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Especial: Ziggy Stardust de Bowie, 50 años de rock extraterrestre

Pocos discos más icónicos pueden acudir a la cabeza de un aficionado al rock and roll que este que cinceló definitivamente el glam, se anticipó al punk y constituye una de las colecciones más apoteósicas del invento. Bowie se hizo a medida un personaje imposible, el rocker definitivo. Y bajo su manto comenzó su conquista del mundo.

Ziggy tocaba la guitarra

Vince Taylor era un auténtico macarra. Cubierto de cuero de la cabeza a los pies, se contoneaba desafiante mientras berreaba su “Brand new cadillac” con sus Playboys para un público francés que le idolatraba. Con los años, su figura iría perdiendo fuelle. Se convirtió en una arquetípica caricatura del rockero venido a menos. Alcoholizado y drogota, desvariaba a lo grande corriéndose juergas y buscando emplazamientos de posibles aterrizajes de OVNIS en Londres. Todo un personaje.

Subimos la apuesta: The Legendary Stardust Cowboy. Otro personaje imposible. Un poco como el anterior, fervientemente convencido de la presencia extraterrestre en el universo, que iba disfrazado como un esperpento de vaquero y se desgañitaba interpretando su tema “Paralyzed”, una absoluta locura, precursora del psychobilly, que la NASA usó a modo de despertador con sus astronautas, para inmediatamente prohibirla, ante el mal comportamiento que mostraban acto seguido. Un tipo con una vida de película. Y lo mejor es que iba totalmente en serio.

 

A nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido fijarse en este par de lumbreras para reconducir su carrera. Pero a un muchacho procedente del londinense barrio de Brixton, que buscaba a toda costa despuntar como artista pop y que acababa de estar en la Factory de Warhol fijándose en todo y en todos, podía sacar diamantes de ahí. Así que mezcló ambos personajes, se compró ropa en una tienda llamada Ziggy -cuyo nombre le hacía gracia porque se parecía al de su divertido colega americano Iggy– y con todo eso (y algo de teatro kabuki aquí y allá) se inventó un personaje que le haría ganar la partida ¿Y qué partida, os preguntaréis?

El rey del Glam

Londres, 1962. Dos chavales de 15 años andan por el Club Flamingo mientras suena a todo volumen el jazz y el rhythm and blues que a los mods les arrebata. Ellos destacan sobre todos. Ambos son lo que suele llamarse un face. El mejor vestido y cool de toda esa fauna. Sus nombres, Marc Feld y David Jones. Dos chavales arrogantes, algo pendencieros y llenos de talento, que buscan maneras de dar el salto a algo más que ser el centro de atención de un club de jazz o ejercer de modelo ocasional.

Con el tiempo, se convierten en hippies. Marc se cambia el apellido por Bolan y escribe alucinadas canciones de folk psicodélico que parecen sacadas de una novela de Tolkien y que interpreta en dúo junto a otro freak llamado Steve Peregrin Took bajo el nombre de Tyrannosaurus Rex.

David también cambia su excesivamente vulgar apellido por el de Bowie. Firma un contrato con Deram y allí graba un extraño disco de pop psicodélico que habla de gnomos y de la surrealista noche de Londres. Se deja crecer el pelo y comienza a trabajar el folk cósmico con una epopeya espacial titulada”Space Oddity”. Hace mimo y cultiva todas las artes, en especial las escénicas. Pero su carrera no acaba de despegar. Al menos, no de acuerdo con sus expectativas.

El destino quiere que ambos coincidan en la grabación de un sencillo de David titulado “The prettiest star”. Marc toca la guitarra sin saber que en pocos meses “la estrella más bonita” será él. Y es que no tardará mucho en, siguiendo el consejo de la mujer de su manager, cambiar su recatado vestuario por otro atiborrado de color, zapatos de plataforma y purpurina. Comienza a escribir canciones pasmosamente simples, basadas en los cánones del blues y el rock and roll primigenio, pero pasadas por su particular batidora mental. ¡Et voilá! El glam y la Bolanmania han nacido.

Bolan se convirtió de la noche a la mañana en alguien casi tan famoso como los Beatles en su país. Una serie de sencillos que fulminantemente copaban los charts -“Ride a white swan”, “Hot love”, “Get it on”…- y una imagen andrógina que todo el mundo quiere imitar hacen que sea coronado como el nuevo príncipe del pop. O el rey del glam, la nueva tendencia que él ha contribuido a implantar.

