What is this thing called SONG? Mes 5
Mes 5
Loor a la gente
Los mundos oníricos tienen un atractivo único: Nadie puede controlarlos y, curiosamente, cuanto más reales parecen, más inexplicables son. Desde niño, ese lado oculto del cerebro humano me ha iluminado bastante más que el figurativo o consciente. Conforme avanzo y maduro, compruebo que este estilo irreal acaba volviéndome a atrapar, esté donde esté.
Recientemente me pasó con la canción «Empty Husk», de Daniel Romano. Me retorció, captó toda mi atención y me llevó al éxtasis. La asimilé al instante, recuerdo perfectamente la sensación infantil de placer como cuando descubrí «See Emily play», «Alone again or» o «El tigre de Guadarrama». Sentí inmediata y profunda admiración por Daniel, ojalá esa canción hubiera brotado de mí: los ingredientes eran comunes, pero no el cocinero, claro. Además, era extrañamente parecida a un embrión de una canción mía, no en acordes ni melodía, sino en carácter.
Pocos meses después, en Marzo, en lo alto del Parque Natural La Murta, mientras la Morena leía relajadamente y los niños jugaban entre naranjos, yo tocaba la guitarra sin quitarle ojo a la montaña. Los árboles eran difuminados por mis dioptrías y la brisa ondulaba los sonidos muy tenuemente. No paraba de tocar y cantar ese bosquejo de canción que se asemejaba a la de Romano, me transmitía tranquilidad, me evocaba la placentera confusión tras una siesta de invierno. Me iba enamorando más y más conforme pasaban los días. Aparecieron nuevas puertas dentro de la canción, invisibles como un flechazo, y las fui cruzando una a una mientras alumbraba un camino antes inexistente bajo mis pies. Me descubrí acercándome a «Empty Husk» como quien mira a los ojos amarillos de un gato mágico. Estaba poniendo ambas canciones al trasluz, la una con la otra, no como un niño que superpone su foto recortada sobre un dibujo de Spiderman, sino tratando de encontrar en el paladar el origen de aquel milagro que yo creía compartir mínimamente.
Volvimos a la ciudad y la sensación permaneció, muy ligeramente rebajada por la influencia de la polución y el bullicio. La acabé en poco más de un mes, pero a la Morena, que es mi mayor crítica e impulsora, no le parecía una gran canción. Mierda. ¿Porqué?. Yo me sentía con mi sencilla obra maestra entre manos: La semilla me parecía muy buena, pude disfrutar de varios días de paz en la montaña para pulirla y había dejado el mensaje de la canción justo en el estrecho filo que yo quería. ¡Aquí no cabía la subjetividad! ¿Cómo no saltaba a la vista?
Pensé si sería el cómo había posicionado la voz, en términos tan suaves y melódicos, me planteé si era por la letra premeditadamente natural o por su extrema sencillez.
No escribo canciones esperando que a ella le gusten (ni a nadie), pero en este caso concreto, creía que las opiniones iban a saltar por los aires, espoleadas por esta «grandísima canción». Ay, mi maravillosa canción… Vaya con mi malvado cerebro que se encarga de inventar quimeras con el único objetivo de que siga creando, componiendo canciones y escribiendo. Porque estoy seguro que lo que mi ego persigue es que yo crea que comparto esa capacidad de transmitir y emocionar usando mis propios ingredientes. No el hecho de conseguirlo, sino de creerlo. Y también tengo muy claro que es únicamente eso lo que me da placer, aún así hay otra parte del cerebro que, eventualmente, demanda que eso también salga puertas afuera y sea reconocido, y cuando esto aparece me crea un pequeño conflicto al que yo llamo “querer mimines”.
Con todo ello más o menos aceptado, puesto que cada canción es un proceso de aprendizaje interno, me propuse grabarla de la forma más natural posible. Una naturalidad ligeramente onírica, por supuesto. Como me dijo recientemente el siempre lúcido Rafa Cervera, «lo único que no se puede copiar es lo vivido», lo cual suscribo, «así como lo soñado», añado yo.
Para grabar la guitarra acústica, hice muchísimas pruebas de colocación del micro (solo uso un Rode NT1, versátil y confiable) y decidí situarlo a casi un metro de distancia, para que captara el ambiente. Pretendía así dotarla de espacio y naturalidad, luego ya le daría un ligero efecto de reverberación. En la misma sesión grabé la voz, aunque no me encontraba al 100%. Parece increíble, pero tras un año sin fumar, tengo ahora más dificultades para entonar las cuerdas vocales que antes.
Grabando las guitarras. Foto: Juan Terol
Con este material empecé a darle un poco de brillo, no quería muchos más elementos porque buscaba contagiar la idea de estar tocando de cara a la montaña, con aquella brisa que acariciaba el sonido de forma mínimamente perceptible. Este efecto lo busqué con un plugin de las cámaras de reverberación de los estudios Abbey Road, con el que experimenté hasta conseguir un carácter un poco irreal.
Para la parte final sí que me aventuré a grabar un timbal base, un shaker y una pandereta con los micros que me prestó Juan Barcala, amigo, cofundador y exquisito productor de Cándida. Esto estaba ya cogiendo color… Pero no estaba del todo a mi gusto. Realmente, nunca quedo del todo satisfecho debido a mis limitaciones, pero aquí había algo que, objetivamente, no funcionaba. Cambié toda la ecualización de guitarras. No eran las guitarras. Cambié todo efecto en la voz, reecualicé… algo fallaba. Grabé unas guitarras adicionales para la parte final, pasé el corrector de desafines, algo que me propuse no hacer, y corregí varias notas fuera de tono. Finalmente concluí que era la toma de voz, estaba bien cantada, correcta, pero el carácter no era el adecuado.
Una vez leas esto, puedes pensar: “¿Y no lo viste antes?”. No, no es tan sencillo. Cuando es una misma persona quien compone, coloca los micros, toca, graba, mezcla y produce, acaba perdiendo de vista las cosas más obvias, como la interpretación. Por suerte, me di cuenta y grabé una nueva toma con un tono cercano y natural.
Ahora sí. Todo parecía encajar mucho mejor, reinaba el orden. Una de las mejores cosas de la canción, en mi opinión, fue un experimento de última hora. Para la parte final, pensé que le vendría muy bien un poco de electricidad, enchufé la Stratocaster y compuse una línea juguetona que me recordó a muchas cosas, desde Dr John a Clap Your Hands Say Yeah!. Era el contrapunto perfecto. Grabé dos tomas, situé una a cada lado y así obtuve un ligero desajuste y una sensación extraña cuando las dos guitarras no hacían exactamente lo mismo.
Esta es una de las canciones que más he disfrutado componiendo y grabando, y el punto exótico y que corona esta experiencia es que la he acabado de mezclar en São Paulo, Brasil.
Aquí la tienes querido lector, ojalá te guste.
Y como de costumbre en el siguiente enlace puedes escuchar todas las canciones que El Ser Humano nos ha ido mostrando hasta la fecha en esta sección.
Estaba ya echando de menos este nuevo capítulo. Ganas del disco
Muchas gracias, María José!!