Especial: Summer Of Soul, documento musical del año (y probablemente, de la década)
¿Saben lo que es estar dos horas con la piel de gallina y el corazón a punto de salirse por la boca? ¿Han experimentado alguna vez eso por pura emoción? Yo, desde luego, no recuerdo algo así en mi vida. Quizá algún pasajero síndrome de Stendhal al estar en algún museo, pero les aseguro que nada tan fuerte como lo sentido al ver este film que ya les anticipo, considero que es el documento musical del año, por no decir de la década, o incluso del siglo.
Es, además, todo un acto de justicia. Por eso, que llamen al Harlem Cultural Festival “el Woodstock negro” constantemente en medios que se dicen serios, me parece una boutade de lo más insultante. De acuerdo, fueron los mismos organizadores y filmadores del evento original los que inicialmente lo llamaron así para intentar venderlo a productoras, pero obstinarse en calificarlo de tal modo es hacer que perviva justo la misma sombra que hizo que no se viera en su día y que haya tenido que pasar algo más de medio siglo para que podamos contemplar unas imágenes que, entre otras cosas, representan un nivel artístico bastante superior al que puede verse en la ya mítica película que documentó aquél desastre embarrado que fue el tan cacareado festival hippy.
Esto, además, pretendía celebrar la cultura. La cultura de un barrio de Nueva York, Harlem, consciente de su diversidad, de su riqueza y del amor que las gentes que lo habitaban sentían por él. Y más allá de eso, la cultura racial tanto de afroamericanos como de latinos. Esa sensación de apertura de miras tampoco se veía en Woodstock, donde, quitado del gran Hendrix, todo eran rostros pálidos. Sin embargo, pese a los esfuerzos de los organizadores de este evento y de la persona responsable de su filmación, el director Hal Tulchin, por vender la cinta a alguna productora, tuvieron que tirar la toalla al recibir negativa tras negativa. Ya lo decía Gil Scott Heron: “la revolución no será televisada”.
A la América de Richard Nixon no le interesaba un documental en el que se resaltaba el poder negro en un momento de lucha especialmente encarnizada por los derechos civiles de esa raza. El asesinato del reverendo Martin Luther King estaba aún demasiado fresco en la memoria. Eso se refleja en todas y cada una de las imágenes que en esta cuidadísima restauración de aquellas grabaciones se presenta ahora en la que es la primera película -y vaya película- de Questlove, Ahmir Khalib Thompson, batería y líder de The Roots. Y muchas cosas más, por supuesto. Un verdadero hombre del renacimiento.
Es paradigmático, claro, que la película llegue justo ahora. El movimiento Black Lives Matter está en plena efervescencia, por desgracia, a causa de las muertes de George Floyd y tantos otros. Es bien patente que las cosas no han mejorado nada en cincuenta años. Ver esto, a la vez que resulta triste por lo mucho que se ha esforzado la sociedad blanca predominante en silenciar la revolución racial en EEUU, es también alentador y empoderante de cara a continuar la lucha.
Por eso el significado de todo lo que viendo esto nos golpea tan fuerte, va mucho más allá de lo estrictamente musical. Ver a la cantidad de gente hermanada que fin de semana tras fin de semana de aquél caluroso verano de 1969 se congregó en el parque Mount Morris de Harlem, ver cómo respondían a los estímulos de la música, las soflamas de algunos de lxs músicxs o la espiritualidad del gospel, es absolutamente sobrecogedor.
Además, la narración es magistral. Questlove, sin dejar de cuidar al milímetro el aspecto audiovisual (¡hay que ver qué sonido!), se ha preocupado por que la secuencia, además de captar plenamente la atención del espectador, lance un mensaje bien contundente. Todos los músicos tienen protagonismo, su pequeña historia que contar. Y a la vez, también hay una historia más vertebral, la de la lucha de una raza y la celebración de su cultura, que era realmente el leit motiv de todo esto.
Todo está fenomenalmente bien contado. Desde el inicio, con un Stevie Wonder pletórico, que dejaba ya atrás aquello de “little”, brindando al respetable un tremendo solo de batería, la acción es vertiginosa, mezclando hechos sociales e imágenes históricas de archivo, con la grabación de los conciertos en sí. Conocemos la historia del buscavidas cuyo cerebro estaba detrás de toda la operación, el cantante Tony Lawrence. Conocemos la idiosincrasia de Harlem sin dejar de lado las otras razas y culturas que lo pueblan más allá de la afroamericana. Conocemos todo el contexto histórico especialmente difícil para el movimiento por los derechos civiles que rodeó al festival. Y por supuesto, disfrutamos (enormemente) de la mejor música que unx puede degustar.
La música negra es el origen de prácticamente todo lo que escuchamos hoy día y sin embargo, sigue siendo una gran desconocida, gracias a años y años de ser soterrada. Es algo que debemos “agradecer” a una industria injusta y esencialmente blanca, que absorbe sin escrúpulos cualquier acervo cultural que sirva a sus objetivos, dejando un rastro de cadáveres de gente con talento jamás reconocido ni, por supuesto, remunerado. Más allá de los eternos Aretha, Otis, Marvin…gente tan célebre a la que ni siquiera esa industria monstruosa ha podido silenciar, pocos más son los nombres de dominio público en el ámbito de la black music.
Y por eso, entre otras muchas cosas, este documental es tan importante. Porque ofrece una fotografía muy precisa de lo que era la música negra justo en su mejor momento, cuando desbordaba motivación y creatividad. 1969 quizá no fue tan crucial musicalmente como el tan celebrado ahora 1971, pero sin duda preparó el camino para todo lo que vendría después. En ese sentido, el desfile que vemos a lo largo de este metraje es apabullante: Stevie Wonder, The 5th Dimension, Gladys Knight & The Pips, The Staple Singers, Sly & The Family Stone, The Chambers Brothers, David Ruffin… y no sólo eso, sino que también tuvieron cabida, además del soul, otras músicas: blues (inmenso B.B. King), gospel (espectacular, el dueto entre la maestra Mahalia Jackson y la alumna aventajada Mavis Staples, quizá el momento clave del film), la música africana (Hugh Masekela) o, por supuesto, la otra parte de la cultura de Harlem, la cultura latina, con los imprescindibles Ray Baretto y Mongo Santamaría haciendo de las suyas.
Todo ello es ofrecido, como decíamos, con una especialmente delicada producción, que ha cuidado hasta el mínimo detalle para que algo tan relevante cobre vida como es debido, aunque sea cincuenta años después. Y desde luego, con ello se ha obrado un acto de justicia, no sólo con el evento en sí, sino con la música negra y el pueblo afroamericano, que merecía poder recordar y honrar todo esto. Y para nosotros, los amantes de la música, es sin duda como un maná caído del cielo. Así que volveré a repetir lo dicho al principio de estas líneas: ver esto significa estar dos horas con el corazón en la boca, con la emoción a flor de piel. Ver esto es encontrar el significado real de la palabra SOUL.
Ya tardan en verla.
Una auténtica salvajada. Glorioso
Me sorprende que no hagas ni referencia al momento culmen, genial y apoteósico de Nina Simone comiéndose la cámara, el escenario, el piano y a todo el público de un tirón. El documental sublime, la Simone una diosa.
Desde el minuto cinco con los ojos empapados de emoción y el corazón bailongo!