Bowie contempla esto pasmado, sin acabar de explicarse qué ha pasado para que este freak hippie que antes tocaba la guitarra en sus discos, de repente esté sentado en la cima del mundo. Y como siempre, empieza a estudiarle. Comienza a entenderle, a ver de dónde viene todo y de dónde puede sacar él algo que le ayude a mejorarlo. Viaja a Nueva York y allí se empeña en conocer a su ídolo, Andy Warhol. Se las apaña para ser admitido en la Factory y al ser presentado a Warhol, no se le ocurre otra cosa que ponerse a hacer mimo sin mediar palabra con él. El artista, siempre sardónico, se gira hacia su asistente y le espeta “¿nos tenemos que reír?”.

 

Pero a David el ridículo no le arredra. En absoluto, le hace más fuerte. Se fija en todo en todos, sobre todo en Lou Reed, autor de todas esas canciones dedicadas a las catacumbas urbanas que él ha escuchado en los extraños discos de The Velvet Underground, que le fascinan. No pierde detalle. Y vuelve a Londres. 

No te va a gustar

Al regresar a casa, rebosa ideas. Tiene un montón de canciones, que le brotan como setas. Las maqueta con su acústica y su piano. También hace algunos cambios en su infraestructura. Para empezar, tenía un nuevo contrato discográfico nada menos que con el sello de Elvis: RCA Records. Hasta entonces, además de su productor, Tony Visconti había sido el bajista de su banda, llamada brevemente The Hype, pero el muy bellaco le había dejado para centrarse en producir a su rival, Bolan y sus T.Rex. Le reemplazó por Trevor Bolder, que junto con el baterista Mick Woodmasey y el portentoso guitarrista Mick Ronson daría forma a su banda. Y a su sonido. Oh! Y también tenía nuevo productor: Ken Scott.

Con toda esa gente entraría en verano de 1971 a grabar la primera tanda de canciones que había estado escribiendo frenéticamente. El conjunto se tituló Hunky Dory, aparecía en navidades de ese mismo año y constituía el conjunto de canciones más brillante de su autor. Y según dicen muchos entusiastas, también de todo lo aparecido ese año, lo cual ya era difícil, dada la enorme cantidad de obras maestras que aparecieron. Hablamos del mítico 1971, amigas y amigos. Además, en su portada aparecía con su larga melena castaña, vestido de mujer emulando a Marlene Dietrich. La jugada estaba echada. Si hay algo que había aprendido de Bolan, Warhol y de todos los demás, es que las canciones, sin imagen, no son nada.

 

Pero ¡ay! no fue suficiente. Su música empezaba a despuntar, pero no al nivel de mega-estrellato que alguien tan embebido de sí mismo como era por aquél entonces nuestro querido David, deseaba. Necesitaba un golpe de efecto definitivo. Algo tan impactante, tanto a nivel visual como musical, que nadie pudiera desviar ni los ojos, ni los oídos. Un nuevo personaje. Nuevas y potentes canciones. Así que fue a su productor, Ken Scott, cuando no hacía ni un mes que se había sacado el anterior disco y le dijo: “Tengo otro álbum listo para grabar, pero éste no te va a gustar, será mucho más duro”.

Las Arañas de Marte

Para cuando entró en los Trident Studios de Londres en enero de 1971, pese a lo que suele pensar la gente, Bowie no tenía un claro concepto del disco. Lo que sí tenía era un personaje. Un rockero venido del espacio que, como decíamos al principio de estas líneas, pretendía ser una combinación de las excentricidades de The Legendary Stardust Cowboy (o “The Lege”, como le solían llamar sus seguidores) y Vince Taylor. Su nombre: Ziggy Stardust. Ziggy, por la tienda que se llamaba parecido a su colega Iggy. Y Stardust, claro, por el loco antes citado. Tenía eso y un nuevo corte de pelo: su querida melena castaña dio paso un corte mullet teñido, primero de rubio, y después, color zanahoria. Diseñó un nuevo vestuario y movimientos basados en parte en el teatro kabuki japonés y en parte en la recién estrenada y controvertida película de Stanley Kubrick, La Naranja Mecánica.

Todo eso era el empaque, la operación de marketing, pero las canciones no tenían un hilo conductor, ni mucho menos. Algunas, como “Moonage daydream”, ya estaban escritas hacía tiempo, incluso antes de grabar Hunky Dory, pero las demás, o acababan de aterrizar y estaban en pañales, o se irían escribiendo sobre la marcha, incluso a última hora, como es el caso de “Starman”. El proyecto que desembocó en The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars, fue algo vivo que fue variando durante el tiempo en que fue gestado y que no tuvo una lista definitiva de temas hasta el último momento, justo antes de su envío a fábrica. Del listado de canciones inicial que se conoce, que incluía canciones como “Velvet goldmine” o una versión del “Around and around” de Chuck Berry, no quedó más que más o menos el 60% en el definitivo. Bowie era un hervidero de ideas.

