Asistimos al tributo a Sinéad O’Connor y Shane MacGowan en Nueva York

Son las 18.45 de la tarde y la penumbra que ilumina Central Park a la altura de la calle 57 no puede ocultar el resplandor de las estrellas a las que esta noche se rinde homenaje en el Carnegie Hall.

Hay un dicho neoyorquino que dice que cuando a alguien le preguntan por la calle que qué hay que hacer para llegar al templo de la música americana, la respuesta correcta es: “Practicar. Practicar mucho y no cejar en el empeño”.

Shane McGowan y Sinnead O’Connor apenas practicaron, pues eran punks, y lo suyo era más bien autodidacta, pero tuvieron carreras fulgurantes que acabaron, en un caso, el del cantante de los Pogues, siendo la “crónica de una muerte anunciada”, y en de la dublinesa, truncada de un modo aún no desvelado oficialmente.

Hoy se rinde homenaje a estas dos bestias pardas de la música popular que un día de sus jóvenes vidas decidieron romper con lo establecido y emprender una carrera hacia la nada que resultó ser una singladura hasta el infinito y más allá.

En la cola del teatro hay ambientazo. Viejuno pero no por ello menos excitante que el que habría en un concierto de Miley Cyrus. La media de edad ronda los sesenta años, y es que el rock se mantiene así de joven y espléndido, como los buenos vinos.

La mayoría de los allí presentes son neoyorquinos de pura cepa, menos aquí el que suscribe, la clásica pareja de japoneses que no puede faltar en todo sarao “cool” que se precie, y un par de italianos despistados que me preguntan “ola ke ase” en perfecto siciliano.

El cartel es imbatible. Cat Power, Billy Bragg, Glen Hansard (el de la oscarizada Once), Gordon Gano (Violent Femmes), Lisa Hannigan, Dropkick Murphys, y un largo etcétera de artistas de primer nivel que se han congregado aquí, un gélido día del invierno más crudo del este americano, para generar un calor corporal superior al de una sauna de Chueca.

Las entradas se vendieron en cero coma, y todo el dinero recaudado irá destinado a obras de caridad, tal y como les hubiera gustado a nuestros protagonistas en vida.

Se abre el telón y aparece el director del Carnegie Hall anunciando al respetable que la hija de Sinnead, Brigidine Roisin Waters, generalmente conocida como Roisin, está con nosotros. Acaba de cumplir 28 años el pasado 6 de marzo y se asoma radiante entre bambalinas saludando tímidamente a las 1.504 almas que poblamos la parte baja del teatro.

El anfitrión dice que este evento es una “celebración irlandesa de la libertad” y de la “libertad de expresión en el mundo”. En definitiva, “a punk celebration”, que dirían unos jóvenes Depeche Mode.

Mientras Roisin apenas puede contener las lágrimas al ser llamada a escena, un gaitero sale de la parte de atrás del patio de butacas y nos arranca la primeras lágrimas a los privilegiados de asistir a tamaño acontecimiento.

Inmediatamente después, tres cantantes irlandesas de pura cepa relevan a la hija predilecta de la autora de “El león y la cobra” y entonan un canto gaélico ancestral a capela que nos pone los pelos como Scorpions a los allí presentes.

El siguiente invitado en un violinista barbudo, que sobre un suelo de madera, y no un tejado de zinc, toca y canta “A pair of  brown eyes”. Esta noche todos somos Shane y todas son Sinnead. Si estuviera aquí Pucho de Vetusta Morla haría un bootleg vocal de “Dirty Old Town” con “Nothing compares 2 U”, pero no adelantemos acontecimientos porque la noche es larga y a ti te encontré en el Siroco.

Tras esta intro pseudo vocal aparece en el escenario lo que por estos lares se llama comúnmente “the house band”, y no, no tiene nada que ver con Chicago ni con el Studio 54, aunque viendo el ambiente festivo que caldea el teatro, bien podría ser así.

La bajista es espectacular. De guapa y de versátil tocando las cuatro cuerdas. El batería es sobrio y efectivo, cuál Charlie Watts de la pradera (irlandesa, por supuesto), y los guitarras son “joviunos” (que no viejunos) y llevan la alegría escrita en el rostro. El plantel de lujo, que diría mi admirado Julio Ruiz, lo completan una flautista (que no es de Hamelín) y un multi-instrumentista de barba poblada que me recuerda irremediablemente a Kris Kristofferson.

Ya estamos todas, así que si nos organizamos, follamos fijo (con los espíritus de Shane y Sinnead).

