Mad Cool 2024 (Iberdrola Music) Madrid
Una de las principales citas musicales de la capital se despidió el sábado 13 de julio por todo lo alto, tras cuatro días de música, bailes y selfies. La nueva edición del Mad Cool contó con grandes nombres como Pearl Jam, Dua Lipa, Måneskin, The Killers, Avril Lavigne, Bring Me The Horizon y The Smashing Pumpkins, entre muchos otros.
En comparación con años anteriores, este festival madrileño ha sabido aprender de sus errores y realizar cambios oportunos, mejorando significativamente la experiencia de sus asistentes. Sin duda, la implementación de estas mejoras ha sido notable, y por ello, esta crónica comienza con aplausos.
El primer cambio evidente fue el refuerzo en los transportes, tanto para la entrada como para la salida, además de mejoras en los accesos y en la recogida de pulseras para quienes no las habían recibido en sus hogares. No se vivieron escenas de caos, más allá del alto volumen de gente en momentos puntuales, lo que mejoró considerablemente la experiencia del usuario.
Otro cambio significativo fue la distribución de los escenarios, ubicados en las cuatro esquinas del recinto de Iberdrola Music. Salvo excepciones puntuales, el sonido fue adecuado en prácticamente todos los conciertos. Además, la distancia entre los escenarios principales era suficiente para evitar la mezcla de sonidos entre diferentes conciertos que coincidieran. La oferta gastronómica, centralizada en un solo punto, resultó óptima para quienes se desplazaban de un escenario a otro sin obstruir el paso. Lo mismo ocurrió con las barras de bebida, distribuidas por todo el festival y gestionadas de manera eficiente durante los cuatro días. Además, como en ocasiones anteriores, se contó con espacios de hidratación gratuitos para aliviar el intenso calor que hizo durante todos los días.
Dos mejoras clave para el éxito de esta edición fueron la distribución de los baños por todo el recinto y una reducción considerable del aforo. En cuanto a los aseos, el año pasado fueron un punto crítico. Colocados en medio del recinto, generaban tapones, estrés y una falta notable de higiene. Este año, la nueva distribución fue un acierto total por parte de la organización. La reducción del aforo también se notó en la mejoría, pasando de 70.000 personas a 58.000. Este ajuste descongestionó el recinto y mejoró la calidad de los conciertos. En la primera jornada, el miércoles 10 de julio, acudieron 56.375 personas. La segunda jornada contó con 57.621 asistentes, la tercera con 49.781 y la última con 57.120.
En definitiva, Mad Cool 2024 ha demostrado que escuchar a su audiencia y realizar mejoras basadas en las críticas constructivas puede transformar un evento en una experiencia mucho más gratificante y memorable. Esta edición, con sus ajustes logísticos y su diversa selección de artistas, ha elevado el estándar y se ha consolidado como una de las mejores en la historia del festival.
Más allá de los aspectos logísticos, de infraestructura y de aforo, esta edición del Mad Cool también ha destacado por ser una de las más “flojas” a nivel de cartel. Es innegable que por sus seis escenarios han pasado artistas de primer nivel, pero en comparación con otros años, se ha hecho evidente la falta de más cabezas de cartel. Solo hay que comparar los carteles de las ediciones de 2022 y 2023 con el de este 2024. Además, de estos headliners, algunos ya habían estado presentes en ediciones anteriores, como Pearl Jam o The Killers, por mencionar dos ejemplos.
En cuanto al propio concepto del festival, no ha habido cambios significativos, o si los ha habido, han sido hacia una mayor comercialización del mismo. Al pasar los reconocidos contenedores y entrar en la explanada de Villaverde, uno no sabe si se encuentra en una convención de Fitur o en un festival de música. De todas maneras, esto no es algo exclusivo de este festival, sino de prácticamente cualquier macrofestival en nuestro territorio.
Y ahora, comenzamos con lo que nos gusta: la música
JORNADA DEL MIÉRCOLES 10 DE JULIO
Por Raúl Del Olmo
La primera jornada de este Mad Cool 2024 demandaba madrugar para disfrutar del concierto de uno de los nombres más atractivos del miércoles, Soccer Mommy. No es fácil ver a una banda de sus características por estas latitudes y, quizás, su espíritu levemente arty y esquinado les convertía en una de las propuestas más ajenas a la filosofía del propio festival.
Bajo un auténtico sol de justicia y un calor asfixiante –menos mal que las fuentes instaladas por la organización aseguraban una correcta y constante hidratación entre los allí presentes- era tiempo de presenciar en vivo las virtudes de una carrera en la que puso el foco la prensa musical más inquieta con Color Theory (20) y que, desde mi punto de vista, se vieron acrecentadas en su más musculado Sometimes, forever (23), del que sonaron especialmente convincentes unas tempranas “Bones” y “Shotgun”.
A partir de ese momento, la bonita voz de la suiza Sophie Regina Allison, acompañada de una solvente y policromática banda en la que destacaba a mi vista la camiseta del Psalm 69 de Ministry que enfundaba su guitarrista principal, nos fue envolviendo en un concierto hipodérmico donde su bedroom pop de tendencia ensoñadora y progresiones sutiles demandaba otro horario más nocturno y ubicación más recogida.
Soccer Mommy fueron los primeros que se sintieron halagados y orgullosos de compartir cartel ese día con las leyendas del rock alternativo The Smashing Pumpkins y su repertorio terminó gustando a sus acólitos y ,quizás, pudo parecer algo anodino a los no familiarizados con la artista.
El primer plato fuerte de la jornada lo ofrecía una artista del todo indiscutible, Janelle Monáe. Poco importaba la casi unánime opinión de lo endeble de The Age of Pleasure (23), desatinada continuación de Dirty Computer (18), trabajo en el que la de Kansas viraba inteligentemente su arte hacia un lenguaje sonoro y anímico mucho más entroncado con el espíritu de los tiempos, alejando en parte el clasicismo imperecedero de sus dos primeros discos monumentales, The ArchAndroid (10) y The Electric Lady (13), auténticas piedras filosofales de todo en lo que ha devenido el R&B moderno. Su puesta en escena sabíamos de antemano que iba a suponer toda una exposición grower de su nuevo cancionero. Para ello contribuyó especialmente una banda excelsa y orgánica, dotando de una elegancia y una clase difícilmente igualables sobre el escenario Mad Cool en su primer día.
Una voz prodigiosa y una versatilidad maravillosa, acompañaron los primeros lances de una Janelle Monáe que subió al escenario con un singular y coqueto vestido compuesto del todo por flores que se deshojó al poco tiempo mientras temas como “Float” o “Champagne Shit” crecían insultantemente con respecto a su versión de estudio. Eso sí, hubo que esperar algún tiempo para que llegaran algunos de sus pocos guiños al pasado, la muy funk “Q.U.E.E.N”, la espectacular “Electric Lady” y ese celebrado culmen festivo con “Tightrope”. Lástima la omisión de alguno de sus temas que más me afectan a la membrana ventricular como “Cold War” o “We were rock and roll”. Aun así, mucho más cerca de los desaparecidos Prince o Amy Winehouse que de ciertas divas pop actuales.
