Consumo y producción cultural en la era de ecosistemas simulados
Leía, en un interesante artículo de Frankie Piza sobre el auge que está viviendo el formato vinilo, unas declaraciones del músico y periodista Joan Cabot que decía “Creo que fetichismo y música van ligados. Si lo piensas bien, la música es algo intangible, no depende de ningún soporte, es aire. Pero la cultura rock está ligada al objeto, ese misticismo está en su ADN y todavía permanece vivo en cualquier campo de la cultura contemporánea, o en casi todos. Creo que siempre ha habido un elemento de autoafirmación en el hecho de “escuchar música”, una reafirmación de la individualidad, separándonos del resto de los pobres mortales. En ese sentido los objetos, la memorabilia, etc, son trofeos, medallas que nos colgamos a nosotros mismos, asumiendo que si tienes todos los singles de Sarah Records eres “más fan” que otro aficionado al sello que sólo haya tenido acceso a esas canciones a través del mp3. Es un poco estúpido, pero es así”. Algo tan fútil como un “soporte”, que en definitiva es perecedero y que sirve para almacenar datos, puede a su vez tener un fuerte valor simbólico, casi político si me apuran. Esa “autoafirmación” a través del consumo de un soporte determinado, el vinilo en este caso, predispone a ser fiel a una liturgia, a preservar un valor histórico, y sobretodo a revalorar el consumo cultural en tiempos en los que consumir muchas veces parece sinónimo de gratuidad. También, soporte cultural, con el advenimiento del capitalismo apunta a lo que Walter Benjamin denominó fetiche, y Jordi Carmona Hurtado dice al respecto “La obra de arte es en el capitalismo la ma?s sofisticada de las mercanci?as: es todo fetiche, podri?amos decir, todo brillo. Siempre ha existido mercado del arte, sin duda, pero bajo el capitalismo su forma y funcionamiento adquiere un nuevo cara?cter, el de proporcionar un gran circuito libidinal al puro goce materializado: la mercanci?a arti?stica. El arte de vanguardia, entonces, debe entenderse como una experimentacio?n en el campo de la mercanci?a. Responde a la pregunta: ¿que? podemos hacer que no se pueda vender? ¿Cua?l es la mercanci?a que acabara? con el resto de mercanci?as, y por tanto, con el mercado?” En esta era del simulacro, los formatos, y la descarga de archivos P2P, o el streaming es un signo inequívoco de lo que dice Fredric Jameson “[…]Todo es clase media, todo el mundo se ha convertido en consumidor (o todo el mundo está desempleado), todo se ha transformado en un centro comercial, el espacio se ha convertido en una infinita extensión de superficies que son imágenes, y la diferencia -un fenómeno temporal- ha dado paso a la identidad y la estandarización”. La homogeneización se ha instalado en el consumo musical y en la forma en cómo escuchamos.
Las plataformas de música en streaming (Spotify, Apple, Deezer) son los perfectos entramados que aceleran las necesidades de bricolage sonoro: canciones en continuo random que acompañan a las personas en su continuo ir y venir. La forma de escuchar, y de ver arte se ha visto transformada de una manera sustancial. Por ejemplo, los cambios en la “industria musical” (autoría, contenido, distribución) provocan que el sistema capitalista vaya acotando la oferta de compra, y esto hace que en grandes superficies de moda o complementos, o en un mismo Carrefour, se puedan encontrar vinilos los cuales parecen que solo sirvan de meros objetos decorativos (desfasados, ahora rebautizado con el horroroso calificativo de vintage) desnaturalizando su función de producto cultural.
