Los mejores discos de Bunbury

Bunbury vuelve a nuestro país. El próximo 29 de junio actuará en el WiZink Center de Madrid (Entradas) y una semana después en casa, en el Estadio de la Romareda de Zaragoza (Entradas). Unas fechas importantes para nuestro artista más internacional, después de que la salud le obligara a abandonar los escenarios de manera casi definitiva. Afortunadamente, vez detectado el motivo que le producía los problemas respiratorios que le impedían actuar en directo, anunció una serie de conciertos escogidos, que arrancó a finales del pasado año.

Este periodo creativo ha dado como resultado el reciente libro La Carta (Liburuak) en el que Enrique Bunbury recoge la correspondencia mantenida con sus seguidores durante seis meses, además del que ha sido su último álbum hasta la fecha, Greta Garbo, un trabajo diferente, de transición y en el busca nuevas vías de expresión. En medio de la pausa obligada se enfocó en la composición de nuevas canciones que terminó grabando en El Desierto Casa Estudio en las afueras de la ciudad de México, con la producción de Adan Jodorowsky y el apoyo de varios músicos de estudio. Una pieza grabada en analógico que recoge un estado y un sentir donde presente y pasado se encuentran.

Aprovechando su visita, hemos pensado que sería buena idea hacer un repaso a fondo por su larga trayectoria en solitario, a la que casi contemplan 30 años. Asomarnos a cada uno de sus doce discos de estudio, ordenándolos de bueno al mejor aún. Un ranking inverso para hacer memoria, traer de vuelta alguno de sus clásicos y festejar su regreso a los escenarios.

Los mejores discos de Bunbury

12. Bunbury – Licenciado Cantinas (2011)

En el trayecto de Tierra de Fuego a Río Grande, del mestizaje moderno de New York al  tex-mex del siglo XXI, los goznes que se abren al sonar los primeros acordes del bolero instrumental de Agustín Lara que inaugura el disco no sólo no chirrían, sino que además dan la bienvenida al personaje que sirve de base para un recorrido más emocional que académico por el cancionero latinoamericano y su alargada sombra. Para demostrarlo basta un puñado de nombres, la mayoría de ellos injustamente desconocidos (hasta entonces): Pablo Casas, Rafael Otero, Louie Ortega, los hermanos Simón, Willie Colón, Marcial Alejandro, Héctor Lavoe o el grandioso Atahualpa Yupanqui. Para situarse en el centro de un dispositivo logístico que lo llevó a la frontera texana de Tornillo, concretamente a los estudios Sonic Ranch, donde reunió a sus músicos y se rodeó de los que antes que él ya recorrieron esa transitada senda: Flaco Jiménez al acordeón, Charlie Musselwhite como armonicista, Dave Hidalgo y sus cuerdas fronterizas, Eliades Ochoa y la herencia del son cubano y el experto despliegue percusivo de Quino Béjar (otro que llegaría para quedarse), además de tubas y violas que arreglan y ajustan la visión de unas canciones sencillamente tremendas a las que sienta como un guante en la mayoría de los casos el barniz moderno y los aderezos marca de la casa.

El andamiaje panamericano desmontado y electrificado en la ‘Chacarera de un triste’, el falso subidón etílico del corrido mexicano en ‘Ánimas , que no amanezca’, la melancolía bolerística de ‘Mi sueño prohibido’, el otro lado de la ranchera tradicional cuando entona ‘Que me lleve la tristeza’, el fatídico vals peruano traducido en desgarro y súplica en ‘Ódiame’, y en fin, unas gotas de salsa (‘El día de mi suerte’), cumbia, tango (‘Cosas olvidadas’) y rock –sí, ya salió la palabra maldita- en un disco-trayecto que también incorpora un blues andino que casi deviene en psicodelia latina llamado ‘El mulato (Licenciado)’ unido sin solución de continuidad al ‘Diario de un borracho’, y al lado introspectivo que aportan ‘Pa llegar a tu lado’, un tema original de Lhasa de Sela; ‘Vida’, un pequeño homenaje a la música criolla; y la impresionante milonga final, tal vez la pieza más valiosa del álbum, ‘El cielo está dentro de mí’, con versos de pura tragedia (“El alma escribe sus libros pero ninguno los lee”) que sólo un artista como él puede cantar como si hubieran salido de su propio corazón. ¿Disco conceptual? Puede que sólo demasiado pendiente del concepto.