Tocaba la primera prueba de fuego para los hijos de los 90, descubrir el estado de forma de los actuales Garbage. Y prueba superada con éxito. La banda salió al escenario con un aplastante sol de cara que tuvo a Shirley Manson, vaporosa y apropiadamente vestida para ocasión, al borde del colapso por un calor achicharrante mientras tardaba en caer la tarde.
El grupo de productores, capitaneado por Butch Vig a la batería y unos Duke Erikson y Steve Marker inclementes y arrasadores a la guitarra (especialmente este último), construyeron una actuación muy sólida, donde sus nuevos temas no desentonaron para nada junto a sus grandes clásicos, incluyendo una bestial versión del “Cities in dust” de Siouxie and the Banshees que sonó descomunal.
Muy potentes sonaron igualmente canciones que conformaron nuestra identidad musical en nuestra adolescencia como “I’m think I’m paranoid” o “Vow”, que contrastaron con la emotividad que infligió Shirley Manson a la interpretación de “Special”, tras explicarnos que era para ellos algo muy apasionante volver a compartir casi treinta años después cartel con The Smashing Pumpkins, la banda que les dio prácticamente la alternativa mundial al llevarles como teloneros en la gira mundial de Mellon Collie & The Infinite Sadness (95), más allá de la relación tan especial que siempre tuvo con las calabazas Butch Vig, auténtica pieza clave en la fundación del espíritu y sonido original de los de Chicago.
El desarrollo del show no vio altibajo alguno y llegó por todo lo alto a un final con el prescindible coreo inevitable de “When i grow up”, una sentida “Only happy when it rains” y un aldabonazo de infinita altura con “Push it” con una de las frontwoman de nuestra vida arrastrándose prácticamente por los suelos mientras invocaba todos los demonios de la perversión que nos puedan quedar dentro a estas alturas.
El único solape doloroso de la primera jornada era el que me enfrentaba a decidirme entre ver a Swim School o a Dua Lipa. Me decanté en caliente por la primera opción. Si bien la cantidad de gente para ver a Dua Lipa era moderadamente soportable, me parecía mucho más estimulante ver a una de las últimas bandas de guitarras que me han agitado por dentro- cada vez son menos las de esta naturaleza, la verdad- en una de las carpas y desde una primerísima fila. Además, el escueto tiempo otorgado a los escoceses me permitiría ver mitad larga de la actuación de la diva pop junto a la labor que pudiera venir bien a algún lector o lectora de cara a conocer nuevas sensaciones musicales no tan conocidas al leer esta crónica. (Del concierto de Dua Lipa lo mismo te habla hasta el portero o tu vecina del quinto).
Y, la verdad, que menudo acierto de decisión. Si nos ceñimos a estrictos apartados sonoros y musicales, me atrevería a decir que el concierto de Swim School fue el mejor del día, lo que ocurre, claro, es que la calidad de sus composiciones no puede competir con la de los pesos pesados con los que se fajaban el pasado miércoles.
El trío de dos guitarras y batería, prescindiendo de bajo, erigió un muro de sonido completamente inabarcable y excelso, en el que la actitud y la voz emotiva y apasionada de Alice Johnson reinaba con total majestuosidad. Un concierto muy bien balanceado entre la intensidad y la belleza herida, aumentando notablemente las virtudes de su reciente EP, Seeing It Now (24), con el rescate obligatorio de la canción que me encandiló del combo y casi les obligo a escuchar en cuanto terminen de leer esto, “Delirious”.
Me costó salir de una carpa con una capacidad máxima de ochocientas personas a la que había montada en el escenario principal con Dua Lipa, parecían dos mundos que cohabitaran en dos universos paralelos. Dicho lo cual, absolutamente ninguna objeción al concierto que ofreció la inglesa afincada en Los Ángeles. Coreografías, puesta en escena, iluminación, hits, actitud y entrega apreciables e indiscutibles. Eso sí, todo ello muy profiláctico y aséptico para quien considera que en el error y la imperfección radica parte del encanto de la vida. Puede ser un defecto de fábrica, no lo sé. Tampoco tengo ningún mentor o coach para que me indique al respecto.
Lo que sí sé es que Future Nostalgia (20) era un disco muy bien armado y disfrutable, apropiándose como otros perros viejos del mainstream como The Weeknd de toda la imaginería y las virtudes de la escena synthwave underground, esa que adoro y que la mayoría ignora o desconoce hasta que estos artistas de relumbrón las succionan vestidos de brillantina como mirando para otro lado. O bien tiran de neones y magentas en las portadas para seguir haciendo el rollo de siempre ¿Verdad, Muse o Coldplay?
El caso es que su reciente Radical Optimism (24) se me antoja terriblemente más plano e inconsistente, si bien alberga un temazo como “Happy for you”, gran momento en las postrimerías de su repertorio, el cual enlazó posteriormente con otra joya inapelable, su celebérrimo “Physical”, los momentos que más disfruté del espectáculo.
Me encontraba nervioso y esperanzado antes de enfrentarme a una de las dos bandas de mi vida, aquellas que construyeron hace tantos años lo que soy y lo que anhelaba llegar a ser: The Smashing Pumpkins. La otra es Pearl Jam (qué jodido me lo pusiste este año, Mad Cool, como para no volver).
Hago un seguimiento enfermizo, como auténtico die fan, de todo lo que tocan, hacen, dicen y, ay, graban, a estas alturas. Es por ello que me sentía en cierta manera congratulado con Bill Corgan en el apartado vocal, si bien es inteligente e intenta obviar del repertorio momentos especialmente exigentes para sus cuerdas vocales. Su alarmante falta de punch en las partes más histriónicas y gritonas durante una larga temporada lastraba muchísimo sus shows.
Tanto es así, que la anterior vez que pisaron Mad Cool con la presentación del horroroso Shiny and Oh So Bright Vol. 1 (18) ni siquiera les vi, huyendo despavorido a presenciar las evoluciones del excelso rapero Vince Staples, solo unas filas detrás de Yung Beef y su crew. Ahora, esa carencia y hastío escénico se habían evaporado considerablemente sobre las tablas. Otra cosa es el aspecto de estudio. Me niego a gastar pulsaciones de tecla en intentar definir algo tan mortífero para cualquier ser humano como lo es ATUM (23).
Con todo y con eso, estaba precavido a la par que esperanzado (algunas personas tenemos otro defecto de fábrica que mencionar: no perdemos la ilusión pese a las decepciones y las pérdidas a las que nos somete la existencia). Y bueno, en cuanto se apagaron las luces y su habitual música de fondo henchida de ese barroquismo del cual sólo genios como el joven Corgan conseguían exhibir sin hacer el ridículo, nos impregnaba los oídos e iba preparando el camino para penetrar de puntillas en el corazón.
Y qué arranque: “The Everlasting Gaze”. Típico guiño al fan de verdad, no tan obvio. Una suerte de stoner rock venido de otro mundo, de las galaxias de fantasía que sólo alcanzan a existir en los sueños que reúnen a la pequeña reserva de animales sensibles en un “no lugar” que no conoce ni tiempo, ni espacio.