 

Por supuesto, la banda, rebautizada ahora como The Spiders From Mars, tuvo mucho que ver en el resultado más rocker de las sesiones, con respecto al mucho más manierista anterior disco. La presencia de Trevor Bolder, junto a un guitarrista y arreglista tan enorme como Mick Ronson y un batería tan versátil como Woodmasey había terminado de cincelar una de las mejores bandas de acompañamiento de la historia del pop y eso se hacía notar en un disco que estaba muy pensado y producido, sí, pero en el que también se notaba que todos los músicos implicados habían aportado.

Hay un hombre de las estrellas esperando en el cielo

Una vez las grabaciones estuvieron listas para mezcla y se presentaron a la compañía, esta exigió algo más cercano a un single promocional que lo que había. Que estaba muy bien, sí. Pero no oían un single. Así que un David en estado de gracia, de la noche a la mañana apareció con la historia de un hombre de las estrellas que tiene miedo a bajar a la tierra porque piensa que “nos volará las cabezas” con su presencia. Un concepto que enlazaba a la perfección con el del personaje de Ziggy. Un concepto que, repetimos, no convirtió este en un disco conceptual, pero sí dotó de coherencia a un conjunto que sonaba ahora totalmente cohesionado.

“Starman” era otro de esos “robos justificados” que se marcaba nuestro amigo para fabricar alguna de sus mejores canciones. Si con “Life on mars” deconstruye “My way”, con ésta prostituyó el intocable “Somewhere over the rainbow” que cantara Judy Garland en El Mago De Oz. Y se quedó tan a gusto. Se editó como single en abril de 1972, pero no fue hasta la aparición de Bowie y su banda en Top Of The Pops, en julio, con aquella famosa guitarra azul de doce cuerdas y aquellos peinados y vestidos tan futuristas, en que la cosa explotó definitivamente. El disco se había editado el 16 de junio y ya iba escalando posiciones hacia las primeras posiciones de las listas, pero ahí se desató la locura. La bowiemania estaba servida. Adiós, Bolan.

 

¿Qué había pasado? Pues en general, un cúmulo de cosas. El personaje y la imagen, en general, generaban la respuesta deseada. En la portada del disco un macarrónico Bowie posaba desafiando al mundo entero, con su pelo puntiagudo y rubio chillón, Gibson Les Paul en ristre y pierna enfundada en bota de tacón y apoyada en alto en un oscuro callejón de las inmediaciones de Regent Street. La fotografía de Brian Ward apestaba a urbano, a peligro, a una arrogancia muy parecida a la que exhibirán hasta el paroxismo los punks en cuestión de pocos años. Una portada absolutamente icónica que sin duda elevó las ventas del álbum. Pero ni aún así el pastel estaba completo.

El plan que había trazado un zorro como Bowie no podía ser tan sencillo. Necesitaba el golpe de efecto definitivo que pusiera todos los ojos sobre él. Y lo hizo con dos palabras: “Soy gay”. Así se lo dijo a un periodista que le entrevistaba para el semanario musical más leído del Reino Unido, el New Musical Express. Pocos sabían que era casado y padre de un hijo. Y daba igual. El impacto fue inmenso. Era la primera estrella pop en salir del armario, aunque no fuera cierto, o no del todo. Y, además, de una forma completamente abierta y despreocupada, casi kamikaze. Una vez más, se anticipa al punk. Le dijo a una sociedad encorsetada e hipócrita exactamente lo que no quería oír. Y la juventud se lo agradeció enormemente, convirtiéndole en un dios andrógino. Su dios. Con los años la cosa se quedó, como todos sabemos, en bisexual o más bien heterosexual experimentado. Pero el golpe de marketing fue colosal. Único.

Aférrate a ti mismo

Fuera de todos los golpes de efecto, los cambios de imagen y los personajes inventados, más allá de todo eso estaba la música. Una música, tal como le había anunciado Bowie a su productor, más dura que la que había grabado para Hunky Dory, aunque no tanto. La verdad es que aquél ya tenía algún que otro número guitarrero (“Queen bitch”, la canción que dedicó a Lou Reed) y Ziggy, aunque de esos tenía unos cuantos más, la verdad es que lo que hacía -y ahí, en mi opinión, está su gran valor- era tender un puente entre el pop y el rock, con un perfecto equilibrio entre guitarras afiladas y melodías irresistibles. Un buen ejemplo de ello es, por supuesto, la canción titular, con su pesado riff tan lírico a la vez y su historia épica contada a través de acordes menores que se mezclaban de forma extraña con los mayores. Algo así pasaba también con “Moonage daydream”, otro de los puntos fuertes del disco. Y por supuesto, estaban los números más fuertes que su autor había compuesto hasta entonces: “Sufragette city”, “Star”, la grandiosa “Hang on to yourself”.

