Dirty Honey (Sala La Paqui) Madrid 12/03/24

Si hacemos un repaso mental de las bandas de rock de vocación clásica más interesantes surgidas en los últimos años, resulta imposible obviar a Dirty Honey. Con un robusto y evidente sustrato blues, gratificantes ramalazos sureños, potentes riffs y composiciones muy efectivas, eso les hubiera bastado para labrar una carrera hasta el momento más que notable, y sin ningún paso en falso ni concesión. Pero probablemente carecerían de esa chispa de encanto y desequilibrio que distingue a un grupo genérico de una banda diferencial. Y nuestros protagonistas, sin haber inventado nada, y estando lejos de firmar hasta la fecha ninguna obra maestra, tienen en Marc LaBelle, su vocalista, su ingrediente mágico.

Con un timbre de voz agudo y raspado, en algún lugar imaginario entre las coordenadas vocales de ilustres como Axl Rose, Jeff Keith, Steven Tyler o Vince Neil, resulta maravilloso detectar el regusto de hard-rock sleazy que desprende el cancionero de esta banda con un vocalista atacando así las canciones, con esa combinación de crudeza y romanticismo que siempre han distinguido las gargantas de esa infravalorada escena, que vivió su ebullición los 80’s, y tan proscrita y sujeta a chanzas se encuentra en la actualidad, no descartemos que por una mezcla de prejuicios e ignorancia. No en vano, Dirty Honey son angelinos, y qué mejor modo de reivindicar aquellos inolvidables años y proliferación de formaciones de tan diverso pelaje en esa venerable ciudad estadounidense que con los adictivos fraseos de LaBelle.

Engalanado con sombrero, gafas de sol, fular y glamuroso abrigo de piel, el fibrado cantante salió a escena y, para regocijo de la nutrida concurrencia de la madrileña Sala Paqui, pronto disipó las ligeras dudas que dejó el año pasado entre la parroquia de fans el último disco, Can’t Find The Brakes (23). La ligera pérdida de frescura y empuje que pareció transmitir la banda en esa publicación, afortunadamente, no asomó en la puesta en escena del concierto, precisamente con la canción titular. John Notto, guitarrista, y Justin Smolian, al bajo, irrumpieron con ganas, capitaneando una maquinaria instrumental que, si bien fue a más durante la actuación y le pareció costar unas pocas canciones encontrar el tono y la intensidad adecuadas, mostró muy pronto que las sospechas de acomodamiento o piloto automático que podrían haber suscitado carecen de sentido.

“California Dreamin’” y su irresistible melodía, acometida con mucho feeling por LaBelle, fue el primer momento cumbre de la actuación. “Dirty Mind”, del flamante álbum, elevó notablemente sus prestaciones en estudio, y sublimó el registro más crudo y desaforado de la banda, con un incendiario riff final, y que les sienta como un guante, pese a que no lo prodiguen en exceso. Y es que incluso en los lances más intensos como éste sigue dando la sensación de que a esta banda, en líneas generales, podría meter una marcha más e insuflar más nervio a su propuesta. Claro que pocas pegas se pueden poner al encadenado de “Honky Tonk Women”, de Rolling Stones, y esa preciosa pieza acústica llamada “Coming Home (Ballad Of The Shire)”. Atacadas, especialmente esta última, con infinita delicadeza, LaBelle nos mostró sus entrañas con la seguramente interpretación vocal más íntima y conmovedora de la velada.

“Don’t Put Out The Fire” devolvió la visceralidad a la banda, con un sonido afiladísimo, y de paso ratificó lo que suele ser habitual en las presentaciones de los discos: que la banda se encuentra en el preciso momento de esas canciones, tanto a nivel instrumental como actitudinal y conceptual. Así, fue resuelta con tanta brillantez, como en líneas generales todas las nuevas composiciones (extraordinaria también “Won’t Take Me Alive” en el bis), que Can’t Find The Brakes (23) salió reforzadísimo de la experiencia, quizá la mejor noticia de todas. Si nos ajustamos el monóculo, además de esa sensación de que, salvo excepciones, un punto más de intensidad se agradecería, quizá cabría reprochar a la recta final de la actuación unos solos de bajo y guitarra netamente prescindibles, tanto por los temas que se quedaron en el tintero y podían haber asomado en su lugar como por el innecesario arrebato exhibicionista en una banda de esta naturaleza. No obstante, ese pequeño clásico llamado “Rolling 7s” (descomunal igualmente, un poco antes,”When I’m Gone”) dejó un fantástico sabor de boca y un aroma de banda hecha, cuajada, con poso. Sobraron algunos detalles, de acuerdo, pero una banda que hoy en día, aunque flirtee también con otras sonoridades, exude semejante pasión y devoción por el legendario hard rock de Los Ángeles jamás sobrará.

Foto Dirty Honey: Pedro Rubio Pino

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