Atreyu + Creeper (Sala Mon) Madrid 01/12/23

Si Creeper, con su flamante Sanguivore (23), han decidido recrear el tan contradictorio como fascinante crisol de emociones que envuelven al mundo del vampirismo, la reciente relación que este grupo mantiene con España parece no apartarse ni un milímetro de esa línea perversa. Si ya el año pasado resultó frustrante verles ocupar una posición residual en el Mad Cool, en la escala en nuestro país de su actual gira, con su actual condición de teloneros, continúa la impotencia, esa incómoda sensación de no poder contemplar a una banda en su plenitud de facultades. Con todo, dejar pasar esta oportunidad se antojaba inadmisible: toda criatura de la noche, pese al sufrimiento que conlleva, debe saciar su morbo y aplacar su sed de sangre, de Creeper, de los artífices de uno de los encadenados discográficos más deslumbrantes que se recuerdan en muchísimo tiempo: Sex, Death & Infinite Void (20) y American Noir (21).

Enfundados en cuero negro, maquillados y derrochando ímpetu, los componentes de la formación inglesa ocuparon sus posiciones en la madrileña sala Mon y “Cry To Heaven“ fue la encargada de estrenar la función. Nadie duda de que en un formato más extenso, sin estas irritantes restricciones, la encargada de abrir fuego hubiera sido “Further Than Forever”, ese ejercicio de maravillosa grandilocuencia teatral que abre el álbum, roza los diez minutos y parece más diseñada para interpretarse en la Ópera de Viena que en un mundano local de conciertos. Perfecta muestra, por cierto, de una de las grandes bazas de los de Southampton: Will Gould, con su excelente y profunda voz, y en un cruce de influencias cada vez más representativo en esta banda, es capaz de conciliar a Meat Loaf y al Elvis Presley más romántico y decadente en una sola persona. Porque resulta inevitable hablar de deudas y homenajes en Creeper, pero es tan abierto y versátil el punto de mira de sus protagonistas que el resultado acaba siendo tan singular como imprevisible y poliédrico. Así, en la citada “Cry To Heaven”, una canción de pegada y efectividad ejemplares, podemos encontrar la resonancia de Ghost, otra formación exquisita dicho sea de paso a la hora de volver la vista atrás, aplicar su particular filtro y perpetrar canciones como planetas.

“Room 309” fue una pequeña concesión a sus inicios más directos y pop-punk antes de adentrarse en el núcleo del último álbum, con una tripleta sin concesiones y del tirón: “Sacred Blasphemy”, “Lovers Lead Astray” y una inmensa y climática “Teenage Sacrificy”. Ejecutadas con mucha pasión y propulsadas por el habitual estímulo que suele suponer a un artista presentar su disco, llamó la atención la poderosa presencia escénica de Ian Miles, guitarrista, en detrimento de la teclista y soberbia vocalista, Hannah Greenwood, que parece (triste e incomprensiblemente) haber dado un paso atrás, tanto en estudio como en escena. Gould, por su parte, cada día está más arrollador a todos los niveles, tanto en imagen como en cuajo escénico, y lideró un fragmento de show donde, además de las mencionadas, pudieron detectarse, entre otras, las vibraciones de Sisters Of Mercy, Misfits o Billy Idol, que enriquecen la paleta de colores de la banda en Sanguivore (23). Quizá se pase de ampuloso, es probable que no alcance la desbordante inspiración de sus entregas anteriores (era prácticamente imposible), pero la defensa de este nuevo trabajo fue muy firme; la exaltación de sus virtudes, modélica.

En un set de apenas cuarenta minutos, no hubo mucho tiempo para más. Sonaron, con un ligero punto menos de fragor, clásicos absolutos de la banda como “Be My End” y “Annabelle” y cortes muy disfrutables pero algo más genéricos de sus comienzos como “Down Below” y “Hiding With Boys”. La colección de temas superlativos que se quedaron en el tintero, tanto por lo escueto del asunto como por la elección del repertorio, no sólo daría para otra crónica, sino que fue otra dolorosa y sádica dentellada en la yugular. Pero quedémonos con lo bueno; aunque efímeros e insuficientes, en los momentos álgidos de la actuación Creeper dio la sensación de ser la banda más excitante del planeta.

