural cercana a la casa de Ron, por la que pasea- suenan mucho más carnosas, humanas y cálidas, que en su anterior (y ojo, también sobresaliente) trabajo. De hecho, es uno de sus discos con mejor sonido. Los arreglos son preciosistas, a veces incluso barrocos, pero jamás estridentes. Redundan en esa sencillez que es la verdadera marca de fábrica de un hombre que tan sólo quiere hablarnos de los placeres de la vida hogareña, del amor y de la agradable sensación de parar la caminata y respirar el aire del bosque.

Y todo eso, aunque parezca difícil, lo hace sin cursiladas, sin ñoñeces, sin resultar pastelón (nota: esto no vale para los fans del black metal, esos que ni se aproximen, que les puede dar algo) y sin cargar de azúcar una lista de 12 canciones que proporcionan 33 minutos y pico de puro orgasmo auditivo (repito: para un fan del pop, no del black metal). En ellas Ron entrega lo de siempre: amor y una combinación que parte del folk-pop y pasa por briznas de soul, de rhythm and blues, de bluegrass y cierta querencia psicodélica, que en esta ocasión concreta proporciona la gran sorpresa, una pequeña maravilla popsike titulada “Country mile”.

Junto a ella, las once restantes, empezando por esa ambrosía pastoral que empieza el disco bajo el explícito título de “Place called love”, resplandecen igualmente. “What I had in mind” es un single de libro, un alarde de inmediatez de esos que uno no se cansa de escuchar; igual sucede con la irónica “Outdated and antiquated”, en la que el bueno de Ron se vanagloria de pasar olímpicamente de moderneces, o en “Diamond wave”, pura alegría para el corazón. No obstante, el álbum tampoco se queda corto en cuanto a esa rara capacidad del canadiense para componer baladas y medios tiempos capaces de romperte el corazón en cuanto te descuides. Vamos servidos de eso con “Powder blue” o “When our love was new”, que se integran desde ya entre lo mejor del cancionero de Sexsmith. Un tipo que nunca tuvo glamour, que siempre ha sido ultra-alabado por sus compañeros de profesión, pero nunca ha alcanzado el éxito masivo y, sin embargo, se ha mantenido discreto, fabricando sus canciones-joya metido en su taller, y lanzándolas al mundo con el único traje que les sienta bien, su propia voz. Las lanza metiéndolas cuidadosa y primorosamente en discos como este, que si no conoces nada de él, es un lugar perfecto para encontrarte con el fantástico tesoro que es su discografía. Porque la palabra “delicatessen”, sépanlo bien sabido, se inventó para Ron Sexsmith.

Escucha Ron Sexsmith – The Vivian Line

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