Manolo García (Auditorio Alcalde Juan Muñoz) Cabra 5/7/19

Ser un clásico del rock español, un nombre esencial en el devenir histórico del pop hispano y una figura indiscutible cada vez que se habla de artistas cuyo poso se prolonga a través de los tiempos sin apenas variantes en éxito, que sí en crítica, tiene sus pros y sus contras. En general todo es muy bonito, la asistencia masiva a cada uno de los conciertos del músico en cuestión y la sensación general de excelencia y grandes momentos no empaña otras realidades igual de palpables a poco que se escarbe. No seremos nosotros, ni este cronista en concreto, quienes reneguemos de la fe y devoción que Manolo García desata entre públicos de edades dispares. Ni de lejos es la intención el aminorar los efectos de cada uno de sus conciertos, de los cuales ya nos hicimos eco en estas páginas en varias ocasiones, tan solo puntualizar algunos apartados que normalmente se suelen pasar por alto entre tanta loa y prosa forzada de grandeza. Hablamos, que se sepa, de una de las paradas de la gira acústica –así lo resalta en los carteles- del catalán, esta vez en una localidad y un emplazamiento encantadores al sur de la provincia de Córdoba. Un auditorio el de Cabra con gran precisión sonora pese a que esa noche problemas puntuales con la mesa hicieron sospechar lo contrario, ubicación perfecta y orgullo de una población que, como tantas otras, no acaba de ser consciente de su riquísimo patrimonio. Una noche además de perfectas condiciones climatológicas que se disfrutó en plenitud musical, en una nueva comunión entre cantante y espectadores que lo acreditan como uno de los grandes. Podrá agradar más o menos lo que hace, o atribuírsele cierta reiteración en sus modos musicales, pero lo que es a todas luces innegable es su poderío escénico, su presencia ubicua y su conciencia de clase. Un destajista como pocos que reverdece laureles a cada tocata.

En primer lugar, los puntos a favor de este nuevo vestuario de unas canciones ya mil veces reformadas en directo: “Cierro la noche”, por ejemplo, un tema de los que nunca destacó en su repertorio, se escora hacia la rumba con percusiones y guitarreos más propios de dicho género que del pop estandarizado al que perteneció originalmente. “Una tarde de sol”, acelerada en un tempo reggae, suena de lo más resultón, y “Nunca el tiempo es perdido” se acerca al blues pese a estar en teoría “desenchufada”. La osadía de Manolo García de rescatar “Braque”, uno de los últimos temas grabados por los resucitados Rápidos hace tres o cuatro años, tras decidir junto a Quimi Portet darle una nueva vida a un proyecto que murió cuando debía haber empezado, o “Navaja de papel”, una de las mejores canciones nunca escritas en castellano, es muy de agradecer, al igual que el medley en el que une, aunque de forma precipitada, los pequeños clásicos de El Último de la Fila “Sara”, “A veces se enciende” y “Lápiz y tinta”. En cambio “Ya no danzo al son de los tambores” renace como la joya que siempre fue y se transfigura en uno de esos temas que aguanta cualquier formato sin apenas perder capacidad de emoción, y tres cuartos de lo mismo sucede con una deliciosa “En los árboles”. Con estos episodios recordamos que este señor (ahora también toca armónica, bongos y guitarra acústica) siempre tuvo pretensiones poéticas, solo que antes le salía mucho mejor, y que ha escrito o coescrito muchas de las mejores canciones que jamás se han escuchado en un país demasiado contaminado acústicamente. Su proverbial discurso ecológico es insertado al final de los versos de “Exprimir la vida”, y cuenta entre pieza y pieza su admiración por el gobierno danés y su postura radical ante la amenaza del cambio climático, así como la necesidad de vivir en lugar de malvivir, de apreciar los pequeños detalles y a las personas que están ahí día a día, haciendo que todo este desastre sea más llevadero. Su filosofía de hombre de a pie, de retorno a la infancia, de espíritu ecologista y primitivo, es necesaria y sorprendente en un mundo que tiene al teléfono móvil, un artilugio al que profesa un odio ancestral, como el dios que todo lo ve y el ojo que todo lo filma.

Una banda que lleva a su lado más de veinte años en algunos casos, comandada por un Ricardo Marín polivalente a las guitarras y completada con los bajos de Iñigo Goldaracena, el violín y los coros de Olvido Lanza, las voces, percusión y teclados de su inseparable Juan Carlos García, las jambas y tambores de Charly Sardá y la novedad de la incorporación al laúd y bandurrias de Josete Ordóñez formando un dueto bien avenido con el gran Víctor Iniesta, hacen que la oficialmente primera gira acústica de Manolo García (algo no del todo cierto, pues ya salió a la carretera con un formato parecido hace algunos años) presente un balance positivo a nivel general, y para cotejar la impresión ahora toca hablar de los puntos en contra: Es evidente que el grueso de su último álbum Geometría Del Rayo no está a la altura de los anteriores, y la riada de medianías que lo integran solo se ve puntualmente reflejada en “Ardieron los fuegos”, “El frío de la noche” y “Océano azul”, tan inofensivas sin electricidad como cuando se recargan de arreglos en estudio. Y la esencia rockera de “Si te vienes conmigo”, “El club de los amantes desairados” o “Somos levedad” se pierde en inanes arreglos de guitarra española que poco aportan a lo ya dicho en anteriores tours. No podían faltar “Pájaros de barro”, reducida al esqueleto y sin el interés de siempre, “Para que no se duerman mis sentidos”, plana y sin empaque, “Solo amar”, “Un giro teatral” y “No estés triste”, ambas proclives a este formato e insertadas con inteligencia en el set list para que los altibajos no se noten demasiado. “Busco cielos”, en cambio, se erige como una de las novedades –la está probando en vivo antes de grabarla en su próxima incursión discográfica-, en contraposición a la enésima versión de “Insurrección” o “Como un burro amarrado en la puerta del baile” con la que cierra el concierto. Momentos esperados pero no especialmente brillantes. Eso sí, agradecidos hasta decir basta.

Uno, después de ver y escuchar a Manolo García en tantas ocasiones, constata que hacen falta más músicos de su inteligencia, implicados en diversas causas a cual más importante, y que el paso de los años no hace sino aumentar una leyenda labrada a fuerza de trabajo y persistencia. Es evidente que en el plano meramente artístico sus mejores momentos ya pasaron hace tiempo, pero mantenerse a un nivel más que aceptable a estas alturas y seguir proporcionando destellos, cada vez más con cuentagotas, del talento que sin duda posee es un bien del que debemos seguir sacando partido. La gente, aparte de todo eso, lo adora, y eso debe ser por algo. La absoluta vocación de un músico incombustible y profesional hasta la extenuación merece un mínimo de respeto y un mucho de admiración. El resto es solo literatura.

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