Pero junto a todo eso estaba el comienzo melodramático, casi de opereta, que ofrecía “Five years”; el pizpireto encanto pop de “Soul love”; el romanticismo art decó de “Lady Stardust” o, por supuesto, el final apoteósico que ofrecía aquél “Rock and roll suicide”. Una de esas canciones que, cuando uno las escucha al final de un disco, se ve automáticamente obligado por una fuerza irresistible a volver a posar la aguja en el primero de sus surcos. Era, en definitiva, un disco completamente perfecto, sin fisuras, con todo lo que el pop podía ofrecer en aquellos momentos. O incluso lo que ofrecería en el futuro. Porque jamás ha dejado de ser referencia, de influenciar a generaciones venideras. Es uno de los libros de instrucciones. O casi, casi, EL libro de instrucciones.

 

Eres un suicida del rock and roll

Para Bowie, obviamente, esto fue la culminación de muchas de sus aspiraciones. Pero no de todas, ni mucho menos. De hecho, era sólo el comienzo, la puerta de entrada a un mundo de posibilidades, que en el futuro se vería bien claro que él sabía aprovechar. Su estrella ya jamás se apagaría hasta el momento de su muerte (curiosamente, decorada con un disco titulado Blackstar) y por eso, precisamente por eso, Ziggy Stardust tenía sus días contados. Aquél personaje andrógino, semen del punk, extraterrestre, tan peligroso y adorable a la vez tenía que morir. O a Bowie, que de tonto no tenía un pelo, le acabaría pasando lo que a su otrora rival, Marc, el joven mod que le hacía sombra desde los tiempos del Club Flamingo, que a raíz del éxito de Ziggy, o tal vez porque no supo manejar el suyo, ahora empezaba a ahogarse en su propio vómito hecho de cocaina y Moët Chandon. No, eso no podía pasarle a David Jones.

Ziggy tuvo una vida corta pero intensa. Además del disco que lleva su nombre, la imagen del guitarrista zurdo extraterrestre abarcaría un álbum de versiones, Pin Ups y otra maravilla, a menudo injustamente ninguneada, titulada Aladdin Sane. Tras esto, su autor dispuso que todo este tinglado de feria acabaría en un concierto que tendría lugar tras su regreso de su primera gira triunfal por Estados Unidos. La fecha: el 3 de julio de 1973. El emplazamiento, el mítico Hammersmith Odeon. Allí Ziggy y sus Arañas lo dieron todo. Y tras ello, Bowie se aproximó al micro y anunció lo que nadie más que él sabía: “no sólo es el último concierto de la gira, también es el último que jamás haremos”. Con estas devastadoras palabras, David se desembarazó de su personaje y de la banda que le había acompañado en tantas aventuras. Por fortuna, todo quedó convenientemente grabado por el director D.A. Pennebaker (director de documentales sobre Dylan o Depeche Mode) y hoy puede contemplarse -por ejemplo, en FILMIN– el que a buen seguro es uno de los mejores documentos de la era dorada del rock.

 

Bowie ya no volvería a trabajar con los que habían sido su banda. Tampoco con su productor, Ken Scott. David se reconcilió con Tony Visconti y juntos harían cosas enormes. Era tiempo de moverse hacia adelante. Y así lo hizo, sin mirar jamás atrás. Algo que sin duda forma parte de la grandeza de uno de los mayores visionarios que haya tenido el pop.

Ziggy Stardust cumple hoy 50 años y yo no puedo evitar emocionarme todavía al escucharlo. No soy tan mayor como para haberlo conocido en su época, faltaban un par de años para que yo naciera cuando salió, pero lo que sí puedo decir es que, desde que cayó en mis manos, o mejor dicho, mis oídos, una copia del mismo -una de aquellas reediciones tan chulas en vinilo gatefold y con canciones extra de principios de los 1990’s- ya nada fue igual en mi vida y, desde entonces, me ha acompañado siempre. Inspirándome, deleitándome, descubriendo siempre que lo escuchaba algún delicado detalle nuevo, un pasmoso giro armónico… Por eso, aunque esto de los aniversarios de discos famosos empieza a ser la cantinela de todos los días, con este es diferente. Este es uno de los discos de mi vida. De nuestras vidas. Y hay que celebrar su significado. Todo el tiempo que lleva ahí con nosotros, como uno de nuestros mejores amigos. Todo el placer, la comprensión, todas las ideas que nos ha dado. En su contraportada, el disco original llevaba impresa la siguiente frase: “to be played at maximum volume”. Pues eso, ¿a qué esperáis?

Escucha David Bowie – The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars

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