Arrasador sonido, compacto, nítido, metálico, ampuloso, PUMPKIN. Bastaron minutos para reconocer la maquinaria mítica que tanto nos ha dado a muchas personas allí congregadas a lo largo de nuestra vida. Guitarras afiladísimas y contundentes, un Jimmy Chamberlin que, en fin, es el mejor baterista que escucharán mis oídos el tiempo que siga respirando en el Planeta Tierra. Las muñecas de este hombre están bendecidas por los Dioses del Olimpo, y una apertura como esa era el mejor lucimiento posible.
Le siguió otro rescate para los frikazos de tomo y lomo como yo; nada más y nada menos que “Doomsday Clock” otro arrase de metal incluido en lo que, por entonces, parecía una aberración, Zeitgeist (07) y que, a la postre y tras lo publicado, lo podríamos casi definir como el último disco con alguna canción medianamente memorable.
Tiempo para las excentricidades locas de Corgan y compañía con sus habituales versiones imposibles. Esta vez tocaba el “Zoo Station” de U2, convertida en un monstruo deleitoso arrastradísimo, con un solo de batería de Chamberlin que ya nos dejaba rendidísimos para lo que quedaba de velada bajo las estrellas.
Luego vino “Today” para que los primeros doscientos teléfonos móviles delante de mí tuvieran su momento. Ningún problema, pero vamos, que de sobra sabemos que en una obra maestra magna al alcance de ningún otro mortal como lo es Siamese Dream (93) es, fácilmente, el tema casi más prescindible de todos.
Corgan está seguro, confiado, comunicativo y desafiante. Cree en él y yo le respeto. Y se atreve a sacar temas nuevos a escena como “Spellbinding”, que, claro, nos da igual, pero al menos no nos hiere de una manera prominente. Siguen los clásicos y toca “Tonight, Tonight”, una canción tan bella que, aquellos que la hemos vivido en primera persona con todo lo que lleva dentro alguna vez en nuestro paso por este mundo, sabemos que podríamos morir en cualquier momento con la placidez de que la vida nos dio a través de algunos ojos mucho más de lo que pensamos el día que vinimos al mundo. Suena sin cuerdas, y su solidez percusiva la hace igual de majestuosa, de gigante, de brillante…no tanto cuando más tarde rescatan la inmortal “Disarm” y lo hacen con las cuerdas pregrabadas. Así no,Billy: o me la tocas desnuda tú solo, o me la haces desgarradoramente sangrante como en vuestro Viuphoria.
Suenan las bases programadas de “Ava Adore”, aquella canción que nos hizo fruncir el ceño antes de la salida de Adore (98), esa rareza oscura y mágica, tan coyuntural como eterna para quienes nos perdíamos en sus parajes sombríos las noches de algún verano mientras traducíamos entero el libreto con un diccionario Larousse y un bolígrafo verde como únicos compañeros de viaje. Una pena que este tesoro sólo sea rememorado muchas veces a través de este –prescindible- tema. No, casi mejor. Que las Cajas de Pandora sólo se abran para quienes nos podamos guiñar un ojo antes de levantar la tapa.
Queda tiempo para otros clásicos: “Bullet with butterfly wings”, coreada, pogueada, celebrada como todos aquellos años hicimos en los garitos alternativos de Malasaña y “1979”, cerrando los ojos y luchando suavemente por recuperar en nuestra mente el dibujo difuminado de aquellas veces que fuimos felices siendo jóvenes y ni siquiera lo sabíamos.
Sabemos que es el repertorio de un festival, y que habrá omisiones con respecto a los set list que están tocando. Y cómo duelen las tres que se quedan fuera, queridos acompañantes del viaje. Nada más y nada menos que no tendremos delante de nosotros en un concierto tan, tan bueno “Thru the eyes of Ruby”, “Rhinoceros” y “Mayonaise”. Una espina sangra en el ventrículo.
¡Al menos tenemos un “JellyBelly” para volvernos locos! De los pocos guiños fuera de los singles que encontramos en la velada y tres minutos de un desquiciamiento absoluto. Tema tan, tan suyo…Como suyas son las ya conocidas conversaciones absurdas entre el siempre entrañable James Iha y un Bill Corgan que sonríe y se sabe magno, un embaucador cuando se mete en el estudio hoy día, desde luego, pero un alma de las que pueden cambiar una vida o devolverla al mundo desde el averno.
Las demás piezas cumplen su papel sobre el escenario. Discretas, sabedoras de su papel secundario o terciario, incluyendo a su nueva guitarrista, Kiki Wong. (Te echaré siempre de menos, D’Arcy. Espero que me escuches desde tu poster al que miro mientras escribo esto).
Quedan dos pepinazos de muchísima altura para terminar por todo lo alto estallándolo todo, “Cherub rock”, el tema al que le debo haber entrado en su infinito universo, tan buenísimo como siempre, un clásico inmortal de la biblia de los 90’s y el final desaforado e inclemente de “Zero”, cuya letra escribía por completo en las mesas de la facultad con el mismo boli verde de las que, posiblemente, ya no queden ni las astillas, llevadas por el viento y enterradas bajo tierra, como todos terminaremos algún día. Pero no, no esta noche.
JORNADA DEL JUEVES 11 DE JULIO
Por Raúl Del Olmo
La segunda jornada del festival arrancó con idéntica tónica climatológica que el miércoles. Un calor bochornoso, pero esta vez atenuado por una brisa que sopló aplacando la sensación térmica en las primeras horas de festival. Igualmente, las fuentes y las sombras, no demasiadas estas últimas, permitían protegerse lo suficiente de las variantes estivales comunes,
También tocó madrugar, y de nuevo el acceso al recinto no supuso ninguna complicación. Esta vez Larkin Poe era el referente a tener en cuenta, inaugurando el jueves las actuaciones del escenario principal. La propuesta de las hermanas Lowell suponía sin duda el acercamiento más nítido hacia el rock de raíces norteamericano, impregnado de herencia blues y tintes de americana, emparentable en cierta manera a la propuesta de mis estimados The Last Internationale, pero con el slide echando humo todo el tiempo.
Una carrera sólida, unida a la eficacia escénica de la pareja junto a una solvente banda de acompañamiento consiguió labrar un concierto donde exhibir entre fieles y curiosos las virtudes de una carrera en pos de expandirse con el reconocimiento adquirido por su último trabajo hasta la fecha, Blood Harmony (22), al que incluso dieron relevo con la presentación en vivo de un nuevo tema,” Bluephoria”, que justo se publicaba el día siguiente y mantiene a las artistas en las coordenadas sonoras ya conocidas.
Era tiempo después de acercarse a ver a Russian Red. Empleando la corrección socialdemócrata del colectivo periodístico musical al que pertenezco (en la cual excreto cosa mala) diré, para referirme a su universo, que “no está hecho para mí”.
El único disco con el que logré conectar fue su lejano Agent Cooper (14), trabajo que, desde su propio título, apelaba a una imaginería onírica y disponía un sonido abigarrado y ensoñador. Una anomalía en su carrera. Me jugaría un brazo a que es lo que menos interesa a su parroquia de seguidores, muy probablemente mucho más interesados en “ la coplilla indie picantona” de Volverme a enamorar (24). Lo que ya no iba a soportar era un retraso de más de cuarenta y cinco minutos para salir a escena. Mira, Lourdes, qué quieres que te diga, no eres el Axl de las giras de los Use Your Illusion y tengo que coger sitio en la carpa para ver de cerca a Black Honey. Chau chau.
