Gluecifer + The Good The Bad And The Zugly (La Paqui) Madrid 18/11/22

“Den un escenario a este toro para que demuestre su bravura”. Era inevitable que esa frase de Toro Salvaje, mítica película de Martin Scorsese, acudiera una y otra vez a la cabeza mientras uno contemplaba el vaciado escénico de Ivar Nikolaisen con estupor, infinito gozo y sensaciones encontradas. No es fácil ejercer de telonero de una banda tan consistente sobre las tablas e icónica del rock escandinavo como Gluecifer sin quedar en evidencia, pero lo cierto es que el arrollador frontman de los noruegos The Good The Bad And The Zugly imantó a la audiencia congregada en la madrileña Sala Paqui, escéptica una buena parte al comienzo, entregada finalmente al huracán. Con todo, dolió un sonido tan saturado y opaco, un set tan corto y un rol tan secundario para alguien de semejante perfil.

Recordemos que Nikolaisen irrumpió como un trueno en los metálicos Kvelertak con su fabuloso Splid (20), escorando el sonido de la banda hacia el punk gracias a su feroz manera de atacar los temas, algo que lleva haciendo toda la vida con su recomendabilísima formación. En estos tiempos postmodernos en los que se agradece la renovación del hardcore propuesta por algunas bandas, pero donde a la vez comienzan a proliferar voces y actitudes interpretativas afectadas y melodramáticas verdaderamente estomagantes, o bien tonos guturales de imposible digestión, resulta excitante una voz tan poderosa, cruda, frontal y rabiosa como la de este imposible híbrido entre el ex futbolista Tomas Ujfalusi y un cartoon de Looney Tunes. Artífice de uno de los discos más atinados y necesarios del año, Research And Destroy (22), en canciones como “Song For A Prepper”, “Nostradumbass” y “Original Incel” nuestro protagonista, hiperactivo con su micrófono y rebosante de carisma, confirmó junto a sus engrasados compañeros que esa combinación de agresividad vocal, coros y adictivas melodías de guitarra, muy en la línea de los Turbonegro más crispados y pasados de vueltas, funcionan de maravilla.

Tras la merecida ovación, y un breve interludio, asomaron los infalibles “kings of rock”. Puestos a sacar el monóculo y a comparar, es posible que no tengan un disco del calibre de Payin’ The Dues (97) de los Hellacopters, canciones tan soberbias como las cimas de los citados Turbonegro o una sensibilidad tan magnética como los mejores Diamond Dogs, pero también es bastante probable que no exista una sola banda de aquella escena que haya firmado una carrera tan sólida y regular, más acreedora del fanatismo y orgullo de sus seguidores. Con sus dos pilares, el cantante Biff Malibu y Captain Poon a la guitarra siempre en sus filas, Gluecifer ha escapado al habitualmente desagradable baile de miembros de muchos compañeros de generación, y siguen sonando igual de invencibles en directo que en su momento de ebullición creativa.

El inicio del espectáculo fue una declaración de intenciones en toda regla: pasa el tiempo, las modas se suceden, muchas bandas coetáneas se apagan pero Gluecifer mantiene la sangre en el ojo y el pie en el acelerador. “Get The Horn”, “Car Full Of Stash”, “Call From The Other Side” y “I Got War”, del tirón, sin pausa ni respiro, a completo degüello, conformaron un póker imbatible, donde, pese a que las deficiencias en el sonido no terminaron de solucionarse, demostraron que es complicado envejecer mejor escénicamente que estos admirables individuos. Todo fluía a la perfección, la complicidad entre público y músicos era inmejorable y, como debe ser, los pogos y los vuelos por los aires de algunos fans especialmente entregados se sucedieron con bendita constancia.

Hacia la mitad, la gloriosa tripleta “Brutus”, “Automatic Thrill” y “Take It” sellaron otro momento para el recuerdo, y empezaron a confirmar lo que ya era evidente: que Gluecifer se siente más identificado con Automatic Thrill (04), su canto del cisne, que con ningún otro de sus álbumes de estudio. Es lógico que sus fans más puristas añoren temas de lanzamientos tan representativos como Soaring With Eagles At Night To Rise With The Pigs In The Morning (98) o Tender Is The Savage (00), y no deja de ser cierto que ese último trabajo abraza maneras compositivas y una producción muy propia de ciertas bandas de la época (Monster Magnet, Queens Of The Stone Age…), lo que tal vez les restó personalidad y esencia, pero también resulta difícil cuestionar que jamás sonaron más aplastantes y eficaces.

Pese a todo, la recta final deparó rescates de temas antiguos muy vitoreados como “Bossheaded” o “The Year Of Manly Living”, mientras que con “Reversed”, “Easy Living” y una particularmente certera y obsesiva “Black Book Lodge” casi seguidas también tuvo lugar la reivindicación de un disco de aire más taciturno de lo habitual en esa banda y probablemente incomprendido como Basement Apes (02). No apetecía que esta celebración del rock más primario y atemporal terminara nunca, pero por desgracia la versión de “Nice Boys” (Rose Tatoo) puso el colofón a una velada para el recuerdo y, en tiempos donde el estilo musical que nos ocupa goza de más trabas y menos foco que nunca, un motivo para no dejar de creer.

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