Entrevistamos a Tulsa, que vuelve con ‘Amadora’

Tulsa acaba de publicar Amadora (Tulsa), álbum conceptual sobre esas mujeres acostumbradas a sostener todos los pesos de la vida hasta que su cuerpo dice basta. Un trabajo que ha venido anticipado por una obra de teatro del mismo nombre gestada en colaboración con la dramaturga María Velasco. La continuación de Ese Éxtasis (Tulsa / Intromúsica) nos hace acompañar a Amadora por un trayecto de vivencias oscuras y luminosas, en las que caben el amor y la amistad, pero también los miedos, la culpa, el abismo y ese dolor.

Nos reunimos con Miren Iza para ahondar en las inspiraciones para llegar a estas canciones y en cómo su profesión de psiquiatra le ha dado una visión que ha terminado trasladándose a su proceso creativo.

«Me gusta jugar a extralimitar códigos del pop que son tan pretendidamente inofensivos. Romper eso»

Amadora es un disco conceptual. De reivindicación de la fuerza de la mujer. También feminista.

Conceptual sí, pero no es un disco reivindicativo. Quiere poner el foco en algo y hacerse preguntas. Hay un dolor que campa a sus anchas en las mujeres y se ve sistemáticamente en las que han tenido un pasado de abnegación a los demás. Creo que el feminismo entra porque a través de él hemos sido capaces de identificar más claramente el origen de ciertos dolores.

Pero un dolor…

Un dolor físico.

 

Amadora no es una persona en sí, es ese ente que aglutina a todas las mujeres dolientes.

A esas mujeres que sostienen a los demás hasta que su cuerpo se rompe. Parece que es la única manera de librarse de sostener a otros, a través de la propia claudicación de tu cuerpo.

Sé de lo que me hablas porque me crié en un matriarcado. Esas mujeres que han tenido que cargar con el peso de todo. 

Sí, pero hasta en el matriarcado donde las mujeres sostienen toda la casa y mandan en ella, siguen sometidas por los hombres de fuera. En estos casos lo sostienen a nivel de currar pero también a nivel emocional. El yugo es un dolor emocional, pero luego de repente revienta el cuerpo. El cuerpo se desgasta.

Lo somatizas en enfermedades.

Sí. Hay un libro que me gusta mucho de una médico que se llama Carme Valls Llobet titulado ‘Mujeres invisibles para la medicina’ (Capitan Swing, 2020), que ahonda en estas mujeres que tienen ese dolor crónico, muy difícil de localizar, que les duele hasta el pelo. Es como si el grito se quedara atascado en los músculos. Duele todo. La queja queda bloqueada a nivel de lenguaje y al final el que habla es el cuerpo.

Todo parte de tu experiencia profesional como psiquiatra.

Sí, he visto a muchas pacientes con este problema. Yo y todos los que estamos allí. Los vemos en psiquiatría pero también en la unidad del dolor, reumatología, enfermería, atención primaria… Lo pueblan todo y es una pasada. No se está resolviendo porque no es una solución individual. Es una solución de ver qué está pasando con los cuidados y con el amor. ¿Quién es el depositario de esto? ¿Siempre las mujeres? ¿Que sean ellas las que sostengan todo hasta que rompan los cuerpos?

Es algo muy presente en el disco, pero tampoco se afirma explícitamente.

Me gusta conservar algo de poesía y misterio. No quiero hacer un tratado de esto.

Esos dolores también derivan en salud mental. Ricardo Lezón habla abiertamente en su libro de sus problemas con la ansiedad y cómo desde bien pequeño tuvo que acudir al psiquiatra. Antes estaba hasta mal visto, te trataban de loco, pero parece que es algo que se va normalizando en nuestros días.

Sí, antes en las consultas de psiquiatría había mucho más trastorno mental grave, los que tienen que ver con la psicosis. Ahora la ansiedad ha aumentado muchísimo a nivel global y es lo que se lleva por delante todo.

Otra de las cosas donde asoma tu profesión de doctora es cuando usas el maléolo tibilal en una canción. He tenido que buscar dónde estaba exactamente.

(Risas) Me han preguntado varios, sí. Bueno, ahí mandan los versos y las rimas. Al igual que en Joaquín.

 

Joaquín sale nombrado en dos canciones.