Al igual que la pasada jornada con Swim School, el nombre en pequeño a tener muy en cuenta del día era en esta ocasión Black Honey. Esta vez, sin embargo, la expectación previa a la apertura de la puerta que daba acceso a la carpa donde tocarían era mucho mayor que con los escoceses. También es verdad que Black Honey no tuvo que lidiar con un solape tan acaparador como Dua Lipa.
La banda inglesa ha confeccionado una carrera sin fisuras en las que su último álbum hasta el momento, A Fistful of Peaches (23) es el que más convence a quien les escribe. Su disco más frontal y guitarrero, mientras que los dos anteriores flirtean más con diversos estilos aportando más variedad a la escucha, pero también algo más de levedad general.
Uno de los grandes atractivos de la banda es, sin duda, el carisma escénico y excentricidad de su líder Isobel Baxter Phillips, que mostró un desquiciamiento relativo y un magnetismo considerable, enfundada en una especie de outfit a lo Caperucita Roja. Fue una pena que lastrara algo su concierto un sonido demasiado bajo y un set list demasiado escueto a tenor del entusiasmo despertado entre el público congregado, pero, sobre todo, las canciones de su último trabajo (“Heavy”, “OK” y “Out of my mind”) sonaron lo suficientemente apasionadas como para seguir tras su pista.
Al salir de allí, coincidían en el tiempo sobre dos escenarios la elegancia de Michael Kiwanuka y la energía de Mando Diao. Mi decisión fue colocarme estratégicamente en el lugar justo donde se mezclaba el sonido de ambos y podía escuchar por una oreja a cada uno. Por supuesto sólo unos minutos antes de pedirme una bebida espirituosa y marchar a adentrarme por fin en The Loop, el recinto que Mad Cool dedica en exclusiva a la electrónica.
Toda una experiencia el momento de internarme en ese Thunderdome iluminado fastuosamente y acondicionado para el disfrute y la lisergia a través de la danza. Un auténtico escenario digno del mejor film de Nicolas Winding Refn. Llegué con la sesión que estaba ofreciendo Sugar Free, DJ nacional forjada en las salas de Berlín, que ofreció una ración de hard -techno de gran octanaje, al menos en el pasaje en el que yo me incorporé antes de disfrutar sin pausa de la australiana CC: Disco!, fabulosa en estudio y que, desde la mesa, elevó por momentos el calambre electro mezclándolo con pasajes más hedonistas como el conseguido con el rescate del “Relax” de Frankie Goes to Hollywood.
Tocaba irse adentrando en la marabunta de personas que esperaba el que, indiscutiblemente, era el plato fuerte del día: el regreso de Pearl Jam por estas latitudes. Hemos tenido que sufrir hasta el último momento con la incertidumbre de si la banda iba a recuperarse de los problemas de salud sufridos recientemente que les llevó a suspender tres conciertos de la gira europea. Menos mal que las dos noches vividas en Barcelona nos hicieron respirar aliviados con la recuperación de Eddie Vedder y los suyos, con dos set list imponentes para fans, debo añadir.
Tal y como comenté en la jornada del miércoles, es inevitable el hecho de que las bandas que amamos, a la hora de planificar un repertorio para un festival, suelan tirar más hacia lo seguro y las exquisiteces que buscamos los fanáticos a muerte, por contra, afloran en los conciertos particulares que dichos artistas ofrecen. Sabiendo de antemano esto, era momento de disfrutar de la otra banda de mi vida.
La verdad que Pearl Jam arriesgó sobremanera comenzando con ese salivazo desenfrenado que es “Lukin’”, a tenor de lo mal que ha llegado a sentirse Eddie Vedder recientemente en lo que definió desde el escenario del Palau Sant Jordi como “una experiencia cercana a la muerte” por las complicaciones respiratorias derivadas de una bronquitis aguda.
Se atestiguó desde muy pronto que eso supondría unos registros vocales más discretos de la que, para mi persona, es la voz que más veces me ha salvado, lo cual era razonable, apoyándose en muchos pasajes en el público no sólo para los obvios coros de concierto, sino en pasajes más exigentes para su garganta. Aun así, debo decir que fue precisamente la estampa de este Eddie, mi héroe hasta que ya no esté (él o yo) por aquí lo que más me conmovió durante todo el show. Sus ojos llorosos, velados, su rostro tocado todavía por la enfermedad, su infinita simpatía, hermanamiento y apasionamiento incluso bajo estas circunstancias lo que me reblandecía cada poro de la piel y del lacrimal.
Sus charlas en castellano, cada vez más destartalado y entrañable, incluyeron la presentación de cada miembro de la banda antes de una canción. Y, más allá de la evidente pleitesía a sus compañeros de grupo, se dibujaba subterráneamente un agradecimiento. La constancia de quien siempre estuvo allí, incluso en estas horas aciagas recientes, sin que haga falta explicar mucho más, como ese silencio cómplice que nos acompaña cuando miramos las estrellas y pensamos en otra persona que las estará observando desde cualquier otro lugar juntándose ambas en un mismo corazón compartido.
Volviendo al desarrollo del show, tras ese arranque, le sucedió la indispensable “Corduroy” con su desarrollo tan emocionante hasta su clímax. Y sin pausa una salvaje “Why Go”. Quedaba claro que el malestar físico no iba a impedir intentar darlo todo, pese a las limitaciones y a un sonido que, en la primera parte del concierto, se antojaba débil y cansado, como si también adoleciera de la reseca de una enfermedad incierta.
Pero, claro, allí estaban un conjunto de músicos maravillosos; y capitaneados por un imperial Mike McCready (lo del solo de “Even Flow” con la guitarra a los hombros detrás de la cabeza volvió a ser asombroso), un Matt Cameron que al 20% de lo que tenía que hacer en Soundgarden le basta para ser un motor elemental, un compositor ejemplar como Stone Gossard y un eternamente joven Jeff Ament insuflaban a Eddie todo el aire extra que pudiera necesitar.
Fue entonces, tras el primer speech en castellano saludando a Mad Cool, cuando una canción tan tierna y sencilla como “Elderly Woman Behind the Counter in a Small Town” me anegó los ojos casi sin darme cuenta, seguida de la tan especial en lo personal que es “Given to Fly”, probablemente el último gran clásico inmortal compuesto por Pearl Jam.
Tiempo después de rendir pleitesía a su reciente Dark Matter (24), un disco con muchas mejores composiciones e intención que sus dos anteriores y que, sin embargo, adolece de una producción horrible que apelmaza los temas haciéndolos sonar como una bola estando tan llenos de matices y versatilidad la mayoría. Especialmente me gustó el tramo de guitarra final de “Scared of Fear” y la bonita “Wreckage”, con ese tono campestre puntualmente tan suyo desde Vs (93).
El tag tan guay de “W.M.A.” en “Daughter” fue uno de los momentos donde más flaqueó el bueno de Eddie, ayudado en algunas notas por el trabajo discreto de Josh Klinghoffer, el ex -guitarrista de Red Hot Chili Peppers, reclutado para la gira de Pearl Jam que lo mismo te mete una tercera o cuarta guitarra que te arregla unas percusiones.
