Conciertos

Wovenhand + El Páramo – Joy Eslava (Madrid)

Con una notable asistencia de público, que desde el inicio ya estaba presente en el foso y laterales del escenario, fue que El Páramo tuvieron a bien resolver un directo  de rock forzudo que fue aceptado por la gente y que les dio aún más vigor para completar un set que les dejó tan satisfechos como al público que, en buena mayoría, les aplaudió.
Así, mientras los madrileños se marchaban a gusto, los preparativos para estar cara a cara frente a David Eugene Edwards y sus Wovenhand, dejaban lucir una bandera con motivos montañeros americanos, percusión y un escenario con telón rojo de fondo que ofrecía el espacio suficiente para que él sudase su embrujo natural y, de paso, presentase «Refractory Obdurate», su séptimo álbum. Para que saltase un carisma que, desde la época de 16 Horsepower, parece latir en su música con la misma naturalidad con la que manifiesta su talento.
Una vez en la zona caliente, el espigado Edwards que, por diversos motivos, no pudo ser acompañado por todos los miembros originales de la banda, abrió la boca empezando un ceremonial en el que su tono de voz imponía una presencia que, junto a su imagen y gestos, dejaba constancia de estar frente a alguien que no es un cualquiera o un mero ejecutante de repertorio.

¿Y qué fue lo que sonó? Canciones de raíces y tradiciones sonoras que tanto pueden recordar al oeste, al folklore tribal, al rock crudo o a oscuridades folk, con historias tiznadas de claroscuros en los que el americano ejercitaba un humor negro que enrarecía aún más el ambiente. Si a eso le agregamos un latente pulso chamánico de sus gestos y de algunas de sus letanías electrificadas, podemos obtener el resultante de un directo con acentuados remates de guitarra y ritmos, pero que en algunos instantes parecía seguir un patrón algo lineal que no dejaba aletear a las canciones como suele ser normal en su directo.
Quizás se deba a la ausencia de sus habituales músicos, pero era cierto que Edwards parecía estar en una torre en la que él era el único canalizador de todo. Se basta y se sobra. Por eso fue que ese negro embrujo que parece envolver su música brotó con más resolución en los momentos en los que la instrumentación era más sutil o, directamente, en los lapsos en los que David Eugene estuvo sólo ante el micro.
Pero esto no significa que haya sido un concierto flojo, previsible o aburrido, no, en absoluto. Como se ha dicho, hay un carisma tan aplastante en David Eugene Edwards y en sus canciones en las que él ejerce de corazón, que es inevitable apartar la vista y el oído de un tipo capaz de escarbar en el pecho con decisión para firmar discos y directos personales e intransferibles.  
 

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