Heavy Trash +Bloodshot Bill – Wah-Wah Club (Valencia)

El término concierto es acertado en muchas ocasiones. Sin ir más lejos, para la sección en la que entra esta crónica. Sin embargo, para lo que hacen Jon Spencer, Matt Verta-Ray y compañía habría que inventar otra palabra. Sobre todo para Jon Spencer. Fue en el FRA 2007 cuando vi por primera vez a Heavy Trash; entonces salieron al escenario a las tantas de una noche agotadora, tras Maxïmo Park y Mercury Rev. Quedé prendado. Un viernes cualquiera, casi tres años después, salía feliz de la Wah-Wah con un 7» firmado bajo el brazo.

Antes de eso, Bloodshot Bill salió a calentar el ambiente. Hay que tenerlos bien puestos para despertarse un día y pensar «hoy voy a tocar la guitarra, el bombo y el hi-hat yo solito«. Paradójicamente, sabes que va en serio cuando te das cuenta de que el tío está tocando en pijama y descalzo. Su look cincuentero (ojo, por lo visto tiene hasta su propia marca de aceite para el pelo) y su rockabilly salvaje encendió a un público que supo responder al órdago del canadiense. Bravo.

Poco después, espectáculo en estado puro. O lo que es lo mismo, un señor llamado Jon Spencer. La sala, a rebosar como en las mejores ocasiones, lo recibió como el pastor del rock que es. Y él, encantado, iluminó a su rebaño. Acompañado como siempre por un sobrio Matt Verta-Ray, abrió los poros del respetable con una enérgica versión de «Bumble bee», uno de los mejores temas de su último y recomendabilísimo disco (Midnight Soul Serenade, Bronzerat Records).

Jon Spencer y Matt Verta-Ray son como el día y la noche. El ying y el yang sobre un escenario. Una perfecta combinación que da un showman carismático y termoestimulante de masas, y otro tan elegante y soberbio a las seis cuerdas como inamovible de sus cuatro baldosas imaginarias. Entre los dos, y apoyados en unos inspirados Simon Chardiet al contrabajo y Sam Baker en la batería, ofrecieron un recital que se paseó por las texturas de esa extraordinaria deconstrucción del rock más añejo que es su discografía; del que desprende perfume a clásico («Good man», «(sometimes you got to be) Gentle», «The loveless») al más sucio («Bumble bee», «Isolation»), de la elegancia de quilates («Gee, I really love you», «Dark hair’d rider», «Take my hand») a la hipnosis desértica («Sweet little bird»).

Spencer no paró quieto en toda la noche. Arriba, abajo, palmas, su particular trash-talking con el público,… Fue una pena lo de aquel micro. Cuentan que le quedaba una semana para jubilarse. El de New Hampshire le hizo de todo. Aquel pobre micro no lo vio venir. Con él, Spencer lanzó su sermón: hablaba de dinero, sexo y amor. Amor por el rock and roll. Con aquel micro, sobrepasada ya la media noche, también preguntó al respetable qué hora marcaba el reloj: «mañana es un día muy especial, y como mañana ya es hoy, hoy es un día muy especial». Y anunció el cumpleaños de Matt Verta-Ray. Y pidió besos para él tras el concierto. Y todos cantamos un cumpleaños feliz en medio de un concierto de rock.

Una noche magnífica en la que, al ponerle punto y final, Spencer y Verta-Ray dejaron triste un pedacito de nuestro corazón, ese sucio y grasiento que se pone contento cuando escucha «Blue suede shoes» o «Rock this town». Esperemos que no tarden mucho en regresar para sacudirle el polvo.

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