Havalina (ciclo Nocturama) – Monasterio de La Cartuja (Sevilla)

Este viaje comenzó en dirección al «Norte», pese a que la plaza en la que situamos nuestra base de operaciones ese fin de semana respiraba claros vientos sureños. Poca publicidad, a tenor de las escasas o nulas noticias del evento que circulaban por la zona horas antes, para un ciclo de conciertos que se consolida año tras año: el Nocturama. Allí, en uno de los jardines del Monasterio de la Cartuja, en un escenario humilde pero perfecto en acústica, algunas de nuestras mejores bandas van a llenar el verano de canciones para que la semilla de su trabajo se vea recompensada en los frutos que seguro recogerán cuando algunos, los que no se informaron a tiempo, se acerquen al escenario en ocasiones venideras arrepintiéndose por lo que se perdieron una vez. Ese mismo sentimiento nos embargaba por no haber aprobado hasta ahora una de nuestras grandes asignaturas pendientes, y no porque fuera la más difícil: Havalina. Con «h» y con «v», desafiando a los puristas de la R.A.E.
La «h» que preside las camisetas de la actual gira de los madrileños, la que centra la portada de su cuarto disco, no es muda ni mucho menos. Puede significar «huida», «heroicidad» o incluso «homilía». Sí, con esas connotaciones religiosas también podríamos jugar al presentarse el trío de riguroso luto, con un fondo rojizo incandescente que tanto apunta al infierno como al paraíso, y al anunciar una tormenta eléctrica que no humedeció la apacible noche sevillana pero sí la inundó de rayos y centellas. Muy fuerte lo de estos tres músicos, capitaneados por un Manuel Cabezalí que, pese a su liderazgo compositivo, parece retirarse continuamente al segundo plano de los que huyen de los objetivos pero no abandonan nunca la perspectiva. Así, en coherencia con un sonido que en esta nueva gira se corrige y aumenta, se alternan los más de diez minutos de intensidad de «Incursiones», sin duda el hit de una banda que podría tener muchos más sin tener ninguno, con la templanza de «Tu ciudad», temas intercambiables que sin embargo pertenecen a etapas diferentes. Ellos lo son, oyéndolos tocar parecen a años luz no solo del mainstream de radio fórmula sino de cualquier otro grupo y/o formato más o menos numeroso que intente distanciarse del resto. Los nuevos temas, encabezados por un «Viaje al sol» lleno de necesarias turbulencias, suenan ardientes («La Antártida empieza aquí» es un título que expresa una evidente contradicción) y con aristas afiladas, como las de «Viernes» y «Música para peces», pero es en «El estruendo» donde entendemos a la perfección las claves que han ido dejando desde el principio. Ahí, en esa espiral de cuerdas y pedales, con una exhibición brutal de Ignacio Celma, el hombre del bajo incendiario, es cuando nos encontramos a nosotros mismos y, sin parar de agitar nuestras cabezas, reconocemos que nos gusta tanto Havalina por una sencilla razón: hacen la música que nosotros haríamos si no nos faltara el talento que a ellos les sobra.
Quedaron saciados los «Sueños de esquimal», nos estrellamos sin remedio contra «La pared», recogimos «Las hojas secas» llenas de «Imperfección», sintiéndonos como un «Animal» en pleno «Desierto» que busca desesperado sus inútiles «Objetos personales» pero reza por no encontrarlos y perderse en un mar rojizo y amenazante que de vez en cuando se muestra amable, como cuando Javier Couceiro (una batería mínima en sus brazos puede multiplicar su efectividad por mil) desmiembra un Tom y acude a la llamada comunitaria de la selva mientras sus compañeros se mezclan por unos instantes con el público. Tanto nos gustó sumergirnos en aguas tan revueltas que amenazamos con volver a saltar sus olas a la menor ocasión. Con «h» de «hambre».

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