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Rocío Márquez y BRONQUIO (Conde Duque) Madrid 23/09/22

Barajar sensaciones sobre una impresión tan profunda como la que deja la primera vez que uno se asoma al Tercer Cielo de Rocío Márquez y BRONQUIO enfrentándolas a una segunda ocasión, siempre tiene su riesgo. Y su bendición. Tras su paso por el FIVE de El Escorial, la pareja que sigue apuntalando su conjunción como, inevitablemente, la del momento y el año, agotaron entradas en Madrid para una sesión doble que no defraudó en su representación y puesta en escena. Y subrayo este punto porque, dada la ocasión de volver a sumergirse en ese maravilloso purgatorio, la decisión de quien suscribe de alejarse de cualquier desmenuce musical para centrarse en la totalidad escénica será la que prime en esta crónica.

No deberíamos olvidar nunca que Tercer Cielo ahonda conceptualmente en la necesidad imperiosa de la expresión corporal, complementaria de o primigenia a aquella producción musical que surge de las máquinas del jerezano y que envuelve la vocal presencia, enorme, de la onubense. Ella demuestra sin esfuerzo que abarca y conquista con cada paso y cada tono un pedazo más del escenario y la totalidad de la atención de quien vislumbra ese exorcismo que es la continua recuperación de la vida.

Esa agitación y celebración, no de vida y su opuesta muerte, sino más bien del crecimiento de la vida a través de la agitación de las desavenencias, del mal de amores, del resurgir y resucitar, es lo que expresa a la perfección Rocío Márquez. No vamos a descubrir a estas alturas la calidad y versatilidad de la cantaora como solista, pero sí que se debería incidir y recalcar su faceta versátil como intérprete del cuerpo, extensión introspectiva, si es que eso es posible, y esa necesidad imperiosa de la expresión externa y del encantamiento de una catarsis necesaria.

Si existe una canalización a través del cuerpo y la voz, también lo existe a través del sonido electrónico, siempre vilipendiado como dudoso catalizador de sentimientos por su artificial naturaleza, como si todo lo humano no pudiera, además, expresarse desde lo inhumano. Ahí tienen a BRONQUIO, artífice y autor material de ese envoltorio del que intenta emerger la voz de Márquez, no para romper con él, sino para señalar que los límites de lo humano son inexistentes cuando se requiere una ruptura. Su presencia conjunta sobre el escenario está tan cimentada que no les haría falta muchos más ensayos a estar alturas y proseguir con esa naturalidad que destila la conjunción de habilidades y su entendimiento desde lo más profundo.

Los juegos de luces, las diferentes modulaciones en la modificación técnica de salida de algunas voces o el orden de los factores no tiene por qué alterar el producto. Quienes nos hemos enfrentado a este artístico aquelarre de condición humana sabemos que sí, que entre función y función puede llegar a haber diferencias, algunas notorias, pero tan grandes en su interpretación como mínimas en querer conseguir el mismo efecto siempre en el espectador y oyente. Sí, ese mismo, aquel que puede llegar a transformarse en una pieza más de este Tercer Cielo cuando, al abandonar el recinto, pueda llegar a darse cuenta de la inercia de la propia vida a través del impacto de esta joya conceptual.

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