Bunbury – Palosanto (Warner)

Enrique Bunbury está, para lo bueno y para lo malo, entre la escasa decena de aristas nacionales que pueden aparecer al mismo tiempo en la Rolling Stone (la española) y en Ruta 66 sin que a (casi) nadie le moleste o lo vea raro. Pudiera parecer que ese es el resultado de hacer música que guste a todo el mundo, pero no es así. Es más una cuestión de respeto hacia una trayectoria que, aunque a alguno le pudiera parecer errática, siempre ha sido fruto de una férrea voluntad por evolucionar, por conocer, por cambiar.

Con Palosanto (Warner, 2013) Bunbury ha dado un paso que no sabría si calificar como adelante o hacia atrás. Por una parte se puede entender como un disco de madurez y, al mismo tiempo, de compromiso con los tiempos que corren. En el aspecto sonoro, sin embargo, se trata de un regreso a sus orígenes en solitario: salvo excepciones, lo que encontramos aquí es el rock más eléctrico de Flamingos (2002) despojado de la necesidad del artista por homenajear a sus fuentes primigenias, una necesidad que marcaba trabajos anteriores como Las Consecuencias (2010) o Licenciado Cantinas (2011).

El disco está dividido claramente en dos partes. La primera, más social y comprometida, parece ser un grito de denuncia ante la problemática situación económica, social y moral que nos aturde a todos. O, mejor dicho, son varios gritos: está el entusiasmo de «Despierta» y la ilusión de «Más alto que nosotros sólo el Cielo», pero también la ira de «Habrá una guerra en las calles» y el pesimismo de «Prisioneros» (el brillo se apagó, la infancia ha terminado…). La segunda parte empieza con «Hijo de Cortés» rompiendo la unidad temática para ya no recomponerla. Después de la profundidad de la primera parte suena un poco extraño ese «scat» que se marca Bunbury. Las sonoridades latinas vuelven a aparecer en «Mar de dudas» y «Plano secuencia» y, en general, la diversidad estilística y expresiva marca esta segunda mitad del álbum.

En lo musical, aparte del divertido y ya tradicional juego de intentar reconocer las referencias y homenajes repartidos por el disco (el riff de «Destrucción masiva» es el más claro), destacan los arreglos exquisitos (sintetizadores, cuerdas, coros gospel, el etéreo final de «Salvavidas», los toques orientales de «Los inmortales»), la voz de Bunbury (suena madura y contenida pero firme) y, en general, el tratamiento inteligente que embellece canciones regulares como «Prisioneros» o «El cambio y la celebración» hasta convertirlas en realmente emotivas.

La edición deluxe en CD cuenta con un segundo disco en directo, con interpretaciones grabadas durante la gira 2011-2012.

Una muesca más en una carrera que, guste más o menos, sólo puedo calificar de coherente, valiente y sincera, con todos sus defectos y virtudes.

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