El Columpio Asesino (Sala Custom) Sevilla 18/11/23
Amarga baja, amarga baja. No digamos que es por vicio, ni siquiera por beneficio, pero la gira de despedida de El Columpio Asesino lleva por nombre esas dos palabras, multiplicadas en un eco sintético hasta que los números acaben por cuadrarles. Un verso corto universal con infinidad de sentidos, tantos como el oyente quiera encontrarles según las circunstancias. No hay nada más injusto a veces que la constatación de la realidad. La que se nos transmitió desde el escenario de la sala Custom –otro sold out más, y los que queden- fue la de una banda sincera, arrastrada por sus propios fantasmas hasta un éxito personal culminante en un legado único, personal e intransferible que nos sobrevivirá durante décadas hasta que aparezcan otros músicos de su perfil. Cristina Martínez no es sólo una líder escénica, sino una especie de gurú infecciosa e incontestable cuyos poderes fácticos resultan inaprensibles una vez que se apodera de micrófono, guitarra, pandereta, percusión o maracas. No son instrumentos sino atributos. “La lombriz de tu cuello” que se enrosca justo después de que “Babel” volviera a arder con sus propias cenizas.
Lo que deja tras de sí un grupo así son brasas, las de un futuro que los tendrá como referentes cuando tengamos que recordarlos con la misma necesidad con la que ahora los escuchamos. Pondremos de nuevo sus discos y lamentaremos no haberles prestado aún más atención, y constataremos por qué aquellos “Ye ye yee”, “El evangelista” y “Your man is dead” fueron el viento fresco e infestado de oscuridad que se colaba entre nuestros sueños húmedos. Esta formación nació y morirá comandada por la dupla de la citada bestia escénica y el batería y letrista Álbaro Arizaleta, siempre en primer plano para poner voz y distinción lírica a unas historias de amor retorcido (“Susúrrame”), sentimientos que se vuelven contra uno mismo (“La marca en nuestra frente es la de Caín”), gusanos reconcomiendo la manzana de la memoria (“Ataque celeste”) y falsas pretensiones de grandeza (“Huir”). Una selección meticulosamente estudiada para que los momentos de rock ácido se alternen con una electrónica desquiciada y cimbreante, al hilo de las letanías de “Preparada”, “Escalofrío” o “Entre cactus y azulejos”, formando y firmando un hatajo de canciones malditas, sombrías y enlazadas entre sí por la inercia de la necesidad de expresión.
El otro miembro de la familia, parte integrante y fundamental desde casi el principio, el versátil y discreto Raúl Arizaleta, junto a Íñigo “Sable” Sola a las programaciones, sintetizadores y trompeta, y la forzada incorporación al bajo de un inmenso Íñigo Cabezafuego, músico marginal de mil y una aristas por descubrir en su carrera paralela –al bajista titular, Daniel Ulecia, un delicado estado clínico le ha hecho imposible incorporarse por ahora a esta sonada despedida- completan una alineación que fluye a plena corriente en himnos alucinados del calibre de esas heridas ”Ballenas de San Sebastián”, “Perlas”, “Diamantes”, “A la espalda del mar” y el sujeto y objeto central de cualquier excusa para acudir a alguno de estos conciertos: “Toro”, últimamente maltratada en público por el dichoso empeño de remezclar, reversionar y revertir un sonido primigenio absolutamente maravilloso. Las “Sirenas de mediodía” con una sala en éxtasis total, entregada sin remisión a un sonido que fue de menos a más para que el final quisiera volver a ser el principio, puso la maquinaria a pleno rendimiento con el traje entre psicodélico y synth pop de “Floto” y el acento de identidad con el que se arrodillan, o puede que sea al contrario, ante el panteón viviente de los Pixies y clavan un “Vamos” apoteósico de sangre y fuego. Nada se podía objetar aquí. Nadie se podría marchar de allí sin dejar su sonrisa de aprobación manifiesta y una controlada sensación de libertad, de la que El Columpio Asesino y su asombrosa capacidad de conexión, de la que es inaudito que hasta ahora ni ellos mismos hayan sido conscientes. Empatía lo llamarán algunos. Lo único que no admite discusión es que esta pérdida va a ser irreparable, y lo más triste es que el hueco que dejarán no impedirá que nuestra vida musical continúe como si tal cosa, hasta que llegue el momento en que nada nos satisfaga por igual y afirmemos con tozuda rotundidad que sí, que hay bandas que nos dejan vacíos por dentro y, ¿por qué no decirlo?, un poco también por fuera. Huérfanos de verdad, pero de la buena.
Fotos El Columpio Asesino: Antonio E. Molina