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Sexy Sadie (Teatro Barceló) Madrid 15/11/18

El pasado jueves en Madrid existía una siniestra confluencia de astros que hizo coincidir una serie de conciertos apetecibles a los que, necesariamente, había que renunciar si elegíamos uno de ellos. Toundra, una de las bandas del momento; Nudozurdo, que nos dejaban y Sexy Sadie que se reunían excepcionalmente para celebrar los veinte años de su gran obra maestra It’s Beautiful It’s Love (98), copaban simultáneamente distintas salas de la capital.

Y yo opté por los mallorquines. La esclavitud de la nostalgia es inevitable. Pero, igualmente, la memoria se encarga de construir lo que somos. Si tuviera que contestar a la peregrina cuestión de en qué momento he sido más feliz o he estado más cerca de ese concepto difuso e inabarcable, creo que diría que en 1998. Hace veinte años de ello, lo mismo que ha transcurrido desde la publicación de It’s Beautiful It’s Love, el disco de Sexy Sadie. Era momento de celebrarlo junto a ellos.

Como digo, la nostalgia es muy hija de puta. Y tremendamente caprichosa, tanto que deseamos plegar a sus deseos lo que ocurra delante de nosotros. Es por ello que la llegada de Sexy Sadie acometiendo “I’m the brain” se me antojó algo dubitativa. El público, talludito en su mayoría, y el grupo, claramente conjuntado para esta ocasión concreta, necesitaban aclimatarse, hacerse a ellos mismos y a lo que tenían delante. Ni el estribillo celebrado de “A brand new world”, ni una desangelada “You know that’s the way i like it” sirvieron para arrebatarme esa sensación inicial no demasiado alentadora.

Pero todo se borró de un plumazo en cuanto fue tomando forma la velada. Confianza, entusiasmo y melancolía constructiva, justo lo que se necesitaba para defender un binomio de escándalo como el que conforman “Needle chill” y “Stay behind me”. Ambas surgieron cálidas, entonadas y con la certeza de volver a sonar vivas y no resucitadas.

Así se fueron sucediendo con más vigencia los temas de una obra tan imperecedera como inocente e ingenua en el mejor sentido de la palabra. El siguiente punto álgido vino con la llegada de Joaquín Pascual sobre el escenario como invitado de lujo. Con él acometieron una inflamada y bellísima “May” y, como denominó Jaime G. Soriano, un espacio para la publicidad, brindando dos joyas ajenas al disco: por un lado una reconvertida “Mr. Nobody”, alumbrada por los teclados del ex – Surfin’ Bichos y, por otro, una muy distorsionada y noventera “Someone like you”.

Luego, vuelta a la obra magna. De la dislocada “Join us” a la lisergia sincopada de la evanescente “Sweet life”, hasta llegar al mejor momento de la noche, una “My bike” realmente desbordante, afianzada por unas guitarras tensas, nerviosas, epatantes… tremendo cantar juntos a ellos ese estribillo que da título a la obra protagonista. Emocionante.

Tras una defensa muy respetable de un “Hanging lights” desprovisto de sus cuerdas originales, tiempo para el segundo invitado de la noche: Fernando Pardo (Sex Museum, Los Coronas) que dio lustre a una bestial interpretación de “bye bye!” (otro momento para el recuerdo) junto a una electrizada versión del “Road to nowhere” de Talking Heads.

Tiempo para el descanso antes de un bis donde apareció Carlos Pilán, miembro posterior del combo con el que interpretaron diversos temas, desde el expansivo “I don’t know” hasta un “In the water” inevitable y celebradísimo, justo antes de que la banda se despidiera entre un mar de aplausos mientras sonaba de fondo “The tripper”.

Al salir de la sala, la sensación de que había ganado la memoria remanente que construye nuestro presente. Brindemos por ello.

Fotos: David Valentín.

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