El soporte físico con el que consumimos productos culturales también interpela a la condición social de la persona, la etiqueta creando subjetividades específicas, y es una forma de jerarquización social. Dice, al respecto de la venta de vinilos en la cadena de tiendas Urban Outfitters, Aleix Mateu que “A pesar de que el vinilo se ofrezca como algo de más categoría (en el catálogo en línea de Urban Outfitters lo colocan en una moderna estantería de madera), la voluntad de estos nuevos grandes almacenes (UO/Amazon) es convertir en popular al formato otra vez respetando su estatus y por extensión su precio.”Se asimila el soporte material (el disco) sigue estando en el centro del discurso de consumo musical, y eso que las nuevas plataformas online parece desdibujar esto. Me parecen muy pertinentes las palabras de Nando Cruz al respecto de esta visión que se tiene de la hegemonía de la música grabada que viene dictada desde los despachos de los grandes sellos discográficos: “De vez en cuando vale la pena recordar que en la raíz de la palabra cultura está el acto de cultivo, de cultivar, de trabajar un terreno y sacar fruto de una tierra que, sea más o menos fértil, es aquella donde vivimos. Y vale especialmente la pena recordarlo cuando hablamos de música porque este es un ámbito donde prestamos mucha atención al fruto, pero muy poca al surco, a la tierra y al proceso de cultivo”Preciosa y plástica imagen que revela que la música parece que se ha desgajado del acervo cultural para convertirse en objetos de una gran fabrica de productos en serie.
En la exposición “1, 2, 3… ¡grabando! Una historia del registro musical”, y más concretamente en la web de la misma, podemos observar como la tecnología a lo largo de la historia ha revolucionado la producción y sobretodo la manera de crear, oír, y difundir la música. Del antiguo gramófono hasta la escucha en streaming actual, la tecnología, el sonido, y el afán por registrarlo han encarado episodios de amor y odio a partes iguales. Desde el abandono a la subjetividad y las emociones en contra de las traidoras tecnologías que promulgaba Rousseau, hasta la realidad estereotípica de Paul Virilio que defiende que las tecnologías rigen y conducen la historia, en el estudio de las humanidades siempre se ha sembrado la discordia cuando el tema a tratar es el binomio cultura/tecnología. La construcción social de estos avances tecnológicos también tiene un marco determinado que viene impuesto por una serie de agentes que actúan en el proceso técnico, y que condicionan al usuario final. Este afán por registrar el sonido ha permitido preservar nuestra historia, nuestra cultura, que como dice Marina Garcés “[…]Es el repertorio de las diferentes formas y posibilidades de organización y de percepción de la vida humana y la naturaleza”Garcés aboga por acabar con el concepto de cultura enclaustrada en el circuito legitimado de la producción y del consumo cultural: lo punk interpela a nuestra experiencia humana y la libertad de acción. Eso creo que está pasando en estos momentos con la tecnología aplicada a los soportes musicales. Veamos.
Entro a la tienda de discos Revolver de la calle Tallers de Barcelona donde trabaja Jordi (Dj Monamí). Veo las estanterías plagadas de relucientes reediciones de discos, de portadas atractivas, y precios prohibitivos para un asalariado medio. Jordi me aclara alguna cosa sobre el vinylboom “La melomanía y el coleccionismo es algo intrínseco a la condición humana, me atrevería a decir que en muchos casos roza la patología, por eso siempre estarán ahí. La vuelta al formato en vinilo, que habría que recordar que hasta hace escasos años estuvo en coma, relegado a los sectores más puristas se explica por diversas razones. La primera y más clara es que las multinacionales musicales al no poder controlar el acceso libre a la música por internet y perder su modelo histórico de negocio han resucitado este entrañable formato físico cual flotador para sus intereses dotándolo de un halo de autenticidad que me resulta bastante impostado. Para ello han inundando las tiendas con maravillosas y carísimas ediciones y han copado las cubetas con reediciones de lo más innecesarias. El vinilo ha pasado de ser un formato nostálgico en desuso a un soporte de moda y todo porque las majors han movido sus engranajes en esa dirección. El vinilo es tendencia en el último lustro y sus ventas sufren un auge sin parangón. La especulación en portales como Discogs o Ebay o el mismísimo Record Store Day no hacen más que consolidar este formato como la opción más “auténtica” a la hora de escuchar música”. Autenticidad, negocio, tendencia…¿asistimos a una nueva construcción social basada en el gusto? ¿El formato tecnológico, aquello que decíamos que era tan efímero tiene tanto poder? ¿El culto al formato explicaría y daría sentido a la política mercantilista que prefiere usuarios pasivos que solo persiguen la estela que va dejando tras de sí el fulgor del fetiche?