Claro como ya rimaba con “Claro que sí” ya se quedó como personaje masculino. Está en la obra también. Como me decía un amigo hay que hacerle caso al azar, que está ahí agazapado para que le miremos y le dejemos entrar. Esto del azar es una cosa que tiene mucho que ver con las rimas de los versos también.

Primer disco que autoeditas.

Después de pasar por muchos, al final tener tu propio sello es lo mejor, solo necesitas tener buenos cómplices. Si no la soledad esa es muy difícil de llevar y aparte no sabes hacerlo todo. Ahora trabajo con Villa Music como oficina, con Gran Sol como distribuidora y Pablo Camuñas en la promo. Me siento apoyada y hay una interlocución constante. Se necesita dinero para grabar, a veces me ha pillado la vida sin dinero para poder hacerlo y por eso he tenido que buscar a un sello que lo pagara.

Me han despistado los adelantos del disco, porque no me esperaba lo que al final ha sido. Me parecía que “No quiero hacer historia” iba un poco en la línea de “Autorretrato”, pero luego “Laguna” te lleva para otro lado y “Melocotón”, que es la canción más pop del disco, tiene hasta unas bases de acid house.

Igual no sé elegir los adelantos (risas). Se tiene mejor la idea cuando se escucha completo. “Melocotón” es la fuga necesaria de ‘Amadora’, lo que no pasa en la realidad lo inventas en la ficción. Era muy necesaria, la canción de desmelene, de liberarse y dejarse llevar. A nivel musical está muy conseguida y el mérito es de Ángel Luján, que metió esos sintes que me parecen de lo más brillante del disco.

 

Con Ángel Luján ya llevas tres discos de Tulsa. Te ha cogido bien la medida.

Bueno, es mi pareja también. Hay un entendimiento y me encanta trabajar con él, aunque él piensa que los ambientes se intoxican. Para mí es lo ideal, la música es tan importante que me gusta que esté en el día a día. Me gusta que mis parejas compartan esa pasión por ella. Sé que nunca podía estar con un médico, pero mis parejas o han sido músicos o relacionadas con la música. Hay gente que prefiere tener el amor en un sitio y sus intereses más pasionales en otro compartimento. Pues a mí me pasa todo lo contrario, si te quiero lo que quiero es compartir contigo también la música.

Compartir los discos con él y hacerlos en casa me parece importante y no es algo que me parezca frívolo. Levantarme por la mañana y pensar en lo que estoy creando. Abandonarlo cuando me bloqueo y hacer que forme parte de una cotidianeidad es algo que me hace especialmente feliz. Se genera un espacio de creatividad donde no existe el miedo. Soy tímida y cuando empiezo a trabajar de cero con alguien que no conozco me cuesta. Compartir trabajo y vida con Ángel es como estar en un patio de recreo.

“Cuando venga el león pálido” podría haber sido otro gran single. Con ese estribillo cacofónico un poco art rock.

Sí, tiene ese toque Alan Vega y Suicide. Y luego el estribillo tiene una parte totalmente inspirada en Lee Hazlewood y Nancy Sinatra, lo de “Mi cuerpo está…”. Mezcla de universos.

¿Y “Amor o transferencia”…?

¿Sabes lo que es la transferencia en el psicoanálisis? Esto es Amadora que va a terapia y se enamora del terapeuta pero no es amor, es transferencia. [Nota del autor: según Freud, la transferencia es el modo en el que las ideas y sentimientos acerca de vínculos con personas con las que nos hemos relacionado antes son proyectados hacia otra persona, aunque sea la primera vez que la veamos].

SANTAMÁRTIR” suena cruda, te basas en la historia de Santa Águeda. Sorprende esa crudeza en algunas letras, quizá por tu tono de voz que es tan dulce. Ya pasaba en el disco anterior con “Os oigo follar”, por ejemplo.

Sí. La intro es el himno de Santa Águeda. Yo no soy nueva en esto, me gusta romper códigos en contraste con esa aparente belleza musical. Que el contenido de las letras se acerque al realismo sucio. Me gusta jugar a extralimitar códigos del pop que son tan pretendidamente inofensivos. Romper eso.

El disco es más intimista que de costumbre salvo un par de fogonazos pop. En «La Estrella» arrancas cantando acapela fregando los platos, ¿puede ser?