Las primeras invitadas a las voces son cuatro bellas mujeres irlandesas de pura cepa que cantan un tema tradicional rematado con un crescendo crepuscular de violines.

Le sigue “If i should fall from grace of God” y el público se levanta de sus asientos y empieza a bailar. Yo recuerdo el concierto del Rockódromo madrileño allá por el año 1989 en el que vi a los Pogues junto a mi hermano y a mi primera novia y empiezo a llorar como la madalena de Proust.

I´ve been here before.

A continuación, sale una cantante de esas que sólo da la campiña irlandesa y canta el primer tema de Sinnead. Obviemos los nombres, no son necesarios. La música no va de “saber”, sino de sentir, y esta noche los aquí presentes somos “sintientes de categoría, nen”.

Le siguen Josh Ritter y Bettie Lavette, dos artistas con los que tuve el honor y el placer de trabajar en mi época como Director General de PIAS SPAIN, y que me hacen volver a llorar, esta vez de nostalgia entendida como MEMORIA, no como vacío existencial.

La primera estrella se prepara y es anunciada a bombo y platillo. Señoras y señores, con ustedes…

“Cat Power”.

La cantautora nacida en Atlanta el mismo año que un servidor saca la voz del intestino grueso y nos pulveriza con un grito primario que ríete tú del de Bobby Gillespie.

The house is on fire.

Sale Billy Bragg y arde la tarde al sol de poniente porque esto es una ESCUELA DE CALOR. Canta “ A rainy night in Soho” y todos hacemos los coros al unísono.

Bienvenidos a la orquesta del fin del mundo.

Bienvenidos a Nueva York.

Las almas de mis héroes de juventud (que no del silencio) se pasean por mi ADN cual peces de colores en un arrecife de coral. Joey, Johnny and Dee Dee, Lou Reed, Johnny Thunders, Jerry Nolan, Billy Murcia, Martin Rev y Alan Vega, Andy Warhol, Nico, Stiv Bators, Fred Sonic Smith…La lista es infinita, pero los vivos celebramos a los muertos cada vez que nos orgullecemos de nuestra historia. Porque los valientes morimos todos los días, especialmente los de concierto, y hoy queridos lectores, me encuentro ante EL MEJOR CONCIERTO DE MI VIDA.

Porque el presente siempre será lo mejor, y de pronto un cantante loco con pintas de Ángel Altolaguirre salta sobre el escenario y hace la mejor versión de “Church of the holy smoke” que jamás he oído en mi vida. Vuelven a sonar las gaitas, no se sabe si escocesas o irlandesas, lo mismo da que me da lo mismo, pero mi alma se vuelve a encoger y lloro por tercera vez como si no hubiera mañana.

Sale Amanda Palmer y se marca el mejor soliloquio sobre lo que ser MUJER significa en el siglo XXI. Habla de lo duro que es abortar pero de lo necesario que es el derecho a hacerlo y no depender de los dictados de la iglesia en la que Sinnead se meó y se cagó, como mandan los cánones. Habla de lo importante que es ganarse el respeto de hombres como Shane, cuya marcada sensibilidad femenina compuso las canciones amargas más bonitas y emotivas de la música popular reciente. Habla de NOSOTRAS, en definitiva, y entonces todo el Carnegie Hall llora conmigo.

Son lágrimas que ni siquiera el tiempo borrará, y como ya no me queda más espacio en este texto que me brinda mi querida Elena Cabrera, no os desvelo el final con Glen Hansard y Dropkick Murphys haciendo de perfectos teloneros a la angelical voz de Roisin (que no Murphy), entonando “NOTHING COMPARES 2 U” y dedicándosela a su madre que nos mira a todos desde ese cielo que no existe y que habita nuestros corazones.

Firmado: Gerardo Cartón – Despertando envidias (y conciencias) desde 1972.

Lee todas las entregas de En el jardín de Gerardo Cartón.


Gerardo Cartón es una agitador de la escena musical española. Lo más probable es que estos últimos 20 años os hayáis cruzado con su nombre en algún lado, bien en alguna de sus sesiones como el chico biónico, como 2PIASdjs, con alguno de sus podcasts o en algún que otro concierto o festival. Él es uno de esos tipos de la industria que han estado en todos los frentes. Dirigiendo el sello [PIAS] en España en su momento más exitoso, tocando en bandas como Micromachines o escribiendo libros tan divertidos como los dos volúmenes del Manual del Perfecto Festivalero o Así se baila el siglo XX (Muzikalia).

 

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