Como única sorpresa que sorprendiera a los que somos más fans, tuvimos el rescate de “Unthought Known”, emocionante canción del bastante infravalorado Backspacer (09). Eso fue justo antes de “Black”, probablemente el momento más conmocionante de la velada. A su ya conocida letra acerca de la pérdida y posterior condena derivada de ésta, la acompañaba el deambular por el escenario de Vedder, sensible a la par que cansado, nadando llevado por un mar de coros por parte del público hacia el final de la canción (en la que las cosas no estaban para desgañitarse con el siempre helador “We belong together”, quizás en parte como metáfora de que no sabremos más si llegaremos a estarlo).
Y es que, con esta semblanza y transmisión tan absolutamente enternecedoras (el abrazo de Eddie por la espalda a Mike al regresar de caminar hasta uno de los laterales del escenario), uno ya no cuestionaba su existencia como antaño, sino que daba paso, con una extraña serenidad y lucidez, hacia el acercamiento de su propia muerte. Años luz pasaban ante mis ojos, la pregunta de si volvería a ver a Pearl Jam delante de mí, del equipaje tan hermoso que son los recuerdos cuando sabemos que ellos serán el contenido de la última maleta que dejaremos por abrir antes de irnos por siempre.
Después, tras un “Running” que no corrió tanto como en estudio, llegaba un cierre de grueso de concierto del todo legendario como el que ofrece “Porch”. Una vez más se encogía el corazón en su desarrollo trepidante con un final alargado del tema en el que Eddie Vedder se bajó a pasearse por la pasarela central entre el público. De nuevo, las aguas de la playa del descanso eterno sonando en nuestros oídos. De las sobrenaturales imágenes en vídeo del “Porch” del Pinkpop de 1992 a mi mirada viendo el “Porch” de Mad Cool 2024. Tranquilo y suave: la vida es, en sí misma, un regalo.
El descanso antes del bis parece que insufló nuevos bríos a la banda y el último tramo del concierto, pese a ser ciertamente habitual, supuso una inyección de energía y eficacia interpretativa, comenzando por un “Betterman” dedicado a Miguel Ríos y a su hija, pasando por una portentosa defensa de “Do the evolution”, un inmortal “Alive” coreado hasta la extenuación por todas las almas allí congregadas, el festivo “Rockin’ in the Free World” de Neil Young (reparto de panderetas incluido) y un broche lindo con esa cara B que siempre fue A para todos, “Yellow Ledbetter”. Hasta siempre (y más allá).
Para terminar, me acerqué a ver qué tal sonaban Greta Van Fleet. No soy fan. Aprecié un sonido bastante rotundo, un Joshua Kiszka ataviado con chaleco de torero y un histrionismo vocal cargante mientras que la banda ejecutaba con presteza instrumental su repertorio.
Pero yo estaba surfeando en otro mar, tratando de coger la ola de la memoria, para que no me abandone nunca y, de esta manera, aferrar mi tabla a su salvación.
JORNADA DEL VIERNES 11 DE JULIO
Por Víctor Terrazas
Son cerca de la 1:15 de la madrugada. Tras una calurosa tarde, más de 40.000 personas disfrutan de una de las bandas de rock más populares de la década. La temperatura ahora es perfecta, con una brisa veraniega que alivia a los asistentes, aunque afecta levemente el sonido. Nos encontramos en el punto álgido del concierto de Måneskin. Tras varias canciones y un solo impresionante de varios minutos a cargo de Victoria De Angelis en el bajo y Ethan Torchio en la batería, el carismático vocalista Damiano David vuelve al escenario con «Mammamía».
Apenas pasan unos minutos cuando, mientras el bajo de Victoria marca el ritmo de la nueva canción, Damiano se quita la camiseta y comienza a cantar «Bla Bla Bla». El rugido del público es ensordecedor, superando incluso el clamor provocado por éxitos anteriores como «Zitti e Buoni» o «Beggin'». Este instante encapsula la esencia del concierto y el distintivo que ha llevado a Måneskin al estrellato: imagen, calidad, arrogancia y deseo.
Con una mezcla de desidia y bravuconería, Damiano desciende al foso, sumergiéndose en la multitud. Todos desean ser él o estar con él. Es el epítome del rock en su estado más puro, o al menos en su versión más arquetípica. El rockstar perfecto del nuevo milenio. La cámara, liberada de la censura puritana de MTV, no deja de enfocarlo. Lo adora y él se adora a sí mismo. Cada movimiento está milimétricamente calculado. «Bla Bla Bla» en directo es un éxito rotundo, impecable.
Aun así, no todas las imágenes proyectadas por Måneskin me agradan. La actitud chulesca de Damiano sin camiseta, fumando un cigarrillo mientras entona «The Loneliest», simplemente genial. Victoria, arrodillada tocando el bajo con la frase «Smell of Female» grabada en sus amplificadores, también. Pero hay otros momentos que, aunque comunes en el espectáculo de muchas bandas, continúan sin convencerme.
Uno de esos momentos ocurrió durante «Kool Kids». Más de una docena de fans fueron invitados al escenario por la banda misma. Lo que podría haber sido un gesto de comunión entre público y conjunto se transformó en una dinámica de poder desconcertante, al menos para los asistentes que no forman parte del circuito fandom de la banda.
Es habitual que las bandas inviten a fans a tocar, cantar o incluso a saltar desde el escenario. Pero en este caso, la participación fue meramente simbólica. Simplemente estaban allí, rodeando a los músicos como si fueran semidioses romanos, ansiosos por tocarlos y confirmar que eran de carne y hueso. A lo sumo, alcanzar para alabar al baterista o tocar las cuerdas de la guitarra o el bajo.
Sinceramente, no entiendo por qué se perpetúan estos roles de adoración. Si realmente quieres derribar la barrera entre el público y la banda, hay maneras mucho más efectivas de hacerlo. Un ejemplo brillante fue la actuación de Brandon Flowers, vocalista de The Killers, la noche siguiente. De lo contrario, solo queda esa frase de la misma canción que estaban cantando: “But cool kids, they are not as cool as us”.
Más allá de la fachada de rockstars rebeldes, Måneskin se asemeja a un energético power trío, complementado por un vocalista excepcional. Son un grupo de músicos muy jóvenes, ninguno de ellos supera los veinticinco años, pero su calidad instrumental es realmente notable. Cada miembro aporta su talento, aunque, para mí, el guitarrista Thomas Raggi brilla con luz propia. Sin duda, es una de las piezas clave de este proyecto.
Un ejemplo claro de su talento se dio en medio de ese hedonismo romano. Mientras el resto de la banda se dejaba llevar por el fervor del público, Thomas Raggi, también presente, decidió retirarse a un lado. Allí, jugó con su caja de pedales, creando un torbellino de sonido e intensidad antes de los bises. Cuando los demás se retiraron, él fue el primero en volver, deslumbrándonos con un solo de más de siete minutos, una auténtica exhibición de su maestría con la guitarra.
