Conciertos singulares (IV): Pink Floyd en Pompeya

Casi 2.000 años después de sucumbir ante el furibundo volcán Vesubio, las almas de unos 20.000 habitantes de la vetusta Pompeya, tal vez, asistieron atónitas al escalofriante y, a la vez, sublime concierto que 4 músicos-gladiadores llamados Roger Waters, David Gilmour, Rick Wright y Nick Mason ofrendaron en esta sureña ciudad italiana, en Octubre del año 1971 D.C.. Y es que el hecho de que al público de carne y hueso no se le permitiera la entrada a un espectáculo en vivo, en este caso en un circular anfiteatro del imperio romano, resultó un planteamiento totalmente innovador, en aquel preciso momento.

“Debía ser un anti-Woodstock porque ya habíamos tenido suficientes filmaciones de conciertos con audiencia y se trataba de que la música y el silencio, en un anfiteatro vacío, tuvieran la misma importancia, e incluso más, que un millón de personas.” – declaró el director francés Adrian Maben acerca de aquella estrafalaria e inédita idea en su mente, después de unas vacaciones suyas en ese mismo punto de la preciosa Italia, en 1971.

 

Ya os hablamos ampliamente, en Muzikalia, de Pink Floyd en el reportaje sobre sus  mejores canciones y hoy examinaremos la singularísima ceremonia sonoro-espacial, en vivo, que la tan admirada y original banda británica desarrolló en aquel crucial episodio de su carrera.

Le había costado 6 meses al propio Maben que los Pink Floyd contestaran con un “sí”, tras recibir el cineasta, anteriormente, un par de evasivas del propio grupo británico sobre otras propuestas artísticas como mixturar la música con imágenes de cuadros pictóricos.

Una vez acordado el proyecto entre ambas partes sobre aquella estrambótica actuación en Pompeya, a las autoridades locales no les convencía mucho la idea de que unos rockeros modernos tocaran allí por temor a que el sonido de los instrumentos y las multitudes de fans dañaran aquellas valiosas estructuras históricas y arqueológicas. Por fortuna, un incondicional seguidor de la banda, un tal Ugo Carputi, el cual era profesor de Historia Antigua en la Universidad de Nápoles, hizo de intermediario para que al propio cineasta Adrian Maben (tras un desembolso económico de éste, además), le dieran luz verde las propias instituciones italianas para plasmar la tan peculiar “performance” y con la citada ausencia de la audiencia corpórea.

El ensamblaje del monstruoso equipo de Pink Floyd también acarreó sus múltiples contratiempos. Además de las varias jornadas de fatigoso traslado desde Londres y por carretera, una vez instalado el tinglado en el anfiteatro, la electricidad no funcionaba o se cortaba constantemente, así que los técnicos se vieron forzados a habilitar un kilométrico cable hasta el Ayuntamiento de Pompeya y vigilar que nadie desenchufara aquella temeraria conexión eléctrica. Por si fuera poco, una procesión religiosa que circulaba ese día por la propia urbe, interrumpió el paso a la “pinkfloydiana” caravana de camiones que trasportaba los costosos amplificadores, micrófonos, cables, focos, etc.; así que los retrasos estructurales prosiguieron. Unicamente eso llevó 3 jornadas de solventar y el margen era solo de un total de 6 días de permisos para disponer, en exclusiva, del aludido lugar y además con horarios muy restringidos para acceder al susodicho coliseo. Con ese ajustadísimo panorama laboral, los Floyd dispusieron de escaso margen para practicar turismo por la región.

 

Los absorbentes, complejos, ambientales y empíricos temas “Echoes (Partes 1 y 2)”, “One of these days” y “Saucerful of Secrets” se tocaron “in situ” y a últimas horas del atardecer, creándose un efecto realmente estremecedor sobre la seca arena del propio teatro. Por otro lado, las imágenes del barro burbujeante, de las inquietantes estatuas y de las pinturas de mirada grotesca se intercalaron, como antiquísimo adorno, respecto al propio evento musical en el pedregoso estadio. Sin embargo, para hacerlo todo aún más excéntrico y más especial, la interpretación de otros cortes como “Careful with that axe, Eugene” o “Set the controls for the heart of the sun” se rodaron en un set cerrado de París, en Diciembre  de 1971; donde, por ejemplo, la banda se halló rodeada de focos. Como añadido se exhibieron, de fondo, imágenes documentales de los mismos Waters, Gilmour, Wright y Mason paseando por las humeantes pendientes de un durmiente volcán Vesubio, entre otros detalles. Este mismo ampuloso y visual anexo pompeyano se logró a través de una bestial máquina proyectora llamada Transflix, aunque el resultado con esta técnica de post-producción fílmica no acabó de convencer a los Pink Floyd.

Desgraciadamente, algunas tomas extras y alternativas de Live at Pompeii se extraviaron en  el propio trasvase hacia la citada capital francesa y para colmo, otras secuencias más fueron incineradas, por error, por unos empleados de un cine en la propia París y, por supuesto, no pudieron restaurarse dichos documentos visuales cuando Adrian Maben se apercibió del desastre muchos años más tarde. Unos lamentables sucesos con cierta carga de misterio.

