Primal Scream – Come Ahead (BMG)
Soy muy, muy fan de la última etapa de Primal Scream. Sí, ya sé que con Screamadelica (1991) redefinieron la cultura de club y la aplicaron al pop, que con Give In But Don’t Give Up (1994) resucitaron el rock and roll stoniano y abrieron puertas que aún hoy siguen abiertas; que se convirtieron en los Kraftwerk punk en XTRMNTR (2000). Pero el caso es que, a partir de Beautiful Future (2008), simplemente, se dejaron ser. Eran una banda ya plenamente consciente de su posición de clásicos, de semidioses que ya nada tienen que demostrar y eso, bien sabido y utilizado, mezclando todo lo aprendido, es un arma muy poderosa para crear música.
Quien dice “la banda”, por supuesto, perfectamente, puede querer decir Bobbie Gillespie, el hombre que, a día de hoy más que nunca, es quien está al timón de la marca Primal Scream. De hecho, el disco que nos ocupa nació como un conjunto de canciones compuestas por Bobbie en su casa con su guitarra acústica y planteándose seriamente si eso debía ser o no un disco publicado bajo el nombre de la banda. Obviamente, ganó la opción de dar salida al producto (que al fin y al cabo hay que comer) con una marca ya testada y enormemente prestigiosa, no obstante, seguramente estemos ante el disco más personal, más Gillespie, de la historia de PS.
El vocalista es un melómano, un erudito musical de unas dimensiones que no creo que admitan demasiada comparación. Un tipo de un gusto ecléctico, coleccionista, descubridor de tesoros e inmejorable prescriptor, que sabe trasladar a su música esa fiebre que tanto él como los que padecemos su misma enfermedad, sentimos por la música. En su más amplio espectro, por descontado.
Esta vez le toca el turno, por todo lo alto, al disco, soul y funk setentero. Tamizado, por supuesto, con una personalidad, o “estilo”, si quieren, que tanto el líder como la banda tienen como marca de fábrica y se les requiere. Todo esto dota a Come Ahead, el disco número doce de Primal Scream, que ha tardado nada menos que ocho años en llegar respecto a su anterior disco de estudio, de una frescura a prueba de bombas. La maquinaria no sólo no está oxidada, es que quizás funciona mejor que nunca. En cierto sentido, esto es comparable a otro de los grandes y más esperados lanzamientos de este año, el último álbum de The Cure, que apareció hace unos días. Como la banda de Robert Smith, Gillespie y los suyos alcanzan una madurez que va más allá de su pasado, que muestra el proyecto en un ahora consciente plenamente de todo su recorrido, pero también de todas las arrugas adquiridas. Y las llevan con el mayor de los orgullos.
Come Ahead, decíamos, es quizás el disco más personal de Gillespie al frente de su banda de siempre. Esto es así desde la misma portada del álbum, dedicada a su padre: Robert Gillespie Sr., un hombre muy respetado por su labor en campañas de justicia social, y un espíritu, el del compromiso social, que sobrevuela, junto a otros temas que tienen que ver con el paso del tiempo, la madurez, o las contradicciones de la naturaleza humana, a todo el disco. No obstante, es un álbum absolutamente gozoso. Toda una colección de singles infalibles, casi todos capitaneados por una clara intención de invitación al baile, al hedonismo.
Un despliegue de maestría compositiva y de producción -que, por cierto, corre a cargo del genial David Holmes– que dota al conjunto de cohesión y coherencia en la variedad estilística ya marca de la casa. Como decíamos, en Come Ahead predominan las tonalidades negras, con el soul y el funk por bandera, tal es el caso del espectacular inicio con “Ready to go home”, con sus coros gospel de apertura y su inapelable tributo a la disco music. Una infalible apertura que inmediatamente se suma “Love insurrection”, la más electrónica “Innocent money” o el magnífico guiño al africanismo que son “Circus of life” o “The center cannot hold”; pero también hay sitio para medios tiempos que mezclan soul con efluvios psicodélicos, como en “Heal yourself”, o esa joya absoluta que es “Melancholy man”, directamente candidata a canción del año.
Pero también hay arrebatos de garage rock, con riffs tan potentes como el de “Love ain’t enough” y dos tour de force de más de ocho minutos que son crema pura: “False flags” y ese “Settlers blues” final que cincelan un trabajo que hay ya algunos medios, como The Herald, que ya ya han calificado de disco del año. Y ya se sabe que la prensa británica tiende a exagerar, pero yo les digo que si lo que están buscando es un disco plenamente satisfactorio, de esos que llenan, que hacen que uno se sienta saciado, esta rodaja de vinilo (o de lo que sea) es uno de los más exquisitos bocados que podrán degustar este 2024.