Sí. Creo que es más minimalista que intimista. Sí que hemos intentado que haya los elementos justos. Que sea austero en lo sonoro para esa narración, pero no es algo que haya sido sencillo. Hemos dado muchas vueltas a cada sonido. Por ejemplo en “Una parte de mí” le mandamos las pistas a Carasueño para las mezclas, había un piano arpegiando todo el rato la canción, acompañando mi voz, y él nos mandó todo menos ese piano que por lo que sea no le había llegado. Digamos que el arreglo nuclear se quedó fuera. Ha quedado una canción mucho más extraña y al final más apropiada a lo que cuenta, que es una especie de disociación, de estar o no estar. Un poco el vacío.

“024” tiene una letra brillante que va de la sombra hacia la luz, donde Amadora se aferra a las cosas que aún no ha hecho para seguir adelante.

024 es el número de atención al suicidio.

Joder…

Si, es muy reciente y hay gente que aún no lo sabe. El personaje se enfrenta a ese pensamiento de “ya no sé si sirvo para esto, ya no sé qué hago aquí”, entonces termina enumerando cosas aparentemente superficiales que le atan a la vida. Al final es una canción muy optimista.

 

Antes de llegar ‘Amadora’ ha llegado su representación teatral que has hecho junto a María Velasco. Seguro que ayuda a entender mejor el disco.

Sí, te da otra capa.

No he podido verlo, ¿cómo es el concepto?

Estamos cuatro de la banda todo el rato en el escenario. Las canciones están integradas en la obra. Hay tres actrices.

¿Que hacen el mismo papel en distintas edades?

Bueno, es curiosa la confusión que está generando. Incluido entre quienes las han visto, que no saben si son madre y nieta, madre e hija… Hay un poco de porosidad. En principio son tres actrices que hacen de Amadora con distintas voces, distinta complexión física, distintas personalidades… que eso es muy guay porque adquiere vuelo diferente. Es un monólogo a tres, básicamente. Yo soy una especie de personaje que está en la cabeza de Amadora cantando.

¿Y es un monólogo de cada una independientemente?

Están todo el rato entrando, saliendo. Interactúan entre ellas a veces…

Como nosotros cuando hablamos con nuestro pasado.

Sí. Y a veces hablas con un amigo y tú eres el amigo (risas). Hay un baile de identidades.

¿Ya tenías el disco hecho cuando surgió la oportunidad de hacer la representación?

No del todo. Lo tenía ideado, tenía tres o cuatro canciones cuando conocí a María y se nos ocurrió. Fuimos trabajando simultáneamente. María empezaba a escribir texto y yo le mandaba canciones. Ella me mandaba lo que iba escribiendo. Me decía que le faltaba una canción sobre la amistad, entonces yo hice “Laguna”.

 

Tú que tienes una profesión de verdad… (risas) ¿en algún momento te has planteado coger una excedencia y dedicarte completamente a la música?

Ahora estoy en una excedencia. Para hacer lo de ‘Amadora’ necesitaba que mi cabeza estuviera al 100% en esto.

Pero es una excedencia puntual, no sé si con el objetivo de vivir de la música.

He abierto una puerta. Lo hice además con esta intención, ver cómo es mi vida, cómo me organizo, qué siento al dedicarme totalmente a esto. A mí me daba siempre miedo la falta de estructura porque soy muy caótica y cuando no tengo una vertebración puesta desde fuera me asusto. He llegado a un punto después de 20 años trabajando de una determinada manera en la psiquiatría que me ha hecho llegar a un sitio un tanto extraño. Me he quemado.

Me gusta la psiquiatría, me gusta mi trabajo y hablar con la gente. Es una ventana maravillosa al mundo, pero la Seguridad Social se está convirtiendo en algo difícil. Esto es una especie de experimento que a ver dónde me lleva.

¿Nunca lo habías hecho?

Para dedicarme a una cosa completamente diferente no. Lo hice cuando me fui a Nueva York y luego para trabajar en otro sitio, pero no para dedicarme a esto. Lo que pasa es que las jornadas de ensayo eran durísimas, eran como una jornada laboral. No podía haber hecho las dos cosas ni de coña.

Me gusta lo que he hecho y no creo en la identidad de las profesiones. Tú haces una cosa hasta que dejas de hacerla de la misma manera y tienes que cambiar. El miedo a ese cambio es un lastre para muchos, aunque la precarización de los trabajos nos obliga a cambiar muchas veces por obligación.

Escucha ‘Amadora’ de Tulsa

Foto Tulsa: Aitor Laspiur

 

 

 

 

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