JJ Caballero

 

11. Bunbury – Palosanto (2013)

Un tratado, más superficial que de costumbre, de lo que hasta entonces había sido su obra: poliédrica, inclasificable y reveladora. La propuesta de una nueva conciencia, de lo individual a lo universal, secundado por una banda, Los Santos Inocentes, fija en sus alineaciones de directo y estudio desde la solidez lograda en Helville De Luxe, grabado un lustro atrás. Aquí encontramos probablemente algunas de las mejores letras de su carrera, cantadas mejor que nunca y dejando definitivamente atrás al engolado y mesiánico líder de banda colindante con el hard rock que muchos aún siguen añorando. En el tema que abre el álbum, ‘Despierta’, ya vislumbramos por dónde van los tiros: cuerdas clásicas, entramados de sintetizadores y pulso rock, con las percusiones punteando los arreglos y largos desarrollos líricos, como en el caso de ‘Los inmortales’, donde el trío góspel (otra de las grandes novedades) eleva el clima de inconformismo y rebeldía a las cotas requeridas. Se luce en momentos de reposo como ‘Prisioneros’, ‘Causalidades’ y la preciosa ‘Salvavidas’, pero también aparece el Bunbury agresivo y beligerante en la brutal «Destrucción masiva» (“puedo dejarte escoger si quieres entre una muerte consciente y lenta, o si es tu elección te daré la satisfacción de acabar contigo y tus semejantes en un solo acto de destrucción masiva”) y la sofisticada «Nostalgias imperiales», uno de los temas más completos de su discografía.

Bunbury conecta con su reciente acercamiento a la tradición latina, puntas de introspección y melodías menguantes. Y un par de canciones absolutamente demoledoras: ‘Plano secuencia’, un tango construido con violines que pone los pelos de punta; y el tema que despide el álbum, ‘Todo’, un vals psicodélico de autoafirmación (“todo lo que te quitan y mereces, todo lo que murmura la gente, todo lo que eres y lo que pareces”) del que Leonard Cohen podría sentirse orgulloso. El disco se interpretó como el punto de inflexión que en realidad nunca fue, y el despiste que produjo una producción algo desequilibrada sigue situándolo como uno de los menos escuchados. Tal vez muchos no estaban preparados para el enésimo volantazo de impureza y bastardía musical de un artista resiliente a sus propias derivas.

JJ Caballero

 

10. Bunbury – El Viaje a Ninguna Parte (2004)

Este ambicioso álbum doble con título tomado prestado al libro y película de Fernando Fernán Gómez, combina una diversidad de estilos y géneros inspirados en una visita del artista a Centroamérica. Sus 20 composiciones, diez en cada disco, son difíciles de categorizar y van desde el rock, hasta la música latinoamericana, pasando por el flamenco y el cabaret, aunque en este caso adquieren una connotación mucho más étnica.

Aquí hay una búsqueda de identidad y un deseo de romper barreras y fronteras musicales. El tono más rockero mostrado en Flamingos (2002) se expandía en su continuación, demostrando la inquietud de un autor siempre en movimiento y por entonces, en una creatividad desbordante.

Un disco que podría interpretarse como una metáfora del propio recorrido artístico de Bunbury, en el que explora temas de amor, desamor, existencialismo y la condición humana, con un tono en ocasiones, teatral.

Manuel Pinazo

 

09. Bunbury – Radical Sonora (1997)

El reseteo que todo lo destruye. O al menos eso entendió el grueso de los seguidores de Héroes del Silencio, transformados en talibanes del dogma del rock and roll después de considerar inadmisible, aparte de incomprensible para sus mentes acomodadas, desde el nuevo corte de pelo, casi más radical que el título, hasta la adscripción arábigo-electrónica de unas canciones que remontaban el vuelo en directo. “Planeta sur”, “Big bang”, “Contracorriente” y la especialmente celebrada “Salomé” recorrían una nueva piel sin penetrar por todos sus poros y dejar la puerta abierta a una experimentación que para su creador resultaba necesaria y excitante.