En este baile de la vida, como el famoso tatuaje de su frontman sugiere, Måneskin sabe cómo mantener viva la llama de sus fans y atraer a los curiosos seducidos por los titulares y los videos de TikTok. A pesar de la presión de ser por primera vez cabezas de cartel en un festival español, de terminar diez minutos antes de lo previsto y de repetir temas en el bis, como “I Wanna Be Your Slave”, logran convencer y triunfar. Todo esto, incluso sin ofrecer un concierto extraordinario.
La razón principal es que la presencia de Måneskin es tan impactante que, en directo, brillan aún más que en sus grabaciones. Este grupo vive de su imagen, la cultiva y la cuida con esmero. En un mundo donde la apariencia parece que lo es todo, ellos han entendido la jugada a la perfección. Al fin y al cabo, su figura representa un revival de la teatralidad del glam en el siglo XXI, ¿no?
Retrocedamos un par de horas, hasta el concierto de Tom Morello, programado para las 21:50. En mi opinión, fue uno de los momentos más destacados de la jornada. Nunca he sido un fanático ferviente de Rage Against The Machine, pero la figura de su icónico guitarrista siempre me ha atraído. La actuación de Morello se presentaba como una de las grandes incógnitas de la noche. Su set en el tercer escenario coincidía con los electrizantes Black Pumas en el principal y con uno de los artistas underground más destacados de nuestro país, Depresión Sonora. La expectación estaba en el aire.
Optar por Tom Morello fue un acierto mayúsculo. Cada canción y cada momento del espectáculo podrían ser perfectamente reseñados. Uno de los momentos destacados, especialmente después de haber hablado de Måneskin, fue cuando Morello invitó a Thomas Raggi a unirse a él en el escenario. La expectativa, a priori, era escuchar «Gossip», una de las canciones más conocidas de la banda italiana en la que Morello colabora. Sin embargo, para sorpresa de todos, el dúo Raggi-Morello nos sorprendió con una excelente versión de “Kick Out the Jams” de los legendarios MC5.
Esta no fue la única sorpresa que nos brindó el guitarrista estadounidense. A lo largo de la noche, Tom nos deleitó con versiones al más puro estilo Morello: desde “The Ghost of Tom Joad” de Bruce Springsteen, hasta “Like a Stone” de Audioslave, e incluso “Power to the People” de John Lennon, con la que cerró el concierto por todo lo alto. Además de su música, tampoco faltaron las frases reivindicativas, los discursos de izquierda, las banderas de Palestina y los pogos, muchos pogos.
Lo que realmente me sorprendió fue la cantidad de canciones de Rage Against The Machine que interpretó. Muchas de ellas en un formato reducido y conectadas entre sí. Lo mejor es que en ninguna de ellas cantó la letra; todas fueron instrumentales, un gesto que muestra su respeto y admiración por Zack de la Rocha. Pero que Morello y su banda no cantaran no significó que el público se quedara callado. En “Killing in the Name”, por ejemplo, fue una auténtica obra de arte. Tom giró su micrófono hacia la multitud, permitiendo que todos corearan la canción mientras él y su equipo tocaban la melodía. Una experiencia sublime que se intensificó con la aparición de un invitado muy especial: Roman Morello.
Su hijo, apenas trece años y vestido con una camiseta de la selección española de fútbol, deslumbró en el escenario. Ya quisieran muchos grupos que han pasado por el recinto Iberdrola Music contar con un guitarrista de la proyección y calidad de Román. Y pensar que es solo un protoadolescente. Esta colaboración no se limitó a un instante; abrió el concierto con la poderosa «Soldier in the Army of Love», un tema que compuso junto a su padre hace solo unas semanas. Un momento icónico llegó cuando el hijo de Morello tocó la guitarra detrás de la cabeza, revelando el nombre de Lamine Yamal al público y desatando vítores y aplausos. Un golazo por la escuadra, como el que el extremo español nos regaló hace apenas unos días.
Acto seguido, con la demanda que imponen estos festivales, me dirigí al escenario dos, ubicado en el lateral derecho del recinto. La ocasión era inmejorable: una de las bandas de mi infancia, Sum 41, iba a ofrecer uno de sus últimos conciertos en toda su carrera en Madrid. La emoción se palpaba en el aire, y mi corazón latía al ritmo de las guitarras que aún no habían empezado a sonar.
Hace apenas un año, tras casi tres décadas en la carretera, el conjunto canadiense anunció su separación. La banda informó de sus planes de disolverse, pero no sin antes ofrecer una última ronda de celebraciones. Cuando el cartel del Mad Cool anunció a este conjunto como uno de los cabezas de cartel y principales atractivos, todo indicaba que este sería su último concierto por estos lares. Sin embargo, días antes de su actuación en el festival anunciaron que habría otro concierto más el 19 de noviembre en el WiZink Center, lo que nos dio un rayo de esperanza a los fans.
En lo que se refiere al espectáculo propiamente dicho en el Mad Cool, no hubo una sola pega. Todo estaba perfecto: desde el sonido hasta el setlist, la duración del concierto y la presencia arrolladora de la banda en el escenario. En este último apartado, la actitud de Deryck Whibley fue un acierto total. Cercano, bromista, participativo y, sobre todo, enchufado musicalmente. El concierto, de unos setenta y cinco minutos, estuvo dividido en veinte cortes. Comenzó con un estilo dinámico gracias a “Motivation”, “The Hell Song” y “Over My Head”, tres temas de principios de los dosmiles que rápidamente nos transportaron al pasado. Este concierto no se puede entender sin ese tono nostálgico que lo impregnaba. Fue un regreso fugaz a la adolescencia, a las canciones guardadas en un Mp3, especialmente cuando sonaron clásicos del pop punk como “Walking Disaster” o “With Me”, donde el público, con el puño en alto y vans en los pies, las gritó, coreó e hizo completamente suyas.
El final del concierto fue, si cabe, aún más espectacular. Desde el juego que planteó el grupo con versiones de los White Stripes, Deep Purple o Queen, hasta el lanzamiento continuo de confeti, pasando, por supuesto, por los grandes hits como “Pieces”, “In Too Deep”, “Fat Lip” y “Still Waiting”. Fue una fiesta por todo lo alto, una antesala a una despedida inolvidable que dejó a todos con el corazón latiendo al compás de esos acordes que marcaron nuestra adolescencia.
Más allá de estos tres grandes conciertos: Måneskin, Sum 41 y Tom Morello, también estuvimos presentes en otros de menor tamaño, pero no por ello de peor calidad. De alguna manera, estos representan uno de los grandes «problemas» de esta nueva edición del MadCool: la falta de grandes cabezas de cartel en comparación con años anteriores.
Esta situación fue palpable tanto en el concierto de Unknown Mortal Orchestra (escenario principal) como en el de Sleaford Mods (escenario 2) a las 19:05 y 20:20 respectivamente. Para hacernos una ligera idea, y sin remontarnos demasiado, en la jornada del viernes 7 de julio de 2023, en horarios similares, teníamos a Sam Smith en el escenario principal y a Angel Olsen en el escenario 3.
