MaidaVale (Gruta 77) Madrid 03/04/25
No es que importe mucho detenerse en las nacionalidades de nuestras bandas y solistas predilectos, pero llama poderosamente la atención, ya desde hace varias décadas, el exuberante nivel de Suecia. Quizá no pueda competir con Estados Unidos e Inglaterra, pero costaría encontrar otro país que le rebase con claridad, o incluso que pueda estar a la altura de la fertilidad de este país escandinavo. Como rasgo distintivo, y más allá de la cantidad y calidad, y también del estilo de turno, convendría también señalar la finura y elegancia con la que suelen desenvolverse. Un ejemplo paradigmático de todo esto, y seguramente menos reivindicado de lo que merece, es MaidaVale, la admirable formación de Estocolmo que nos ocupa.
Se formó en 2012 y colocó en el mapa gracias a Tales Of The Wicked West (16), un interesante debut que combinaba la oscuridad y las murallas sónicas de Black Sabbath con los ramalazos lisérgicos de iconos del rock espacial como Hawkind. El disco desprendía magnetismo y sugería un afán creativo, pero no terminaba de traspasar los límites de lo genérico. El salto a estructuras mucho más imaginativas y ambiciosas se daría con Madness Is Too Pure (18), una fabulosa colección de canciones donde la banda sublimó su gusto por la psicodelia y equilibró impecablemente los trepidantes riffs con las atmósferas subyugantes. Parecía difícil crecer más, encontrar otra vuelta de tuerca, y las cuatro féminas suecas que integran la formación lo lograron con Sun Dog (24), su álbum, sin traicionar sus raíces, menos rotundo y más inclinado al pop y la evanescencia.
Tras un más que competente aperitivo de Axiom9, jam band madrileña que ofreció una actuación de rock instrumental con bonitos desarrollos y mucha pegada, Matilda Roth, Sofia Ström, Linn Johannesson y Johanna Hansson ocuparon sus puestos ante un Gruta 77 expectante ante la defensa del nuevo repertorio. Podemos adelantar ya que su flamante disco del año pasado prácticamente monopolizaría la actuación, lo que denota la confianza que tienen en su viraje estilístico, quizá excesiva, y en general en ellas mismas, lo cual es de aplaudir. Dicho lo cual, el arranque fue como mínimo chocante. “Give Me Your Attention” fue el pistoletazo de salida, una de las mejores composiciones del lote, con mucho vértigo y chispa, pero aquello sonó con una opacidad y retraimiento que no lo vimos venir. La actitud escénica sobria y sin apenas guiños comunicativos alejaba cualquier suspicacia en cuanto a la docilidad de la banda; MaidaVale podían haber suavizado sus maneras compositivas, pero no venían a hacer amigos ni a interferir con sobredosis de sonrisas, discursos y empalagos los viajes mentales y emocionales que propician sus canciones.
Así, la reacción de la audiencia fue diversa, y actitudes visiblemente tibias y demandantes de más tralla sónica se entremezclaban con fans poseídos con los brazos al viento, contoneándose y bailando, ejecutando danzas imposibles. Costaba entrar en la propuesta, algo hermética en el primer tercio, donde Sun Dog (24) luciría sus virtudes en exclusividad. “Control”, por ejemplo, sonó algo apagada, pero en cambio esa exquisitez llamada “Pretty Places”, lindante casi con el dream pop, resultó convincente e hipnótica. Todo iba macerando, cocinándose a fuego lento, hasta que llegó el bendito punto de inflexión en el que Matilda Roth, la cantante, relegó a un segundo plano los teclados, se colgó la guitarra, y comenzó a mirar por el espejo retrovisor. Fue entonces cuando el sonido y la ecualización, algo difusos hasta entonces, ganaron en contundencia. Fue aquí cuando comenzaron a irrumpir temas antiguos, especialmente de su mencionada obra de 2018, seguramente su cénit artístico, y el concierto elevó el voltaje y la temperatura. “Späktrum”, “Trance” y la descomunal “Gold Mind”, donde MaidaVale por momentos parecen mirar a la cara de los Monster Magnet más excelsos, fueron perfectos ejemplos de lo mencionado. Incluso temas del último disco, cuya puesta en escena como indicamos antes había sido algo desigual, asomaron con toda su magia y efectividad, como ”Daybreak” y la que sirvió como bis y cierre de actuación, “Vultures”. Una impecable muestra de cómo voltear una situación, de cómo dejar de caminar por el alambre y meterse en el bolsillo a la audiencia. MaidaVale nos enseñó, en este mundo de incertidumbres, que existen dos certezas, dos garantías que raramente se incumplen: Suecia y colgarse una guitarra.