Lo acompañaban en la reinvención Alan Boguslavsky, el único vínculo con un pasado muerto sin posibilidad de resurrección, y músicos que luego le mostrarían fidelidad eterna, como el batería y productor Ramón Gacías (ex de bandas menos afortunadas pero interesantísimas: Niños del Brasil o Días De Vino y Rosas, entre otras), cuya extraordinaria labor en cuanto a limpieza y fijación de repertorio perdura hasta la actualidad. Lo que se entendió como sacrilegio él lo interpretó como sacrificio, explicado a la perfección en un disco mucho menos fallido y de recorrido más amplio de lo que el tiempo y la opinión pública pueden hacernos creer.

JJ Caballero

 

08. Bunbury – Posible (2020)

Previamente a la pandemia y sus despropósitos, nuestro hombre se mostraba escéptico ante el devenir del universo y las cuitas mundanas y lo reflejaba en un disco de corte interior, marcado por las máquinas y un horizonte sintético que le sentaba como un guante a canciones como “Cualquiera en su sano juicio (se habría vuelto loco por ti)”, un decálogo de virtudes líricas y colchón sonoro perfecto para perfilar los nuevos horizontes artísticos de alguien para quien la duda ofende más que en cualquier otro contexto. Sirva como muestra la electrónica de salón de “Indeciso o no”, el estremecimiento confesional de “Los términos de rendición”, donde asegura que nada puede sorprenderle ni nada puede esperar cuando se constata la cruel realidad, o la sorpresa postmoderna en forma de “Deseos de usar y tirar”, en la que aparte de contar con la actriz de culto Sherilyn Fenn (personaje central de la mítica Twin Peaks) para establecer una de sus conexiones clave, la que siempre confesó tener con el mundo interior de David Lynch, enseñaba otros dientes y pendientes en busca de terrenos aún no suficientemente explorados.

Quizás la conexión más evidente con Radical Sonora, revertida y amplificada por un presupuesto generoso y la toma a tierra entre tanto cableado cibernético que suponen canciones urgentes como “Hombre de acción”, justificadamente siniestras como “Las palabras” o resplandecientes en su nueva concepción dramática como “Arte de vanguardia”. Un capítulo trascendente en el gran serial moderno de Enrique, precedente y puntal del subsiguiente trabajo, algo más coherente con el tiempo y las circunstancias que le tocan vivir a alguien que ha sobrepasado la cincuentena en plena efervescencia creativa. Si alguien pensaba que esta era sólo una introducción a un nuevo Bunbury no sabía que apenas tres años después llegaría una nueva vuelta de tuerca. Nada que no sospecháramos.

JJ Caballero

 

07. Bunbury – Greta Garbo (2023)

Revolotea por todo el disco la sensación de abandono de una vida que muchos desearían en pos de un retiro aparente y profundamente orientado hacia dentro, para descubrir los resortes inasibles que provocan y mueven cualquier proceso creativo, justo lo que ocurrió con la figura de la diva sueca tomada como referente artístico y vital. Bunbury escribe algunas de sus mejores letras en temas meditativos como “Desaparecer”, en el que se decanta por una base de piano y despoja de arreglos innecesarios una confesión que no es sino un desnudo emocional. Es la tónica predominante en el resto del álbum, tocado por músicos franceses recién incorporados a su círculo y producido por Adam Jodorowsky de forma analógica. El Desierto de los Leones mejicano funcionó como punto de apoyo espiritual para crear el clima exacto de composición y remate de temas desgarradores desde el punto de vista personal como “De vuelta a casa”, “Alaska” o “Invulnerables”, en los que se viste con los ropajes de la new wave británica, el glam rock de su admirado Bowie e incluso el soul que inmortalizaron los miembros de la Motown. “Para ser inolvidable”, sin ir más lejos, es un pequeño diccionario del funk y probablemente la canción más bailable –si dicho término es aplicable a alguna de las creaciones del maño-, pero líricamente mira hacia afuera, a una sociedad en la que el papel del artista está cada vez más en entredicho. “Nuestros mundos no obedecen a sus mapas”, en la que alude a la libertad como guía y reflejo de toda composición, y “Corregir el mundo con una canción”, donde ahonda en sus efectos y consecuencias, forman una dupla perfecta como principio y final de un recorrido sonoro en el que no es oro todo lo que reluce:

A “Armagedón por compasión” y “Autos de choque” les falta el brillo que sí tiene “La tormenta perfecta”, una impresionante letanía contra los tiempos de mierda que vivimos y las transformaciones individuales y sociales que nos están volviendo a todos cada vez más dependientes y por tanto más imbéciles. Una canción sublime que centra el tono de un trabajo más irregular de lo esperado, con una sonoridad más uniforme que nunca y absolutamente arriesgado. Esta, sin duda, aparte de gustos o inclinaciones personales, es todavía la mejor virtud de un artista esencial en la escena del rock español de los últimos treinta años. Queramos o no, es necesario seguir aprendiendo de él, que a fin de cuentas es lo mismo que él pretende. Pero ahora nos cuenta y nos canta las cosas mucho mejor que antes.

