Glasvegas + Miss Cafeína – Sala Arena (Madrid)

Caminando hacia la sala Arena, uno se preguntaba cómo sería el encuentro con estos directos. Como siempre era inevitable pensar en títulos, en imágenes, en cómo estaría dispuesto el escenario, en la cantidad de público, en las cosas que habría en el stand y en el sonido que saldría de los altavoces. Esa parte del rito que permanece cada vez que se está a punto de entrar al lugar donde suena la música.
Una vez pasado el umbral del local llegó el sonido de los madrileños Miss Cafeína que venían con nuevo bajo disco bajo sus brazos: De Polvo Y Flores.
El quinteto fraguó un concierto de desarrollo continuo en el que no hubo altibajos de ritmo aunque por momentos se hacía algo difícil distinguir matices entre unas canciones y otras.
Quizás se deba al hecho de partir de determinados presupuestos tan similares entre sí o a la búsqueda de una identidad, quién sabe, el camino es suyo. Eso sí, el sólido despliegue del grupo les muestra confiados frente al directo. Lo cierto es que contentaron a sus fans y que podrán ser del gusto de aquellos a los que les plazca su pop rock amigo del sonido de bandas como, por decir algunos nombres que aparecían al oírles, Nada Surf, Placebo, Franz Ferdinand o Second.
El intermedio, con un aforo medio, dio paso a una pequeña selección de música previa preparada por los siguientes en ocupar el escenario. «Heroes» de David Bowie, «Blue Dress» de Depeche Mode o «Sleepwalk» de Santo & Johnny, entre otras, estuvieron perfectas para ambientar lo que vendría. Todo un buen detalle que se debería tener en cuenta a la hora del directo. Saber que éste empieza antes de que se apaguen las luces, que la antesala también cuenta para llevar de la mano al público al terreno de quien protagoniza el momento.
Con los monitores en línea recta y los amplificadores listos como ojos abiertos aparecieron Glasvegas. La última vez que les vi supuso una experiencia bastante fallida. Un concierto con mal sonido en un escenario del Matadero de Madrid que, dentro del contexto que les albergó, no era el más adecuado ni por situación ni por público. Por eso la interrogante de cómo capearían la corta distancia era constante.
Pero, afortunadamente, lo de ayer fue un concierto notable. James Allan, Paul Donoghue, Rab Allan y Jonna Löfgren, supieron ir desde el principio al grano con unas canciones cuya potencia justificaba de sobra todo el potencial épico que, afortunadamente, no se les fue de las manos.

Los escoceses tuvieron a bien el temperar su set con títulos que repasaban toda su trayectoria y en los que las pistas de sus gustos y de sus referentes se realimentaban en el volumen y el carisma de un James Allan que, recordando en maneras y apariencia a Joe Strummer, curiosamente sabía modular la ruta por la que su garganta se rasgaba entre historias de cotidiana reflexión en las que perder no parece significar una rendición.
El cuarteto mantuvo una buena consistencia de recursos, entre guitarras, feedbacks y ritmos en los que sólo se necesitaba bombo, timbal, charles, plato, pandereta y caja para que el armazón fuese tan compacto como los acordes que lo envolvían. En medio de todo, las melodías, que bien podían recordar al pop de los cincuenta de gente como Billy Fury, a los grupos vocales de los sesenta, al rugoso almíbar de The Jesus & Mary Chain o al infalible gancho de The Clash, ponían en manifiesto que lo importante eran las canciones y su efecto.
«It´s My Own Cheating Heart That Makes Me Cry», «The World Is Yours», «Geraldine», «Ice-Cream Van», «The World Is Yours», «Go Square Go», «Lots Sometimes», «Daddy´s Gone», y otros temas dieron fulgor a una noche que, además, fue altamente emocionante cuando la banda minimizó su sonido hasta crecerse admirablemente en «Flowers & Football Tops» y en la soberbia «I´d Rather To Be Dead (Than Be With You)», la misma que a la par de evidenciar la capacidad lírica de Allan pone al relieve una faceta sonora distinta del grupo que puede augurar una buena proyección de futuro.
En suma fue una noche emocionante y singular, media entrada y un público variopinto. Desde fans entregados y de diverso aspecto hasta muchachas que hablaban de «la vida» sin dejar de decir «tía» para aseverar sus pensamientos. Desde una chica que parecía estar en uno de los primeros conciertos de su vida hasta un escocés enfervorizado que animaba al grupo con una voz que parecía estar auto amplificada. Desde dos amigos que, al borde del escenario, miraban hipnotizados a los equipos sin mediar palabra alguna durante toda la noche hasta un aspirante a galán intentando impresionar a la cortejada con chistes malos y minis de cerveza.
Sí, fue una noche particular, pero lo mejor de todo es que hubo un gran concierto. Glasvegas ganaron, agradecieron e hicieron de un frío lunes por la noche en buen momento para disfrutarles en vibrante forma.

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