Madonna: el icono del corta y pega

Nuestros ídolos envejecen. Algunos lo hacen mal, o muy mal, como el caso de los The Rolling Stones o U2, paseándose por los escenarios como secundarios en la serie The Walking Dead o grabando discos espantosos. Otras, como el caso de Madonna Louise Veronica Ciccone, mantiene pactos de sangre con deidades extraterrenales y cumple 60 años en una envidiable estado de salud, y sigue siendo el foco de atención de las nuevas generaciones de fans que ven en su figura un referente a seguir. Un caso altamente peculiar el suyo, que incluso se estudia en el ámbito académico como epitome de ejemplar postmoderno que fagocita y hace jirones miles de influencias que regurgita a su libre albur.

Madonna es dueña y señora de una obra inmensa, coherente, comparable a la de los grandes hitos del pop comercial de nuestro tiempo – entiéndase que hablo de Michael Jackson y Prince– aunque las leyes del todopoderoso patriarcado dominante en la industria del disco no ha visto con muy buenos ojos que una mujer sea capaz de tomar las riendas de su propio destino, y haya gestionado por sí misma la conciliación entre trabajo y maternidad, que sea, asimismo, una dominatrix presente en los húmedos sueños bondage de todo hetero que se precie, y hasta se haya coronado como uno de los iconos políticos más importantes del pop de las ultimas décadas a base de tender puentes con las comunidades mas desfavorecidas y el establishment. La lista de la clase.

En estos días las redes sociales sacan fuego con el tema del apropiacionismo cultural cebándose, muy gratuitamente creo yo, en la figura de la talentosa Rosalía. Según algunos portavoces de lo genuino, de lo insobornable, lo que enarbola esta barcelonesa es apropiación cultural: vamos, que no le pertenecen esas formas que imposta, que pespuntea su estética. Entrar en este tema sería denso, aunque siempre interesante, y daría para reflexionar sobre cómo la industria cultural se ha beneficiado de los logros de otros a través de nombres de relumbrón o coyunturas concretas, todo auspiciado por un sistema económico que no da tregua. Madonna es una mujer que ha librado una batalla consigo misma desde sus inicios. La autora de “True Blue” es una artista perspicaz, con buen olfato para distinguir en dónde se está cocinando lo realmente importante. Siempre me pareció injusto que mucha gente viera “genio” en Prince, y en cambio “ambición” en Madonna, porque ese calificativo, usado en tono despectivo la mejor de las veces, se deriva de su afán de reciclar influencias que ella va “madonnizando”. Pero, ojo, seamos justos, Prince hacía exactamente lo mismo, reciclaba influencias de aquí y de allá, y lo pasaba por su particular tamiz. Sí, aunque a algunos les pese, existe un sonido Madonna.

Hace pocos días se publicaba, por fin, un libro que hace justicia a la figura de la de Detroit. Estoy hablando del excelente libro “Bitch She’s Madonna. La Reina Del Pop En La Cultura Contemporánea” (DosBigotes, 2018) con edición de Eduardo Viñuela. En sus capítulos podrán encontrar un esmerado escaneo de la artista como compositora -¡albricias, por fin!-, como santo y seña de la renovación del formato videoclip, como activista político-social e icono LGTBI, entre otros diversos ángulos. Como dice Igor Paskual en el primer capítulo, a Madonna se la reconoce sobretodo como una gran empresaria, e incluso como una gran interprete (eso lo pondría en duda, ya que muchos detractores aducen que nunca ha tenido voz), pero nunca como una gran creadora o artista, y eso es debido a que siempre, desde su llegada a Nueva York, ella siempre prefirió el contoneo carnal al abrigo de la lampara de espejos al recitado para la posteridad.

La retirada de EEUU de Vietnam en 1975 y la recesión económica permitió que un genero musical- la disco music– fuera la encargada de polarizar las inquietudes de una gente joven que buscaba en el fragor de la pista de baile una forma de escapismo. El horror acechaba en las calles. La discoteca era el nuevo centro de expiación. En algunos de aquellos epicentros de expiación, tales como Danceteria o Fun House, la Ciccone empezó a finales de la década de los 70 a experimentar sus primeros contactos con esa hibridada fauna de personas que conformaban subculturas de lo más variopintas, y que le puso en contacto con activos importantes del underground como Jellybean Benitez, Mark Kammins, o Keith Haring. Nuestra heroína era culo de mal asiento, y tanto le daba al disco como disfrutaba con Blondie, o entonaba una canción de la Motown.

Al sello Sire le llegó las maquetas de lo que sería su primer disco, Madonna (1983), y queda ya demostrada su habilidad innata para reciclar sonidos – ya sean de Motown como de la New Wave-, y de agenciarse de los mejores músicos de sesión, en ese caso Nile Rodgers. Como he mencionado anteriormente, Madonna tiene un ojo estupendo para rodearse de lo más granado del momento, y sobre esto una vez dijo el crítico musical Simon Reynolds que es una “fascista de la imagen”, haciendo referencia a la apropiación que había hecho del vogueing para su megahit “Vogue”. Es evidente que Madonna es la reina del corta y pega, y por eso es capaz de absorber las ideas de otros y generar dividendos sustanciosos. ¿Esto es malo en sí mismo? ¿No es gracias a esta apropiación que ha hecho de manifestaciones culturales lo que ha permitido cierta visibilización de estos ghettos? ¿Es esta apropiación solo una reinvención de su propio ego? Se abre el debate.

Después de su primer disco, notable compendio de melodías irresistibles, llegaron momentos álgidos de una gran artista en estado de gracia: el excelente Like A Virgin (1984) merece una revisión; el resurgimiento del formato single se vigoriza con ella y con joyas como “Into The Groove” o “Live To Tell”; Like A Prayer (1989) es para mí uno de los mejores discos de pop de los últimos treinta años, y últimamente la divina SOPHIE reivindicaba, con razón, el suave balanceo de “Bedtime Stories” (1994) con Nellee Hooper, Björk, Babyface, etc. Siempre atando en corto a todos sus colaboradores.

Ejemplo de mujer emprendedora y fenómeno mediático que, a base de constancia, se hizo un hueco en el siempre machista mundo de la industria del disco. Ella siempre atenta a las modas, a los clichés, a lo que está por venir. Ella nunca quiso predecir el futuro, siempre prefirió presentar un presente maquillado y fashion. She’s Madonna.

Estas son algunas canciones que han inspirado el sonido y la estética de Madonna.

Un comentario en «Madonna: el icono del corta y pega»

  • el 16 agosto, 2018 a las 7:06 pm
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    Madonna es única. Tras la desaparición de Michael, Prince y me atrevería a decir que un poco George Michael también, nadie se le acerca. Lady Gaga o Kyle lo han intentado y están a años luz

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