Buen ojo el de Atreyu eligiendo telonero, definitivamente, y a continuación el turno les tocó a ellos. Complicado estar a la altura, pese a tener una audiencia enfervorizada ya ganada de antemano. Fraguada a finales de los 90’s y consolidada en la primera década del nuevo siglo, esta formación de metalcore es un ejemplo de constancia, regularidad y resistencia. Sin ningún álbum realmente sobresaliente, pero sin tampoco ningún paso en falso, los estadounidenses han sobrevivido a peculiares reconfiguraciones en sus filas y dan la impresión de ser un grupo que está muy vivo. El orondo Brandon Saller, baterista habitual, ha dado el salto a las voces tras la marcha de Alex Varkatzas, y actualmente es un frontman que tiene encandilada a su parroquia, como pudo comprobarse con “Drowning”, canción con la que abrió mecha tras la aplaudida aparición de todos los miembros.

The Beautiful Dark Of Life (23) verá la luz en breve, aunque muchas canciones que lo integrarán ya se han publicado en diversos EPs. Una es la mencionada, y otra es una de las más inspiradas de su carrera, “Gone”, que fue ejecutada con mucha emotividad, y fue sin duda uno de los puntos altos de la función. “Right Side Of The Bed”, uno de los primeros éxitos de la banda, fue otro rescate convincente, y que define a la perfección la dualidad entre la melodía y la brutalidad que les distinguen. Una mirada un poco inquisitiva podría achacarles cierta monotonía en su discurso, tanto en estudio como sobre las tablas, pero donde otros naufragan o incurren en la rutina, Atreyu demuestran una loable pericia para compensarlo y dinamizar su puesta en escena.

Una cuota importante de mérito, convengamos, lo tiene el carisma de sus componentes, muy por encima de la media en esta clase de grupos de metal melódico. No diremos tampoco que sus componentes destilan el aura y la personalidad propia de muchas de las grandes bandas de la historia del rock, donde hasta el músico más teóricamente secundario luce carisma de superhéroe, pero por ahí van los tiros. Así, mientras el guitarrista Dan Jacobs, notable actuación la suya, con su cresta y su cinta en el pelo hubiera sido digno escudero de Tina Turner en Mad Max 3, el también guitarrista y eficaz Travis Miguel paseó sobre las tablas un look más propio de algún film de serie B de gángsters que de un concierto. Mención especial para el bajista, Marc McKnight, el encargado de las entonaciones más agresivas, que dio una exhibición de derroche vocal y con su kilométrica barba de chivo parece ser el indiscutible Nick Oliveri de esta escena.

No faltaron, en la segunda mitad, clásicos muy certeros y festejados, como “The Time Is Now”, “Falling Down” o la trepidante y muy atinada “Blow”. Tampoco la siempre bienvenida aparición del sentido del humor, de no tomarse demasiado en serio: “Warrior” fue reconvertida e interpretada como “Mario”, y la banda anunció que “Luigi” aparecerá en el próximo disco. Puntuales cambios en el reparto de instrumentos, donde destacó la momentánea recuperación de las baquetas por parte de Saller sustituyendo a Kyle Rosa, batería actual, y bajadas a la pista e internadas entre el entregado público por parte del frontman y del bajista amenizaron mucho el espectáculo. El colofón final, después de que la banda tirara donuts al público, en uno de los momentos más alucinógenos de la noche, fueron las versiones de “Tequila” y “I Wanna Dance With Somebody”, tema popularizado por Whitney Houston. Fue aquí, ya sin sus galas vampíricas, más desenfadados, y dando cuenta de una botella de alcohol de presumible alto octanaje, cuando reaparecieron Creeper, fundiéndose con sus compañeros de gira en el escenario y revelando la extraordinaria sintonía entre ellos. No había vencedores ni vencidos. Sólo un triunfo, más necesario hoy en día que nunca: el de la sangre y la melodía.

Fotos Atreyu + Creeper: Pedro Rubio

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