JJ Caballero

 

06. Bunbury – Curso de Levitación Intensivo (2020)

En la pandemia tuvimos doblete. Si en mayo nos cautivaba con los aires sintéticos de Posible (Warner Music), con Curso de Levitación Intensivo entregado apenas seis meses después, era capaz de partir de parámetros similares y poco a poco, introducir diferentes matices para en parte volver al punto en el que se quedó en Expectativas (2017), yendo varios pasos más allá. Una especie de viaje de ida y vuelta que es como su propia carrera, capaz de trazar uno u otro camino, y no perder en ningún momento su reconocible estilo. Y es que ese es el principal mérito de Bunbury en los últimos tiempos; ir explorando diferentes vías e ir enriqueciéndolas con distintos elementos su discurso con el inestimable apoyo de unos Santos Inocentes que –a nadie le quepa duda– seguimos pensando que son los músicos más versátiles con los que haya trabajado nunca.

Un disco que llegó del tirón y sin adelantos. Una invitación a una escucha inmersiva en estos tiempos de exceso de oferta en los que estamos malacostumbrados a pasar muy por encima de cada entrega, picoteando aquí y allá, para enseguida, pasar el siguiente. No nos cansaremos de reivindicarlo.

Manuel Pinazo

 

05. Bunbury – Flamingos (2002)

Flamingos (2022) contenía todo lo que había empezado a aflorar en Pequeño (1999), pero además ampliaba miras con la compañía de su por entonces solvente banda, el Huracán Ambulante, y la participación de invitados de excepción como Jaime Urrutia de Gabinete Caligari, Quimi Portet, Shuarma de Elefantes, Carlos Ann, Kepa Junkera, Adrià Puntí o Pedro Andreu, batería de Héroes del Silencio, entre muchos otros. Volvía a suponer un paso adelante en lo que a producción se refiere y dio un espaldarazo a su popularidad al otro lado del charco con importantes conciertos en EEUU, México y Argentina.

El tercer álbum de Bunbury, con un tono conceptual pugilístico y la figura del maño Perico Fernandez sobrevolando, contiene rock de guitarras, acercamientos al glam de Bowie, el sonido fronterizo, el cabaret o el tono tabernero de Tom Waits. Un cóctel de todas las caras mostradas hasta el momento en su etapa como solista, que encajaban como un guante.

Manuel Pinazo

 

04. Bunbury – Hellville de Luxe (2008)

Tras la exitosa gira con Héroes del Silencio de 2007 se cerraba de nuevo una puerta, no sabemos si para siempre. Era el momento de seguir adelante y lo primero que necesitaba era encontrar una nueva banda, para la cuál reclutó a Álvaro Suite y Jordi Mena a las guitarras. Robert Castellanos al bajo, Juan Rebenaque a los teclados y su fiel Ramón Gacías a la batería, y juntos conformaron Los Santos Inocentes, sus compañeros durante más de una década.

Un regreso del Bunbury más rockero e inspirado que volvía a retomar las carreteras más polvorientas sin la necesidad de mirar hacia atrás. La producción, a cargo del propio Bunbury y Phil Manzanera, enfatiza una sonoridad robusta y directa que contrasta con trabajos anteriores más experimentales. El álbum parece ser un manifiesto de independencia, con letras que abordan tanto la confrontación con el pasado como la búsqueda de una nueva identidad. La presencia de guitarras distorsionadas y ritmos contundentes subraya un deseo de reivindicación personal y artística.

