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María José Llergo (Noches del Botánico) Madrid 10/07/24

María José Llergo está sufriendo cierta metamorfosis. Si atendemos a su último lanzamiento, podemos atisbar claramente ese acercamiento a la contemporaneidad exigida, prácticamente convirtiéndose en un elemento transitorio entre la música algo más de raíz con ese peaje de la industria hacia sonidos algo más accesibles. Pero si eso ocurre con la mera escucha, asistir a uno de los recitales actuales de la andaluza es una prueba más de ese viaje, sobre todo si comparamos el trayecto que ha realizado en los últimos dos años y la puesta en escena.

Su paso por las Noches del Botánico fue otro testimonio, además de un inmenso homenaje a su entorno y a las personas que le están acompañando en este trayecto. Poco queda del intimismo de sus conciertos de no hace tanto, incluso queda también poco de ese elemento instrumental mecánico y técnico a favor de una carga mucho más electrónica. Llergo, de blanco impoluto (el negro estaría reservado para sus dos músicos), irrumpió en ese escenario sobrio, pero con alta carga simbólica, presidido por un iceberg que hará las veces de trono y de metáfora al mismo tiempo, como queriendo indicar lo que queda y no se ve y cierto encumbramiento que comienza a ser plausible, aunque quizá no tan evidente en sus formas y cercanía.

Por supuesto, la velada no podía comenzar de otra manera que subrayando todo lo mencionado, incidiendo en la relevancia que ULTRABELLEZA tiene en su corta pero intensa carrera, celebrando con el público, con su gente, ese éxito que bebe del sincretismo obligado con una contemporaneidad que también encontramos en su interpretación de “SUPERPODER”, entorno sonoro para que la cordobesa despliegue sus primeros movimientos de matiz urbano a ritmo de una percusión intensa en la que no cejaría Carlos Sosa.

Aparecerá un taburete asediado por los teclados de Julio Martín y que acogerá “VISIÓN Y REFLEJO”, espacio fenomenal para resaltar la enorme capacidad vocal de la de Pozoblanco y cuya voz se amplifica y prolonga por los efectos del micrófono. Llergo nunca deja de lado la inmensa marca que es su voz, independientemente de que esta resalte más o menos con los sonidos que evocan su pasado reciente de Sanación, con interpretaciones como la de su aclamada “Me miras, pero no me ves”, o aquellos que abogan por una pretendida estandarización sintetizada, como con “JURAMENTO”.

Sin embargo, es reseñable el efecto de producción que supone el empleo, quizá algo intenso, de voces pregrabadas, coros que prolongan con buen resultado su voz, pero cuyo uso excesivo puede restarle autenticidad y esconder el verdadero tesoro de la andaluza y que claramente se expone en “A través de ti”, que entona con una determinación nunca minada tras varios intercambios de vivas a una gran parte del panteón mariano, y justo antes de dejar a sus músicos deleitar con la capacidad casi progresiva y cósmica de sus instrumentos.

Será la antesala de un cambio algo radical, del que anuncia la primera gran sorpresa de la noche, la que anticipan cuatro butacas que serán ocupadas por un cuarteto de cuerda para dar vida, por primera vez en directo, la emotiva “Te espera el mar”. Si se aclamó ese detalle, la entrada de Valeria Castro para interpretar conjuntamente ante un público, casi su familia, como ella dice sentirlo, antes de fundirse en el primero de los grandes abrazos sentidos de la noche.

“MALAHE”  devuelve por un momento la sensación de ese proceso en el que se encuentra, encumbrada en el iceberg central en el que retumban los beats y su voz se intensifica y que, de cierta forma, también se replica en “A COLORS”, mirando de reojo al pasado y de frente al futuro con esa cadencia, casi de rima, de su intensidad vocal, o con la sintetización de guitarras y nuevos efectos en su aterrizaje en “Tanto Tiempo” y, por ende, en una nueva visita a ese origen algo seminal de su primer álbum, ese mismo que indicaba el camino desde la tradición, aunque quizá no fuera este primero tan sintético.

Así ocurre con “Tencontrao”, que se yergue como pieza más bailable y pop, de interacción con el público, de esa rotura de paredes que, a veces, acarrea lo atávico y que solo esa dirección parece romper en el género. Saltaría Zahara, productora, amiga y mil cosas más para arropar, blanco puro también, y, de paso, para que hiciera aparición, por primera vez en la noche, una guitarra. Además de por lo evidente, a tenor de un público entregado a estas colaboraciones, “Sansa” guiñaba de nuevo un ojo, el de ese reconocimiento a su entorno que, de momento, no es tan tóxico como la inspiración de ese tema, que daría pie a “APRENDIENDO A VOLAR”.

Antes de sumergirse en el cierre de su actuación, no sin antes culminar una noche de intensidad emocional, de intercambio de piropos y de saltos de esa alegría que derrocha, María José Llergo volvió al recuerdo de “Pena, penita, pena” y de “Rueda, rueda”, probable señal de que su origen todavía tiene mucho que decir en esa transición que todavía respeta, y de qué manera, una de las mejores voces de nuestro panorama y una joya a la que quizá se deba empezar a proteger del impacto de la hiperproducción.

Fotos María José Llergo: Víctor Moreno (Noches del Botánico)

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