Arcade Fire – Palau Sant Jordi (Barcelona)

La última vez que un servidor se acercó al Palau Sant Jordi para un concierto fue, me parece recordar, cuando un amigo me convenció de revivir días de juventud yendo a ver a Iron Maiden. Y es que la agenda del local no deja lugar a dudas: esta semana, en Barcelona, estaban programados, además de Arcade Fire, los siguientes artistas: Shakira, Miguel Ríos, Lady Gaga, Fito & Fitipaldis, y Pereza. Les han precedido Alejandro Sanz, Aerosmith, Kiss, Bisbal, Tokio Hotel y Alicia Keys.

Tal como se preguntaba mi compañero Raúl del Olmo en su excelente crónica del concierto del sábado en Madrid, no está muy claro qué hacen los canadienses meneándose en esta liga. ¿Cuándo se hicieron tan grandes? En todo caso, y para disipar las acusaciones de snobismo que ocasionalmente puedan albergar los lectores hacia Muzikalia, que quede claro que fue un tremendo placer ver a ocho mil personas pagando por ver a una banda como Arcade Fire. Grupos de su calidad e integridad, y con propuestas tan poco comerciales, suelen estar condenados a recintos pequeños y a una promoción limitada. ¿Quizá el espectacular éxito de estos canadienses sea un signo de que los tiempos, como decía el profeta, están cambiando?

Y es que la gente no sólo acudió en masa: además, disfrutamos hasta el éxtasis de un concierto que cumplió y sobrepasó todas las expectativas. La salida a escena de Win Butler y los suyos, puntuales casi como un reloj, ya encendió al público que se había quedado un pelín frío con los berridos animales de Fucked Up, y a los primeros acordes de “Ready to start” empezó una fiesta de hora y media (¿algo cortita?). El concierto discurrió por los mismos cauces que el que ofrecieron la noche anterior; el público, nuevamente, respondió con más entusiasmo (y quiero decir mucho entusiasmo) a los temas de Funeral (2004) y Neon Bible (2007) que a los de su flamante The Suburbs (2010), un disco que no ha acabado de encontrar unanimidad entre sus fans. Si temas como “Neighborhood #2 (Laïka)” o “No cars go” volvieron literalmente del revés al respetable, al sonar el triple combo de “Modern Man”, “Rococo” y “The suburbs” podía verse como los fans miraban con simpatía al escenario dando tímidas palmadas o se eclipsaban discretamente hacia los lavabos. Aunque, todo sea dicho, “Sprawl II (Mountains beyond mountains)”, con el espectáculo de Régine Chassagne cantando, fue uno de los mejores puntos de la noche.

En todo caso, en temas mejores o peores, los canadienses nunca bajaron el pistón en el escenario; forman una banda de gitanos entusiastas, de músicos amateur que se intercambian instrumentos, saltan, gritan y aporrean tambores como auténticos posesos. Y Butler demostró ser no sólo un líder carismático sino también un tipo extraordinariamente simpático y con un cierto dominio, nada menos, del catalán. Que no es poco. Cualquiera que llega a Barcelona por segunda vez en su vida y se pone a hablar con ocho mil personas en catalán es, como mínimo, un tío majo.

Arcade Fire lograron también un sonido bien cuidado y una escenografía espectacular – sin caer en el endiosamiento ni la pomposidad. Volvieron a acelerarle el pulso al público con el tramo final de “Crown of love” y a partir del extraordinario himno celestial que es “Intervention” apenas nos dejaron un minuto de respiro. “Neighborhood #3 (Power out)” fue un festival y  “Rebellion (Lies)” sonó poderosa, aunque “Month of may” resultó flojilla y mostró que incluso un grupo tan extraordinario como los canadienses a veces le ponen más decibelios que talento.

De ahí, no obstante, al éxtasis con “Neighborhood #1 (Tunnels)”, una de las mejores canciones de la década, y al trance hipnótico masivo de los bises que culminó con un “Wake up” que, al igual que ocurrió en Madrid, seguía coreándose por Barcelona a altas horas de la madrugada.

Qué concierto extraordinario, y qué banda de músicos son Arcade Fire. Desde aquí toda nuestra admiración, agradecimiento y buenos deseos: si estos chicos tienen que ser las estrellas del futuro, la cosa pinta bien. Pero que muuuy bien.

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