Cass McCombs + Frank Fairfield – Teatro Lara (Madrid)

Asistir al teatro Lara siempre supone un placentero de recogimiento que se agradece más cuando las luces van bajando su intensidad y sus tonalidades rojizas adoptan contraluces misteriosos en los que las figuras del techo parecen también estar atentas a cuanto ocurre en el escenario, la platea o en sus palcos.
Por eso ver a Frank Fairfield fue de lo más idóneo. El artista elegido por Cass McCombs dice bastante de la apertura de oídos de este último y de los referentes que maneja, algo que es de elogiar en un panorama a veces tan predecible como paleto.
Pero sigamos con Fairfield. Sus anchos pantalones, su chaqueta y su bigote, a diferencia de la mayoría de pintamonas que utilizan un look similar a modo de disfraz, arropaban a un músico que, sintiéndose cómodo en el antiguo folk americano de raíces, en el que el banjo, el violín y la guitarra tenían que dar de sí porque no había otra cosa, dio un concierto para jugar con la memoria y, a falta de recuerdos, acabar inventando marcos para una historias que a taconazo rítmico se escribían bajo la singular dicción del de Fresno que, tras un apetitoso set que despistó a algunos justamente por su inusitada pero bienvenida propuesta, cerró positivamente su actuación con esa especie de proto-boogie llamado «Texas Farewell».
Por lo visto, el aforo estaba prácticamente a rebosar y el grueso de fans de Cass McCombs  esperaba que el intermedio fuese el necesario para que las luces se fuesen apagando levemente hasta dejar al escenario en evidencia. Y así fue.

Salieron cuatro chicos sin más imagen que sus instrumentos y una camisa negra vaquera, la de McCombs, para abrir el set con «There Can Be Only One». A partir de la tercera canción quedaría claro que esta sería una noche de temas de largos desarrollos y matices, de guitarras entrelazándose con la complicidad necesaria para no distinguir cual era cual, excepto porque la de McCombs tenía siempre algo más de volumen, y sutiles líneas de bajo. «Angel Blood» supuso un paso adelante tras los tanteos iniciales.

Ese paso adelante supo sacar las esencias de grandes canciones como «My Sister, My Spouse» o «Dreams Come True Girl», en los que llevó a la gente a su terreno. Un terreno en el que el americano discurre entre la contención y la extensión, como si sus canciones tuviesen la necesidad de contraer detalles para estirarse en su exposición instrumental. Esto era evidente en las notables «Lionkiller», «What Isn´t Nature» y «County Line», donde las tonalidades se apreciaron con la fuerza de quien realmente sabe lo que tiene entre sus manos.
Fue una buena noche para Cass McCombs, quien por momentos parecía confrontarse con su garganta para llevarla por los derroteros melódicos que imponían sus canciones, y para una banda acertada en su espacio y ejecución. Fue una buena noche para el público que no pidió más porque estaba satisfecho. Fue una buena noche para todos.

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