Los ocho momentos del Sónar 2019 (Fira Montjuïc) Barcelona
Cuentan los directores del Sónar que en la edición de este año han perdido veinte mil espectadores. Lo achacan, principalmente, a dos motivos: el cambio de fechas (de junio a julio) y a la gestión de la reciente huelga de montadores justo en las fechas en que el público local decide comprar sus entradas.
Se olvidó el Sónar de que el de este año haya sido, probablemente, el cartel más flojo de las últimas temporadas. Ya no en el Sónar de día, cuya idiosincrasia de «alternativo» permite manga ancha en cuanto a nombres más o menos rarunos, aunque tanto las ediciones de 2017 como la de 2018 presentaron un cartelazo que hubiera dado para un festival en si mismo.
Pero estamos apañados si la envergadura del Sónar Noche se tiene que sustentar en Skepta y Stormzy (aunque fuera de rebote, debido a la cancelación de A$AP Rocky) que esto no es Gran Bretaña y aquí el grime tiene su aceptación pero no mueve las masas que allí. O en Underworld, que sí, que bien, pero… Si la cosa va de rotar al ritmo latino, lo de Bad Bunny lo clavaron, pero tal vez el festival debería plantearse si el cartel ha sido de los de mover ciento treinta mil personas.
En lo estrictamente musical, estos son los ocho momentos que destacamos. Ni para bien ni para mal, si no todo lo contrario.
Leon Vynehall
Que en julio en Barcelona hace calor es una obviedad tan grande que no haría falta ni mentarla. Pero viene a cuento de que hay una hora en el Sónar Día, justo cuando el calor está bajando y el sol deja de torrar, que, en conjunción con la música adecuada, hace del escenario descubierto SonarVillage una experiencia mágica.
Este año, ese momento lo consiguió el deep house de Leon Vynehall, el productor británico que convirtió el recinto en una pista de baile perfecta. Bajando el tempo a ratos y virando al house más puro en otros, la sesión de Vynehall fue como meterse dentro de su DJ Kicks, disfrutando de una selección de gusto exquisito y su dominio de la pista. Y nos recordó que, en realidad al Sónar, hemos venido a bailar.
Arca
El interés de la parte musical de los conciertos de Arca ha ido descendiendo a medida que ha ido aumentando el espectáculo. Esto es así a cada nueva visita desde aquel espectacular estreno en el Sónar de 2015. Entonces Arca acaba de estrenar Xen, uno de los trabajos más interesantes del momento. Ahora Arca juega a ser una diva sobre el escenario, más performance que música, pero no acaba de tener claro cómo deslumbrarnos.
Cuando, como en el inicio del concierto, apuesta por dejar que sea su voz la protagonista («Desafío» y «Piel» suenan preciosas), le puede el drama sobreactuado. Bien, hemos venido a jugar, pero no acaba de acariciarnos en directo como sí lo hace el disco. Cuando le da por ponerse arty y baja del escenario y monta su performance y sale un señor-minotauro y Susanne Oberbeck en tetas a recitar, su show es más delirante que efectivo. Primeras miradas furtivas (y aburridas) a la hora.
Y cuando le da por larguísimos cambios de vestuario, le falta integrarlos en el espectáculo (aunque suena Xen de fondo, punto para Doña Arca), corta el ritmo. Y aunque luego se desata en un disparatado alter ego, no acaba de definir bien su personaje: si estrella fantasiosa o artista rompedora. Se queda a medias de todo. Y a pesar de que su set acabe con una traca de tecno y ritmos feroces, para entonces mucha de la gente que hacía cola con ansia para entrar en su concierto una hora antes, ya se había marchado de la sala. Sintomático.
Bad Gyal
Apoyada por su aparición en la prensa musical americana y sus conciertos en Estados Unidos, Alba Farelo llegaba al Sónar con el hype por las nubes: nuevo show mucho más grande («muchas cosas que no he visto en un escenario antes», decía ella misma en insta) y disco nuevo. Y el espacio principal del Sónar Día lleno de gente que se sabía las canciones de memoria. Pero de ahí a que hubiera algo original en su espectáculo hay un cacho.
Su show, algo descafeinado (aunque las seis de la tarde tampoco es una hora para lucir mucho escenario), se basó en el perreo y el dancehall salvaje de las bailarinas y ella misma: ahí Bad Gyal estuvo enorme, hay que reconocer su dominio del bailoteo. En una hora escasa desgranó literalmente sin descanso su tracklist de grandes éxitos, incluyendo los recientes «Santa María» y «Hookah». Con más show (ese deje a lo Cardi B la delata), menos chicha y muchísima menos mala leche que en su visita anterior al festival. Mucho autotune, por supuesto, ritmos caribeños, un sonido potentísimo y erotismo disfrazado de empoderamiento a go-gó.
Ahora, la artista parece más interesada en la parte sexual de su música que en su desparpajo de barrio. Y después de esto, me intriga saber cómo van a seguir defendiendo algunos que el trap es el nuevo punk. Lo era, pero ya no.
