The New Raemon + La Joya (Sala Copérnico) Madrid 13/04/24

Decía David Bowie que envejecer es un proceso extraordinario en el que te conviertes en la persona que siempre debiste ser. Estoy seguro de que Ramón Rodríguez, nuestro querido The New Raemon, se encuentra muy cerca de conseguir este cometido.

Haber gozado de cierta notoriedad en el comienzo de su carrera “en solitario” para irse poco a poco desligando del lastre de obedecer a determinados engranajes de la industria en pos de encontrar ese refugio plácido y sereno de estar rodeado de los que uno quiere y hacer las cosas tal y como a uno le nace, sin tener preocupación por los resultados que eso conlleve más allá de la realización esencialmente personal, se me antoja una de las victorias cotidianas más hermosas a las que alguien puede aspirar en este periodo de tiempo que llamamos vida.

Es por ello que The New Raemon se dedica a su oficio de hacer canciones de una manera casi artesanal; sin prisa, pero sin pausa, acompañándose de los mimbres y de las personas que dan sentido a todo lo expuesto. El último de ellos es una sentida carta de adiós a un amigo perdido, Postales de Invierno (23), probablemente su disco más personal y radicalmente íntimo, tanto que parece nacer de su propia necesidad por rendir homenaje al compañero perdido sin que importe nada más.

Tocaba presentarlo en directo en dos fechas (Madrid y Barcelona), un formato al que Ramón cada vez dedica menos esfuerzos y energías, pero que, como todo lo que pergeña, cuando toca hacerlo, lo cuida con mimo y detalle. Nada más y nada menos que 30 canciones preparadas para la ocasión (nos robaron una los horarios de alquiler de sala), con ocho músicos sobre un escenario más tres voces invitadas (a destacar una espectacular revisión reducida al esqueleto de “Te debo un baile” (Nueva Vulcano) por parte de Sara Sístole junto a Ramón).

Toda una suerte ver el cancionero de The New Raemon abrigado por tantas manos, y si encima entre ellas se encuentran personas con las que echaste a andar tus temas, multi-instrumentistas cercanos al genio, tu propia hija o el encargado de hacer preciosos arreglos a tus discos, no se me ocurre mayor escenario de placidez, seguridad y alegría para que un artista desgrane su obra ante una audiencia.

Arrancaron la velada La Joya, proyecto musical creado por Manel M. Hontoria y Ricky Lavado, una suerte de slowcore con pasajes entre la calma y la tormenta que aglutina las virtudes más consabidas del género, mezclando instrumentales con temas cantados. Un entremés adecuado y relativamente exigente para los no versados en la materia.

Con el batería ya acompañado del resto de la troupe, The New Raemons, como irónicamente los denominó el propio Ramón, dio comienzo un concierto serio, sentido y muy enfocado. Los temas protagonistas en su primera parte fueron los de su reciente obra, destacando la bonita “Caen los árboles” y la sobrenatural “Entre el alba y la noche”, si bien se antojaban difíciles de asimilar en directo, algo del todo inherente a la propia naturaleza del disco, que exige una experiencia inmersiva tanto para el autor como para el oyente. En ese sentido, la mejor defendida y honda fue, más adelante, “Irurtzun”, interpretada en toda su salvaje intimidad.

El concierto comenzó a despegar en todo su esplendor con la irrupción de una inflamada y celebrada “La reina del Amazonas”, canción que aúna esa capacidad que tan bien plasma Ramón al escribir canciones tan expansivas como emocionantes. Y siguió la racha con otros temas rescatados de Oh, rompehielos (15), los que mejor llegaron para quien les escribe, desde el pulso tenso de su tema titular, hasta la intensa “Quimera” y, cómo no, una de las cimas absolutas de su currículum, “El yeti”, tan dolorosa como bella y catártica.

Dentro de las típicas e inevitables preferencias del fan, me quedé con las ganas de mayor representación de Libre asociación (11), uno de los discos más emocionantes de mi vida (sólo asomó una versión acústica con Annie B. Sweet de “Lo bello y lo bestia”, que yo, personalmente, hubiera preferido escuchar en todo su edificio instrumental con toda la banda congregada). Ninguneo también al indispensable Tinieblas, por fin (12), punto de inflexión de su carrera y que no deja de crecer con los años en mi ranking ramoniano. Pero bueno, todo esto son deformaciones ventriculares mías, las mismas que me llevan a tener A los que Nazcan Más Tarde (21) y Así caen los días (22), los dos discos elaborados junto a Marc Clos y David Cordero, como sus dos cimas absolutas más recientes. (Por favor, tercer disco pronto y directo de todo eso a cualquier precio).

La memoria, que no deja de ser otro órgano fantasma que reside separado e indisoluble entre el cerebro y el corazón, nos llevó a revivir sus canciones pretéritas conmovidos y con la lágrima tímida (o valiente) haciendo alguna incursión entre voceo y voceo mientras por allí transitaban acontecimientos universalmente sencillos y vulgares del auge y caída humanas como “Sucedáneos”, hermosas postales de amor como “Hoy, Estreno”, la indispensable “Por tradición” (que mi fantasía siempre la asocia como lo más cercano a las sensibilidades propias de su amigo Jeremy Enigk y Sunny Day Real Estate), o la aparición, ya casi con el telón bajado, de la conmovedora “Vale por todo lo bueno”, sujetando ya el nudo en la garganta hasta el final a voz en grito con su clásico “Tú, Garfunkel”, desatando una entrañable comunión entre público y músicos.

Fotos The New Raemon: Manuel Pinazo

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