Björk + Matmos – Gran Teatre del Liceu (Barcelona)

¿Pero quien demonios es Björk? Esa era la pregunta escrita en la cara de los espectadores de telediarios, lectores de periódicos y curiosos agolpados ante el Gran Teatre del Liceu de Barcelona el pasado domingo 4 de noviembre para ver la larga cola de asistentes al concierto de esta misteriosa cantante de nombre impronunciable y actitud extravagante, capaz de colarse en los grandes escenarios operísticos mundiales y hacer que sus fans compren sin rechistar entradas que superan las 20.000 pesetas en taquilla sin ser el plato de cada dia de las radiofórmulas ni protagonizar previsibles campañas televisivas.

Para sus fieles fans y para los afortunados que consiguieron su entrada -periodistas, políticos, intelectuales, diseñadores, columnistas, presentadores de televisión y gente variopinta del mundo del espectáculo con ganas de estar en el concierto mas «cool» del año- , Björk es «La Artista», con un ego artístico suficiente como para retar al «establishment» artístico en sus propios recintos -y, desgraciadamente, también con sus abusivos precios- y salir victoriosa. Sólo como un triunfo en toda regla cabe definir una actuación precedida por el dueto de electrónica ruidista Matmos -que aunque sean californianos parecen salidos de una Universidad alemana o de un colectivo artístico danés y no de las playas que inspiraron a los Beach Boys- y que teletransportaron instantaneamente el recinto operístico al siglo XXI con una performance audiovisual digna del festival Sónar. ¿Aun estamos en el Liceu? Yo tengo mis dudas…

Cumpliendo puntualmente con el horario previsto, a las 21.00h aparece Björk encima del escenario, con su vestido de bailarina con plumas, escoltada por el coro de cantantes de Groenlandia, la arpista Zeena Perkins, los dos componentes de Matmos en su sala de máquinas y los más de cincuenta músicos en el foso del teatro. La «Overture» de «Bailar en la oscuridad» marca el inicio de una primera parte del programa más clásica e intimista, dedicada a «Vespertine», su último disco, y a la banda sonora del film de Lars von Trier, «Selmasongs», de la que también suena «I´ve seen it all». Las imágenes de paisajes gélidos proyectados en la inmensa pantalla posterior contrastan con la entrega que Björk pone encima del escenario y los cálidos aplausos de un público absolutamente convencido de su genialidad.

Tras el intermedio impuesto por el ritual clásico, Björk se viste con plumas rojas y ataca algunos de los éxitos que la consagraron como estrella alternativa durante los años 90, como «Army of me», «Hyper-ballad», «Bachelorette» y «Human Behaviour» ya en los bises, en una imparable espiral de pop y ritmos electrónicos inconcebible hace tan solo unos meses en un recinto como el Liceu. En los pisos superiores del teatro la gente empieza a bailar, mientras la platea sigue clavada en sus butacas, aparentemente incapaz ni de frotarse los ojos para comprobar que lo que está sucediendo ante sus ojos era realidad. Menos mal que el Liceu acabó cediendo a la presión -algo que no hizo el Teatro Real madrileño- y no dejó pasar la ocasión para acoger una gira absolutamente histórica.

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