Underworld
Seguramente más de la mitad del público del Sónar ni siquiera sepa lo que es una rave y muchos ni hayan visto Trainspotting, pero aun así Underworld se dieron un baño de masas en el Sónar Noche. Siempre han practicado una electrónica rotunda y épica, con tintes de estadio, pero además el espectáculo visual que trajeron se prestaba a ello.
Su set fue un paseo por sus himnos, sin olvidar sus recientes temas publicados en su plataforma Drift. Trance revisado y beats frenéticos que Karl Hyde y Rick Smith dominan a la perfección. Saben poner al público a bailar y subyugarlo jugando con los tempos. Y, la verdad, entre tanto ritmo reggaetonero fue de agradecer un poco de apabullante tecno puro y duro.
Vince Staples
No importa que Vince Staples repita la misma puesta en escena del Primavera Sound del año pasado: él solo sobre el escenario acompañado de imágenes de fondo, sin DJ ni músicos. Solo él y su hip hop musculoso se bastan y se sobran. Desde aquel concierto primaveril, ha publicado FUN!, así que a aquel set construido con la electrónica del grandioso Big Fish Theory y la clase de Prima Donna, hay que sumarle temas de ese divertimento que es su último trabajo.
Vince Staples es un maestro de la rima, que escupe crítica social y política sobre bases de lo más variado: desde electrónica cercana al drun’n’bass hasta beats más clásicos. Lo suyo es no resultar nunca aburrido ni autocomplaciente. Y en directo, puro músculo. Te cuela ese experimento sarcástico que es «FUN!», se viene arriba en «Big fish» o «745′» y te noquea en «BagBak» o «Norf Norf». Se sube solo al escenario y se lo come.
Y no le hace falta artificios para darnos una paliza sonora y, en caso de que alguien estuviera prestando atención, removernos el cerebro. Y eso no pasa mucho en un mundo de fuegos artificiales, bling bling y bailarinas.
Dengue Dengue Dengue
No era la hora. Demasiado calor y con la gente aún atontada ubicándose en el macro recinto. Pero el de Dengue Dengue Dengue fue un set de esos que no te esperas y te sorprenden. Los peruanos investigan con la música popular de su país y juegan a encontrar las cadencias en sus sonidos y a mezclarlas con percusiones de corte africano y ritmos electrónicos.
En su concierto del Sónar, bajo el riguroso sol de julio barcelonés, Rafael Pereira y Felipe Salmón se hicieron acompañar de dos percusionistas, que se arrancaron con un par de bailes e intentaron invitar a los asistentes a hacer lo propio, para entregar un set hipnótico y sugerente, de sonidos tribales y ácidos. Las máscaras chamánicas tras las que se escondía el dúo no hicieron sino acrecentar esa sensación de música comunal y ancestral fascinante que te transporta. De esos descubrimientos a tener en cuenta.
Stormzy
A pesar de que Stormzy llegaba a última hora para sustituir a A$AP Rocky, con homenaje de su DJ TiiNY pinchando «Praise the lord (da shine)» antes del concierto, el británico se merendoló el escenario. Lo del de Croydon es un venir, ver y vencer muy similar a lo de Skepta en la edición de 2016. Poderío vocal y escénico, rima imparable y bases pesadas. Cero artificio. What you see is what you get.
El grime, ya lo hemos dicho antes y lo repetiremos cuanto haga falta, está inmerso en una segunda juventud y Stormzy tiene buena parte de la culpa. Desde que abrió con «Know me from» para dar un puñetazo en la mesa, se mostró arrollador e incontestable y demostró que el rap made in UK tiene más recorrido que el de las bases pesadas y lentorras: puede sonar excitante como en «Vossi bop» o «Cold» o cercano al R’n’B como en «Cigarettes & cush». Y sobre todo, suena a crítica («¡Free A$AP Rocky!», gritó Stormzy), suena urbano y suena contundente. No se puede pedir más.
Daito Manabe
No es el Sónar sin un buen puñado de experimentos artísticos de corte músico-visuales en el cartel. La inteligencia artificial de Holly Herndon fue una y la actuación de Daito Manabe fue otra. El japones, habitual del festival, basó su propuesta en explorar las respuestas a la pregunta “¿Qué imagen te viene a la cabeza cuando escuchas un sonido?».
Para ello, proyectó en la cúpula del cúpula del Sonar360 imágenes del cerebro con las partes que se iluminaban según la música que sonaba y creando imágenes con reacciones a esta música: treinta minutos de un ambient minimalista y poco ortodoxo y un experimento más bonito que interesante.
Demagogia barata. Ahora sólo faltaba que el derecho a huelga se demonizase. Puto postureo.
Creo que al Sónar le ha pasado como a todos los festivales este año. No había mucha banda donde escoger y luego la indefinición entre el trap y el no trap
Por fin un artículo que dice la verdad sobre el show de Bad Gyal, será que muzikalia no recibe dinero de sónar para publicitar solamente lo que ellos dicen. Descafeinado fue la palabra, y mil veces peor que el de hace 2 años. En general, de los peores sónar de los últimos 10 años mínimo.