El concierto de Unknown Mortal Orchestra fue un auténtico lujo que muy pocos pudimos compartir. Poco más de un millar de personas nos encontrábamos en las primeras filas del escenario principal. De hecho, había más gente resguardada a la sombra del palco VIP que cerca del escenario. Algo completamente normal debido al intenso calor que hacía en esos momentos en la explanada de Villaverde. Si lograbas sobrevivir al sofocante calor y te dejabas llevar por el rock psicodélico de este grupo neozelandés, eras capaz de alucinar sin necesidad de sustancias estupefacientes.
Pese a su breve duración, en torno a los sesenta minutos, el concierto fue un auténtico lujo. Realmente, era como estar en una reunión de amigos, donde todos los presentes estábamos allí por y para el grupo, y el respeto era palpable durante todo el espectáculo. Toda una victoria. Mencionar esto es necesario, aunque sea triste, porque el día anterior, a una hora similar y en el mismo escenario, la fama del artista o la mala suerte con los oyentes que tenía a mi lado me arruinaron literalmente el buen concierto que estaba ofreciendo Michael Kiwanuka.
Con Unknown Mortal Orchestra no fue así, y sinceramente fue un alivio, pudiendo disfrutar de las doce canciones que presentaron, entre ellas los grandes hits como “So Good at Being in Trouble”, “Multi-Love” y la imprescindible “Hunnybee”.
Más allá de estos éxitos, también tenía ganas de ver cómo se desenvolvían los nuevos temas de su reciente trabajo V (2023). Por suerte, incluyeron en el setlist tres de los temas más representativos de su nuevo repertorio: “That Life”, “Layla” y “Nadja”, los cuales disfruté aún más cuando el equipo de seguridad nos refrescó con una manguera para evitar que sufriéramos una lipotimia. Es una pena que en su próximo tour no haya ninguna otra fecha programada en España. Verlos en una sala debe ser una experiencia memorable.
En cuanto al concierto de Sleaford Mods, siendo sinceros, no tenía ningún sentido programar al dúo de Nottingham en ese escenario. Era realmente ridículo. Todo el escenario estaba completamente negro, con una simple caja y un portátil encima del cual Andrew Fearn pulsaba «play» para poner las bases pregrabadas mientras Jason Williamson cantaba. Pocas veces en mi vida he visto algo tan austero. La distancia entre ambos era de al menos tres o cuatro metros, y mientras Jason cantaba, Andrew simplemente gesticulaba con las manos o saltaba al fondo del escenario una vez pulsado el botón de «play». Imagina ser Andrew: tu trabajo se reduce a apretar un botón y luego improvisar movimientos. Si este concierto se hubiera programado en uno de los escenarios más pequeños, como el Stage 5 o Stage 6, habría sido una auténtica locura, como lo fue el de Kneecap el día anterior.
Aun así, a pesar de tener todo en contra, Sleaford Mods ofrecieron un estupendo concierto. Había bastante público, en parte gracias al buen horario y a que la mayoría de la ubicación se encontraba a la sombra. El último tercio del concierto fue una maravilla, especialmente tras la versión que hicieron de “West End Girls” de los Pet Shop Boys. Después de esa, llegaron temas como “Nudge It”, “Tied Up in Nottz”, “Jobseeker” y “Tweet Tweet Tweet”.
Más allá de esto, tampoco hubo ningún comentario por parte del dúo sobre el lamentable concierto que dieron la última vez que pisaron Madrid hace apenas unos meses, cuando abandonaron el escenario de mala manera tras recibir varias kufiyas lanzadas por el público. Tampoco se les recriminó nada esta vez ni hubo lanzamientos de materiales peligrosos como pañuelos o banderas palestinas. Aun así, y esto sí que me sorprendió, había varios miembros de seguridad privada rondando la zona. Algo que solo observé en este concierto y en el del día siguiente de Bring Me The Horizon.
JORNADA DEL SABADO 13 DE JULIO
Por Raúl Del Olmo y Víctor Terrazas
La jornada de clausura de Mad Cool, como había sido la tónica días anteriores, volvía a programar un gancho con fuerza a primera hora de la tarde para que la atención de los más enchufados con la escena musical actual acudiese a primera hora bien pertrechados para seguir lidiando con un sol inclemente.
En esta ocasión, era el turno para una de las pocas propuestas de rock en su sentido más recto que ha conseguido calar entre la audiencia más joven a la par que en veteranos fanáticos de las seis cuerdas. Me estoy refiriendo a las mexicanas The Warning. Su propuesta frontal, abigarrada y desacomplejada ha alcanzado con su reciente Keep Me Fed (24) el pico máximo de inspiración.
No les costó a las tres hermanas Villarreal ganarse al público congregado en el escenario principal tras la caída de cartel de Tyla. Riffs muy bien armados, herederos de la escuela alternativa de segunda generación, con Queens of the Stone Age y los Muse menos engolados como principales referentes en el retrovisor y momentos de comunión considerable con el coro colectivo de “Narcisista” o el broche desaforado de “EVOLVE”.
Tenía ganas de ver por fin sobre un escenario a Arlo Parks tras su cancelación en este mismo festival en su edición de 2022 que conllevó, por otro lado, a disfrutar de un descomunal concierto de Cala Vento (en la vida voy a olvidar lo de los dos pogos gigantes paralelos a ambos lados del escenario) como incorporación de última hora para suplir su falta.
Tremenda atmósfera sedosa y ensoñadora la conseguida por la inglesa con el hándicap de ser programada a una hora tan temprana, algo que no ayudaba para nada a la hora de abrigar su smooth soul tremendamente cautivador. Arlo Parks, enfundada en una camiseta de Nine Inch Nails, jugo las bazas de convertirse en una Sade post-moderna mientras que las virtudes atesoradas por su justamente aclamado Collapsed in Sunbeams (21)-su continuación de hace dos años con My Soft Machine (23) no es tan redonda- afloraban orgullosamente exultantes. Su “Caroline” fue quizás uno de los momentos más decididamente bonitos y delicados de los cuatro días vividos en el Polígono de Villaverde.
Era momento de acercarse al escenario principal donde tocaría Avril Lavigne para demostrar que la nostalgia también le ha llegado a las personas a las que sacamos fácil quince o más años de ventaja, haciendo bueno el título de la canción de Standstill: “Moriréis todos los jóvenes”.
No pude dejar de pensar durante todo el show dónde estaba yo mientras esta chica se convertía en uno de los buques insignia de toda esa ola de terror que supuso para los alternativos de primer cuño toda aquella ola del “emo-punk con rimmel” y el “post-grunge”. Los hijos de los 90’s recuerdo que nos partíamos de risa literalmente y ridiculizábamos todo esto y, más de veinte años después, resulta que nuestros héroes, o se han quitado del medio, o no consiguen ni una miaja de atención con respecto a lo que suponen todas estas revisiones de lo que denominaré aquí y ahora Bubblegum Mud. En cualquier caso, “Complicated”.
Menos mal que me resarcí pronto con un dignísimo concierto de unos The Gaslight Anthem desgranando toda la emoción de sus canciones con candor ante un público entregadísimo y, posteriormente, con ese aquelarre de, no sé, cuarenta personas congregadas, que fue la exhibición de ese post-punk dislocado, enfermo y peligroso, tremendamente potenciado en vivo, defendido por unos descomunales Bar Italia. Algo que me llevó a preguntarme cómo iba ser capaz de compartir el mismo oxígeno que respiro con cualquier ser vivo que no considerase su acto terrorista pertrechado como lo más tremebundo vivido allí el sábado.