Como guinda a lo vanguardista de toda aquella apuesta, ya situados en la propia metrópolis gala, los Floyd también interpretaron un blues junto a una aulladora perra de circo, llamada ésta “Madmoiselle Nobs” (en realidad se trataba de una adaptación ligeramente más breve del tema “Seamus”, del LP Meddle)

 

Aquella rara y fantasmagórica representación de Pink Floyd en Pompeya no tenía que ver con la fama o el dinero e incluso, los primeros años, Roger Waters y cia. padecieron pérdidas económicas y poca atención del público hacia el susodicho concierto y es que, por ejemplo, en 1971 la banda aún no había comenzado a entusiasmar en los Estados Unidos.

A causa del posterior éxito de este mismo directo ya a través del paso de las décadas, el guitarrista David Gilmour manifestó en 2015: «No creo que ninguno de nosotros pensara que “Live at Pompeii” sería tan bien recibido y duraría en la mente de las personas por tanto tiempo. Todo el mérito es de Adrian Maben: fue su idea y fue genial «.

Efectivamente, con la complicidad del mismo Adrian Maben, todo aquello fue Arte Musical en su estado más puro y el cuarteto inglés interpretó, dibujó y sintió todas las canciones, en vivo, de una manera antológica y libre, como sugerí al principio. También el espíritu transgresor, indómito y rupturista de Syd Barret pareció sobrevolar aquel acto tan arriesgado: nunca debe olvidarse ésto.

Además, el eco y la acústica de las piedras de aquel emblemático lugar acabaron resultando ideales para que se capturara, a la perfección, la esencia y el sonido del grupo. Por otro lado, el equipo de grabación de 24 pistas a disposición de Pink Floyd (hay que dar las gracias a gente como el “roadie” Peter Watts o el ingeniero Charles Rauchet) y las tres cámaras de 35 mm. (sugerencia del productor Reiner Moritz), calcaron el registro como si se hubiera tratado de un álbum de estudio. Para que no resultará tan costoso traerlo desde París, el personal que grabó el evento provino del estudio italiano Cinecittá.

 

La anécdota es que unos pocos niños, nativos éstos de la Pompeya moderna, lograron colarse a ver el concierto a escondidas. De todos modos, cuando Adrian Maben les descubrió la travesura, éste permitió que los imberbes se quedaran a disfrutar de un show; el cual desafiaba pero, a la vez, mostraba sus respetos hacia aquel silencio sepulcral del milenario anfiteatro. También un fornido calor irritó la piel de los cuatro músicos, los cuales aguantaron las acometidas del sol y también el carísimo equipo de grabación sufrió algún desperfecto por este motivo climático.

Tras descartarse los 60 minutos de Live at Pompeii como emisión televisiva y después de proyectarse la cinta, solamente, en un Festival de Edimburgo en Diciembre de 1972, fue ya después cuando se concibieron los primeros empalmes y añadidos por parte del director Adrian Maben al propio film, con secuencias de la grabación del álbum The Dark Side of the Moon y distendidas entrevistas a los cuatro músicos en los estudios de Abbey Road, en Londres. Aquella primera inicial prolongación, editada en 1974, se fue hasta los 80 minutos y, como siempre ocurre, para gustos están los colores: a unos les pareció más entretenido y otros opinaron que la nueva versión restaba mística a la filmación original. También brotó, en segundo término, el llamado típicamente “Montaje del Director”, en 2002, con la inclusión del lanzamiento de un cohete a la luna y de rotación de planetas; ésto último presentado de manera digital y yéndose la duración total hasta los 90 minutos.

Con los años, grupos como Beastie Boys (en 1992), Korn (en 2011) o Radiohead (en 2012) hicieron sus particulares guiños y homenajes al directo pompeyano de los maestros Floyd.

 

En 2016, el público de esta vida terrenal ya pudo resarcirse 45 años después y acudir a una función en directo que ofreció, en solitario, David Gilmour en el mismísimo emplazamiento de Pompeya, donde el músico representó ya otras canciones de Pink Floyd; además de las suyas propias en solitario como “5 A.M.” Por otro lado, la entrada al anfiteatro costó un mínimo de 345 euros, aunque los 3.000 fans provenientes de todo el globo no quisieron perderse el show de 2 horas y media del propio Gilmour. En consecuencia, el guitarrista de Cambridge pretendió así cerrar el círculo iniciado con aquella iniciativa de 1971, la cual es una porción de las crónicas más épicas y exploratorias dentro del rock and roll.

2 comentarios en «Conciertos singulares (IV): Pink Floyd en Pompeya»

  • el 31 julio, 2020 a las 10:05 am
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    Maravilloso concierto, lo descubrí muy joven y desde entonces no he perdido la fascinación por él. Echoes y Careful with that axe Eugene brillan con luz propia. ¡Gracias por contar la historia de su gestación!

  • el 1 agosto, 2020 a las 10:00 pm
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    Sí, con el tiempo, y el descubrimiento de la grandeza de los Pink Floyd, la filmación de «Live at Pompeiï» también devino mítica. Concierto singular como pocos. Gracias a Txus Iglesias y a Muzikalia por explicarnos los entresijos del mismo. Un cordial saludo.

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