Manuel Pinazo

 

03. Bunbury – Expectativas (2017)

Olvidando las connotaciones, evidentes en la mayoría de referencias a la sociedad contemporánea, la alienación y el estado de las políticas sociales y culturales, nos encontramos ante una colección de canciones que se antoja escasa para todo lo que parece querer decir su autor. Bunbury se comunica bajo el paraguas de un orador verborreico, poco aleccionador, que deja para el final el capítulo dedicado a sus propios sentimientos, cuya visión del mundo no solo es apocalíptica sino airada, y la impotencia que se siente al escuchar líneas como “perderemos el tiempo intentando curar, invirtiendo millones en pastillas que no salven a nadie” (“En bandeja de plata”, uno de los momentos más devastadores del disco) o “no conseguirán engañarnos a todos… a todos no” (“Parecemos tontos”, donde se acerca al soul clásico de los sesenta) hablan por sí solas de la rotundidad con la que observa el mundo alguien que por otra parte cumplió con sus obligaciones “como ciudadano y marido” y que opta por el dolce far niente y el “preferiría no hacerlo” proverbial del personaje de Herman Melville para no contaminarse de la rabiosa y penosa actualidad (“Bartleby (mis dominios)”, todo un canto a la indolencia y a la inacción como vía de escape necesaria). Musicalmente, la conjunción casi perfecta entre métodos analógicos y digitales consigue que el conjunto de piezas que componen Expectativas camufle el sonido de las guitarras, que suenan en todas y cada una de las canciones pero procesadas y a veces en segundo plano, y que el disco esté conducido por el saxofón de Santiago del Campo, una nueva e inesperada incorporación que se convierte en el verdadero alma del concepto. Suya es la base de “La actitud correcta”, el hit del disco, con sangre glam-rock y estribillo indeleble, y la atmósfera jazzy de “Mi libertad”, una joya de rincones poco frecuentados e igualmente valiosos. Es esta, junto a “La constante” y “Supongo”, la brizna de hierba fresca en un ambiente en general opresivo. “Lugares comunes, frases hechas” y “Cuna de Caín” sueltan verdades como puños que nos golpean el corazón, como cualquier expectativa injustificada cuya constatación final es que la vida no es más que “La ceremonia de la confusión”, otra cumbre. Un equilibrio entre contemporaneidad musical y filosofía ancestral que dotó de coherencia a otro concepto amplísimo y brillante.

JJ Caballero

 

02. Bunbury – Las Consecuencias (2010)

Estamos ante una obra introspectiva y melancólica, en la que Enrique Bunbury se adentraba en terrenos más oscuros y reflexivos. La energía desprendida en Hellville de Luxe se apagaba en una aproximación más acústica y minimalista. Perfecto colchón para abordar una profunda reflexión sobre la vida, la muerte y el paso del tiempo. Las letras son poéticas y cargadas de simbolismo, abordando la pérdida, arrepentimiento y redención. Contiene una versión, «Frente a frente», escrita por Manuel Alejandro y popularizada por Jeanette en 1981 y aquí cantada en compañía de Miren Iza de Tulsa.

En Las Consecuencias hay folk, rock y blues, con una marcada influencia de los cantautores universales más clásicos. Su atmósfera es íntima y envolvente, convirtiéndolo -posiblemente- en eso que podíamos llamar su «disco de madurez» donde como es habitual, volvía a sorprender con su capacidad para explorar nuevas vías.

Manuel Pinazo

 

01. Bunbury – Pequeño (1999)

Pequeño (1999) no solo marca un punto de inflexión en su carrera en solitario dejando atrás la experimentación electrónica de sus primera etapa post-Héroes del Silencio, a la que volvería puntualmente, sino que casi sin quererlo configuró una de las piezas más importantes (¿la más?) de su carrera. Su obra más humana y cercana, con las composiciones más personales escritas por el artista maño hasta la fecha. Canciones desnudas y letras desnudas y sinceras, lejos de sus hasta entonces habituales crípticas historias, en las que ahora nos abría su corazón para mostrar sus sentimientos como nunca antes.

Producido por él mismo, con la ayuda de su inseparable Ramón Gacías, se grabó en los estudios El Cortijo de Málaga alejados de toda presión y dio como resultado un trabajo minimalista, de carácter intimista, en el que el amor tomaba protagonismo. Ese amor arrastrado que tan bien reflejaban las rancheras de José Alfredo Jimenez y que tanto habían marcado a Bunbury en sus visitas a México años antes. Pero no solo las rancheras eran la inspiración, también había guiños al tango, el flamenco o a la canción popular española y latina, además de fanfarrias y delicados arreglos. Una joya por la que no pasa el tiempo.

Manuel Pinazo

 

 

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