María Rodés – Una forma de hablar (BCore)

Es inevitable escuchar este disco y sentirse hipnotizado por la voz de María Rodés. Por la manera en que se pasea por las frases, dulce y firme y separa las palabras en lugares insospechados. Es inevitable no sentirse atraído por el sonido de los temas, cálido y cercano, por la simplicidad de la propuesta. Es inevitable reconocer unas llaves en un ritmo, o un tenedor que cae sobre un plato. Y es que son las llaves de María las que suenan, o un peine, o cualquier otro objeto ordinario que ha convertido en instrumento improvisado.

Tras formar parte del dúo Oníric, la barcelonesa María Rodés ha decidido liberarse de ataduras, cambiar el inglés por el castellano e iniciar una aventura creativa en la que abrir su mente a todo el que quiera asomarse, para explicar el mundo tal como ella lo ve. Como compañero de ruta, a los mandos de la producción, se ha acompañado de Ricky Falkner, del que quizá baste nombrar a Standstill para ubicar, pero al que en los últimos tiempos se le acumula la faena y los aciertos. Y tras encerrarse con el esqueleto de las canciones, reaparecieron unas semanas después con este bello disco que nos ocupa, Una forma de hablar.

Que Rodés tiene una voz peculiar es algo que queda claro desde que suenan las primeras notas del tema que abre el disco, “Desorden”. En realidad la letra son tres frases, pero Rodés canta con más tranquilidad que parsimonia, con su voz como protagonista absoluta en una especie de susurro que te habla directamente al oído. Al fondo, una guitarra sencilla completa una canción de atmósfera, como todas, íntima y cordial.

Acompañada siempre por esa guitarra sencilla y con los modos del folk, Rodés se acerca a ritmos pop en la canción que da título al disco, donde el tempo se acelera y se unen palmas y coros. Pero en otros temas baja las pulsaciones y ganan protagonismo los juegos vocales, como ocurre en “El lobo”. Se atreve incluso, como en “Rima con canción”, con el aire cabaretero que evoca imágenes de antros de película en blanco y negro y programas de radio de los años 50. O construye canciones como “Desastra” a base de ritmos repetitivos y cosas cotidianas mudadas en instrumentos, de pedazos que se unen como quien cose una muñeca de trapo.

El resultado es un disco bonito y personal que es como un original cuento para niños: sencillo, emocional y muy cuidado, desde la portada y el libreto, con ese aire casero de las cosas hechas a mano, hasta la música contenida en él. Letras inteligentes y poco obvias y una imaginación desbordante completan un trabajo lleno de tantos detalles, que es imposible hacerlos caber en el espacio de esta reseña.

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