La tecnología también ha afectado en cierta manera a democratizar la cultura al acercarla a más gente. El auge de la piratería ha disminuido con la escucha en streaming, y empresas como Spotify desde sus departamentos de marketing buscan que los usuarios se sientan “emocionalmente conectados con marcas y volverse defensores de estas (sic)”. Como vemos, desde los grandes despachos se va creando el retrato robot del oyente “modelo” que sea fiel a una marca (otro fetiche, éste más abstracto), y a cambio tiene a su disposición infinidad de música, y toda ella hasta ordenada según gustos personales. Los marcos legales que se afanan por luchar contra la piratería se han endurecido, aunque resulta curioso lo que explica Lawrence Lessig de que la música grabada nació de la piratería; en 1900 se tenia que pagar por una partitura para tocarla en publico pero “si sencillamente cantaba la cancio?n delante de una grabadora en la intimidad de mi propia casa, no estaba claro que yo le debiera nada al compositor si luego haci?a copias de esas grabaciones. Entonces, gracias a este agujero en las leyes, podi?a piratear de hecho una cancio?n de otro sin pagarle nada a su creador”. Ahora, la edición digital, el DIY, la autoedición, etc. crean un inventario de formatos de lo más variopinto que intentan escapar de los controles de copyright que, en muchos casos, solo fomentan tiránicas políticas de mercado.
La historia del registro del sonido ha variado sustancialmente a lo largo de la historia a través de los continuos avances tecnológicos. En todos estos artefactos han intervenido una serie de agentes que han ido esculpiendo una visión constructivista no exenta de intereses socioeconómicos. El producto (formato) musical está sobrevalorado, y se sitúan en grandes burbujas de capitalismo reconcentrado. El vinilo o el cassette se exponen como muebles de Ikea en tiendas de moda, y de alguna manera interpelan a tu yo subjetivo para posicionarte dentro de una escala de valores éticos. Dejando aparte la melomanía, y los gustos personales anclados en el fetichismo, quien esto suscribe abogaría por abordar el acceso a la cultura buscando las conexiones con la esfera publica; una cultura más libre, despojada de las oligarquías que controlan el producto cultural y su forma de acceder a él. Todo ello pasaría por una adaptación tecnófila de las teorías comunicativas de Habermas, en la que compartir y debatir, y restituir a la cultura a su ecosistema originario, y sobretodo serviría para vertebrar una racionalidad colectiva.
Bibliografía
Alsina González, Pau (2012). “Cultura i tecnologia”. En: Teoria de la cultura [material didáctico]. Barcelona: UOC
Carmona Hurtado, Jordi (2006). “Aura y fetiche”. En: Nómadas. Revista crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas (nº 13). Madrid: Universidad Complutense.
Cruz, Nando (2016). “Romper el marco”, p.130. En: Cultura en tensión. Seis propuestas para reapropiarnos de la cultura. Barcelona: Rayo Verde
Fundación Telefónica. “1, 2, 3… ¡grabando! Una historia del registro musical” (Exposición).
Garcés, Marina (2016). “Clasicismo punkie”, p. 17. En: Cultura en tensión. Seis propuestas para reapropiarnos de la cultura. Barcelona: Rayo Verde
Jameson, Fredric (2012). El postmodernismo revisado, p.30. Madrid: Adaba Editores
Lessig, Lawrence (2004). Por una cultura libre. Cómo los grandes grupos de comunicación utilizan la tecnología y la ley para clausurar la cultura y controlar la creatividad, p. 75. Madrid: Traficante de Sueños.
Mateo, Aleix (2016). “Urban Outfitters, un ecosistema ideal para los nuevos vinilos de Drake” [artículo en línea]. En: TIUmag.
Pizá, Frankie (2013). “El vinilo: Autoengaño, tendencia y obsesión…” [artículo en línea]. En: conceptoRadio.
Interesante reflexión. Hacen falta más artículos de este tipo
Muy interesante el artículo. Los melómanos somos medio tontos comprando, fetichismo lo llamamos, pero es bueno ser consciente de ello.