En todos los festivales a lo largo y ancho del planeta, siempre hay al menos uno de los grupos considerados «cabezas de cartel» que no ofrece su mejor versión, ya sea por méritos propios o por las malas condiciones del lugar. En esta edición del Mad Cool, esa codiciada medalla se la ha llevado el conjunto británico Bring Me The Horizon.
El grupo liderado por el carismático vocalista Oliver Sykes era, sin duda, uno de los grandes atractivos no solo de la jornada, sino de toda la edición de este año. Cualquiera que haya seguido su trayectoria sabe que sus espectáculos suelen contar con numerosos elementos visuales, pirotecnia y juegos de luces y láseres que no solo son clave para el desarrollo de su actuación, sino también para el concepto de sus discos. Un ejemplo perfecto lo encontramos en su último trabajo, publicado a finales de mayo, Post Human: NeX GEn.
Sabiendo esto de antemano, muchos se preguntaban cómo era posible que Bring Me The Horizon no estuviera programado en el escenario principal, sabiendo que dicho escenario, por sus capacidades, iba a mejorar su actuación significativamente. La razón es muy sencilla: la única opción, visto lo visto, sería programar a la banda más grande del día en otro escenario y lugar, The Killers, algo que sería aún más incomprensible.
Presumiblemente, para ese juego de luces, láseres y pirotecnia era necesario que no hubiera tanta claridad, y a la hora que debía empezar el concierto, las 21:25, todavía quedaban unos veinte minutos para que anocheciera. Esto supuso que el concierto se retrasara casi media hora, comenzando finalmente a las 21:55.
Lo peor en sí, además del propio retraso que influyó tanto en la duración del concierto como en las canciones presentadas, es que en ningún momento se dio ninguna explicación de lo ocurrido durante toda esta media hora. Solamente se escuchaba una canción del Final Fantasy VII que se repetía una y otra vez como si fuera una especie de broma de mal gusto.
A día de hoy, todavía no se han dado explicaciones por parte de la organización. El resultado fue que el público, que abarrotaba toda la pista, fue gravemente perjudicado. Además, en las primeras canciones, los efectos visuales seguían sin funcionar debido a problemas, presumiblemente técnicos, ya fuera por parte de la banda o de la organización.
Una vez resueltos todos estos inconvenientes, el concierto por fin empezó a coger ritmo a partir de la tercera canción de la noche, “Teardrops”. El público, lejos de calmarse, estuvo vibrante durante toda la actuación y Bring Me The Horizon, en líneas generales, se marcó un enorme y potente show. Seguramente, uno de los conciertos más energéticos de toda la edición. La última recta del concierto, tras bajar al foso donde Oliver Sykes se dio un baño de masas, BMTH nos regaló canciones como “Drown”, “Can You Feel My Heart”, “LosT” o la mítica “Throne”, todo ello con un espectáculo lumínico impresionante. El principal inconveniente es que el concierto apenas llegó a la hora de duración y tuvieron que recortar el setlist en seis canciones en comparación con otros conciertos como el que dieron en Milán días atrás. Entre esas canciones que nunca llegaron a sonar se encontraba “Doomed”, uno de sus buques insignia. Toda una lástima.
La noche prometía grandeza, y el plato fuerte estaba a punto de servirse en el escenario principal. The Killers, que ya habían dejado su huella hace apenas dos años en el mismo festival, regresaban con la misión de conquistar nuevamente al público. Y lo hicieron, aunque no de manera sobresaliente, sí lo suficiente para convencer a todos los presentes. Ese rock de estadio con batería pseudo-funk sigue latiendo con fuerza en los nacidos en la década de los ochenta. Las camisas de piña florecieron una vez más en el Mad Cool, y la expectativa se palpaba en el aire.
El grupo liderado por el carismático Brandon Flowers venía de una maratón de seis conciertos en apenas diez días, todos ellos en el O2 Arena de Londres. La gran incógnita era saber con cuánta energía iban a plantarse en España. Para alivio de todos, la versión de The Killers que vimos fue mejor que la del Mad cool 2022, logrando hacer completamente suyo el festival con un concierto que superó los noventa minutos de duración.
Desde el primer acorde, quedó claro que The Killers venían a por todas. Sin prejuicios y con el descaro que los ha caracterizado desde sus inicios, comenzaron su actuación con “My Own Soul’s Warning”, “Enterlude and Exitlude” y, uno de sus grandes hits, «When You Were Young».
La búsqueda de estribillos pegadizos y la grandilocuencia de su sonido fueron la tónica de la noche. Con ese ejercicio de estilo, el público hizo completamente suyas canciones como “Shot at the Night” y “Somebody Told Me”. The Killers, más de dos décadas después de su fundación, siguen demostrando que su falta de prejuicios y el descaro de Brandon Flowers son dos de sus armas predilectas.
Uno de los momentos más memorables de la noche ocurrió a la mitad del concierto. Tras finalizar la canción «A Little Respect», Brandon Flowers se dirigía al público para dar las gracias, cuando varias pancartas llamaron su atención. En todas se repetía lo mismo: «Can I play drums?». Brandon, con una sonrisa cómplice, miró a su banda y dijo: «¿Por qué no?».
Daniel, uno de los asistentes que portaba una de las pancartas, fue el elegido. Subió al escenario y, entre aplausos, se colocó tras la batería. Lo que siguió fue un momento mágico: su participación en «For Reasons Unknown» fue excelente, desatando una oleada de aplausos y vítores del público y la admiración de la banda.
El concierto prosiguió con un despliegue de confeti prácticamente en cada canción, saltos, bailes y los hits más reconocidos del conjunto: “Human” y “Mr. Brightside”. El público estaba en éxtasis, y The Killers, sabedores de su poder, no escatimaron en ofrecer un espectáculo visual y sonoro a la altura de las expectativas.
La noche aún tenía más para ofrecer. Aunque The Killers actuaron como el broche final perfecto, todavía quedaban algunos conciertos como The Kooks en el escenario dos y Ashnikko en el escenario tres. Sin embargo, el impacto de la actuación de The Killers fue tal que muchos ya daban por concluida la noche con ellos.
Este festival madrileño, a pesar de los altibajos de los últimos años, los errores y los fallos logísticos, ha sabido reinventarse en esta ocasión. En esta edición, a diferencia de la del año pasado, hemos presenciado un cambio positivo en prácticamente todos los aspectos logísticos. Por supuesto, aún no es perfecto, pero ha mejorado significativamente en comparación con otros años.
Desde mi perspectiva, habiendo cubierto varias ediciones de este festival, sin duda el Mad Cool 2024 ha sido el mejor con gran diferencia. Esto se debe a que este macrofestival ha sabido aceptar las críticas que muchos medios y usuarios le han hecho a lo largo de los años, tomar nota y realizar los cambios oportunos. Un elemento que no todos los festivales de estas dimensiones han sabido manejar.
Fotos Mad Cool: Javier Bragado, Daniel Cruz, Andrés Iglesias, Paco Poyato y Chris Phelps (Mad Cool)