Sleater-Kinney – One Beat (Kill Rock Stars)

Empieza a girar el CD. Una batería repite un ritmo –“one beat” es la canción- sencillo. Se incorpora una guitarra, y luego otra. Y después, las voces de Corin Tucker y Carrie Brownstein empiezan a alternarse y a juguetear, con esos registros que evocan a (¡ay!) Babes in Toyland, L7, Bikini Kill… en los tiempos en que las Riot Grrrls han quedado reducidas a Le Tigre y poco más, dando por sentado que sus majestades Deal van a su bola, es reconfortante encontrarse con una joya como One beat, disco que además ¡puede encontrarse en España!. En fin, una conjunción de planetas poco habitual que hay que aprovechar.

One beat es el sexto trabajo en siete años del trío estadounidense, y también el más elaborado (incluyen sección de viento –“Step aside”- y, por primera vez, una voz masculina –“Prisstina”), lo cual no debe entenderse como una concesión: One beat sigue la onda garagera y punk de su discografía, en especial de Dig me out y All hands on the bad one. Desde esa base, los coqueteos con la electrónica y el pop son como guiños que alivian la tensión de las piezas más consistentes (“Far away” o “Light rail coyote”), estableciendo los puntos de inflexión que un disco tan intenso necesita.

Por eso, la propuesta de Sleater-Kinney es tan interesante: por intensidad, por nervio, por inteligencia, necesitábamos un disco como éste. En una época donde la mayor originalidad reside en estudiar concienzudamente dónde se sitúan las diéresis o los acentos circunflejos en los nombres de aquéllos que no tienen nada más que hacer (o que no saben), una vuelta a los orígenes es de lo más reconfortante: canciones como “Combat rock” (o la canción que No Doubt llevan intentando hacer una década, con los patéticos resultados ya conocidos) o la ágil “Oh!” suponen una auténtica lección y una cura de humildad para esa legión de intrascendentes con ínfulas. Ellas demuestran, de tres plumazos, cómo simplificar las cosas para darlas entidad: como los coros juguetones de “Sympathy”. O como la densa “O2”.

En lo musical, el disco contiene canciones limítrofes con la perfección (“The remainder”, un tema colosal, o “Funeral song”) en las que los esquemas del post-punk y el rock se funden para ocupar ese espacio que, salvedad hecha de Le Tigre, había quedado huérfano desde mediados de los 90: el de las bandas femeninas rebosantes de mala leche y de ideas. Porque de eso, de inteligencia, anda sobrado este One beat, en el que cada nueva escucha supone un descubrimiento, tanto en los temas más rocosos (“Hollywood ending”, la mencionada “O2”) como en los aparentemente más simples (el “One beat”, sin ir más lejos).

En cualquier caso, se trata de un magnífico trabajo, de esos que te reconcilian con la música y te hace ansiar la próxima entrega y el próximo directo. Porque, cuando escuchas One beat, te das cuenta de que los 90 ya se fueron, y de que aquellas deliciosas brutas (Donnelly, Bjelland, Sparks…) pueden dormir en paz en el armario, porque se han reencarnado. Y que duren muchos años.

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