Soulsavers – Sala Ramdall (Madrid)

Como hacían referencia los enormes Standstill, me declaro un coleccionista de recuerdos. Esa tendencia a no borrar de mi mente viejas instantáneas que aún conmueven y agitan mi transitar, me impiden a veces apreciar en su justa medida nuevos estímulos. Inmovilismo dirán unos, nostalgia dirán otros. ¿Para qué digo esto? Pues para situar mi concierto vivido de Soulsavers este sábado.

Tuve el privilegio de disfrutar su arrolladora descarga redentora y purificadora hace dos años en la presentación del Wintercase en un marco incomparable como Joy Eslava. Y qué grande. Para empezar, el revuelo causado por la banda y la inclusión de Mark Lanegan no habían aún trascendido demasiado y, entre comillas, aún siendo una ceremonia numerosa, fue “casi íntima” su celebración interna y sus eléctricas letanías me hicieron mella.

El sábado la histeria colectiva estaba desatada. Ya saben, Mark Lanegan se tira un pedo y aplauden mil personas, ojalá hubiese sido igual cuando salió Dust (96) y quizá hubiésemos tenido Screaming Trees para rato. Pero no. Allí transitábamos los cuatro de franela de siempre. Broken (09) ha sido la tarjeta de presentación de Soulsavers este año. Disco trufado de colaboraciones, con gran protagonismo de nuevo del hombre-lija pelirrojo. Decir que es un gran disco, no cabe duda, pero que hacia el final se diluye como chocolate al sol. Bien es cierto que la gente ya no escucha los discos de cabo a rabo, eso también hay que tenerlo en cuenta.

Y para rematar, una sala de juzgado de guardia, levantada un palmo del suelo, lo que impedía ver nada del escenario más allá de cinco metros; la gente embutida entre sus columnas que se erigían como los Argonath en el río Anduin, quitando visión y haciendo rebotar el sonido, y culminando el panegírico, una iluminación de puticlub de carretera. Perfecto para bailar salsa, su uso habitual, pero realmente lacerante para quien va allí a exponer sus miserias ante canciones tan ondas y poderosas.

Por las caras de la gente satisfacción plena, pero en mi caso show irregular de constante enfrentamiento interno entre lo que quería sentir en ese momento y lo que realmente me permitían las circunstancias. Comenzó la instrumental “Ask to dust” tan impenetrable como siempre, aún sin Lanegan en el escenario. En cuanto irrumpió, estallido de aplausos para ver una vez más su pose hierática, mirada de gárgola perdida en las espirales del tiempo y gesto adusto helador. Da igual que le haya visto sobre un escenario unas diez veces, siempre su aura trasciende todo, si bien desde la gira de Field Songs (01) coges un maniquí y le haces cantar con él desde el backstage y es lo mismo. No mueve una pestaña –qué tiempos cuando berreaba en La Sala Heineken “Borracho” en cuclillas…-.

Con “Paper Money” se advirtió ya como un sonido bruto y denso permitía disfrutar de los momentos más rasposos, pero hacía perder matices a los de emoción expandida como “Some Misunderstanding” o “You’ll Miss Me When I Burn”. Aunque curiosamente la dupla más conmovedora fue la formada por “Kingdoms of rain” y “Spiritual”, dejando de paso también a las claras por qué It’s Not How Far You Fall, It’s the Way You Land (07) tumba en el cara a cara a Broken (09) y ladrillacos como “Rolling sky” o el gospel segundón de “All the way down” cuando asoman.

Sobre el dúo, cada vez menos electrónico y más orgánico, qué decir: pertrechados por una banda elegante con clase, quizá demasiado encorsetada a veces en comparación a su anterior gira, defendían las composiciones con prestancia. Las dos chicas negras vestían las canciones con una manto de espiritualidad maravilloso, teniendo su baño de gloria con el canto en exclusiva de la bella versión de “Through my sails” de Neil Young.

Un final previsible, pero no por ello menos catárquico, con “Revival” -un clásico de la década, así, sin más- dejó a las claras por qué la batalla interna que me dividía esta vez la ganó Dios. Y quién es ese, diríamos más de uno.

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