Squid – O Monolith (Warp Records)
La banda inglesa Squid tenía una difícil jugada. Tras un primer álbum alabado por crítica y público -el notable Bright Green Field (2020)- el quinteto podía decantarse por administrar la misma receta o ampliar su espectro sónico. Lo segundo lo hicieron, por ejemplo, Black Country, New Road con resultados ampulosos, pero Squid reafirman su discurso con un cancionero que se blinda a la experimentación manteniendo su identidad como estrategia de ataque.
La música de Squid es imprevisible, y eso no necesariamente es que sea bueno, pero en el caso de los londinenses lo es habida cuenta de su habilidad para fagocitar influencias con frescura, haciendo transitar a las composiciones por arreglos disruptivos (excelente trabajo de producción a la hora de encontrar el punto justo para que cohabiten el calambre eléctrico con silencios que parecen que sean más ruidosos si cabe), y una narratividad que deja al oyente con la sensación de que algo se les escapa. Ese algo que palpita fuera de plano y que condensa la tensión narrativa.
Tras girar por festivales y dejarse agasajar por la crítica como nuevos referentes de la rabia juvenil postbrexit hecha rock, han podido disponer de mejores medios técnicos para grabar O Monolith (Warp Records, 2023). Del modesto estudio de Dan Carey han pasado a grabar en Real World Studios propiedad de Peter Gabriel. Este cambio de espacio también ha repercutido en la sonoridad del disco, y así lo expresan en una entrevista que concedieron hace unos días al NME. En este álbum el sonido está mucho mejor tratado, parece que los instrumentos se revelen por su cuenta buscando puntos de fuga que les permitan respirar. Es un disco que suena menos claustrofóbico, y sí más abstracto y volátil, pero manteniendo esa sensación de robustez y fibra melódica.
Las melodías tienen un mayor protagonismo también. Abren con “Swing” (In A Dream) a ritmo de kraut (estupendos teclados psicodélicos) para ir mutando hacia texturas de postrock con paradas inesperadas en donde el silencio impone su ley, y Olli Judge canta aportando requiebros inéditos. Un inicio enorme: entre Jockstrap y These New Puritans al galope.
“Devil’s Den” continua por la senda del despiste. Las notas de una guitarra pespuntea una melodía en donde la quietud se verá seccionada por la sección de viento que va aportando pinceladas jazz, para después desembocar en un torbellino hardcore y progrock. Un batiburrillo que nunca suena a impostado. Todo puesto en su lugar, y un final abrupto para que entre la batería de “Siphon Song” que se le une la voz manipulada de Olli y una letra extraña que se puede interpretar en términos de soledad contemporánea. Un bajo funk gravita por debajo de “Undergrowth” hasta que las guitarras descabalgan hallando en The Fall la razón de existir, mientras la trompeta emite desde el espacio exterior. Emocionante.
Hay bastante de los Radiohead más incómodos en “The Blades”, aunque Talk Talk -padres de todo el invento- revolotean en esta intrigante maraña de versos misteriosos escupidos como metralla, y “After The Flash” aparece el coro de voces angelicales llamadas Shards para endulzar un psicotrópico viaje a la profundidad de la mente de unos músicos virtuosos.
“Where’s the best place to sit if this all goes wrong?, Maybe the middle, Maybe the back” cantan en la correosa “Green Light”, y qué mejor forma para intentar explicar la indefinición de una propuesta tan poliédrica. La música que no se deja encasillar es la que perdurará, y si todo el disco hasta ahora de ha deslizado por estos mimbres de heterodoxia llevada al paroxismo, el final es su peculiar Everest: “If You Had Seen the Bull’s Swimming Attempts You Would Have Stayed Away” es un mundo en sí mismo. Descomunales.
Escucha Squid – O Monolith