Marina Herlop (Conde Duque – Inverfest) Madrid

Aunque su propuesta pudiera tildarse rápidamente de algo tan antagónico como clásica experimental, no hay que dejar que la etiqueta oculte lo más importante en un recital (o concierto, eso ya depende del léxico que crean más conveniente) de Marina Herlop: una capacidad tan cerca a la dirección en escena como a la propia innovación musical. Para quien le sean novedosas las artimañas vocales y musicales de la catalana, basta decir que el rango de sus intervenciones encaja tanto en festivales de vanguardia como en entornos más clásicos.

La de Conde Duque presentando su último trabajo, Pripyat, recogió ambos mundos: un espacio que rezuma un auditorio con disposición de toda la vida, a la que se sumaba un sabor algo más de pretendida avant-garde. Y es que, sobre el escenario, Marina Herlop necesita, requiere, de sus colaboradores necesarios para liderarlos hacia su dirección coral, pero también para poder formar una puesta en escena que en un futuro debería consolidar más la rama vanguardista. Por supuesto, esta es una opinión como otra cualquiera, pero atendiendo al resultado de su propuesta, una prueba constante de un amplio pantone de registros vocales y lingüística aplicada, refrendada también en la capacidad integradora de tradiciones musicales cultas indias o japonesas, la identidad visual facilitará más ese recorrido en un mundo de A/V al cuadrado.

¿Por qué tanta línea para lo visual? Principalmente porque Marina Herlop se convierte en el escenario en la referencia del resto. Esa faceta casi de directora de obra, en perfecta sintonía con su percusionista y sus compañeras al frente de los coros, esenciales recursos para otorgar profundidad y complicidad a su faceta vocal, pero desdobladas también en cuasi programadoras complementarias. Porque si la voz de Herlop es prácticamente el instrumento esencial de su propuesta, el vehículo sobre el que flotan requiere de esa instrumentación, tanto clásica (ejemplificada en el piano) como en la de vanguardia (el despliegue de sintetizadores y demás aparatos).

Herlop recorre (y hace recorrer) su mundo, desde su posición más clásica sobre la banqueta al piano, desde donde arroja también un exquisito minimalismo, o bien erguida y buscando, no solo la respuesta de sus compañeros, sino también la simplicidad de la degustación de su particular universo. Quienes le acompañan, disfrutan también de esa llamada que les abre la puerta a interferir amablemente en sus gorgoritos y referencias, un pequeño mundo hecho a lo grande para que su propuesta siga creciendo por esos derroteros benditamente indefinidos entre lo clásico y el futuro.

 

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