Especial: Reivindicando a Robert Wyatt
Hace unas semanas, bastante antes de esta nueva realidad tan real en la que estamos sumidos, Jorge Obón me comentó que iba a meter como disco de la semana el nuevo de Ben Watt en su programa El Telescopio. Me pareció estupendo, porque a pesar de su carrera irregular en solitario, y junto a Tracey Thorn en Everything But The Girl, al londinense siempre le ha rodeado un aura de respetabilidad por parte de todos los que amamos el pop. Coincidía, además, que su nuevo disco, Storm Damage (Unmade Road, 2020) reúne sus mejores canciones en años dentro de un estilo poco dado a la permeabilidad.
Pero claro, Jorge me comentó que hablaría de la influencia de Robert Wyatt en el autor de North Marine Drive, disco de debut de Watt en el que tuvo los parabienes del bardo de Bristol, y el nuestro de por vida. Recuerdo que me pidió canciones de referencia de ex Soft Machine que el oyente más o menos avezado identificara como cruciales si de hacer un hit parade se tratase, y yo, como casi siempre, le puse las cosas difíciles. Retorcer las cosas es mi sino en esta vida.
Quizás lo más normativo, o lo más identificador, hubiera sido recurrir a las fuentes originales, los álbumes del autor de Rock Bottom, tanto en solitario como en las diferentes derivaciones del Canterbury Sound, pero tuve claro -en una de esas clarividencias que toman cuerpo a medio camino entre la razón y el impulso azaroso- en trazar una modesta (intra)historia dentro de su serpenteante carrera. Un pequeño tapiz de relaciones soterradas, afinidades compartidas, camaraderías forjadas en el activismo y en el amor por el arte popular, y así hasta formar una madeja de hilo que acabaría en el mismo momento en el que empezase todo. Mi intención era atrapar al oyente jugando a reseguir sus huellas en otros (colaboraciones, tributos…) -como los trazos de la canción que enhebró de forma magistral el aventurero y novelista Bruce Chatwin– a través de frondosas veredas que esculpen, de igual forma, su ideario político, estético, musical…
En tiempos en los que la música está a nuestra disposición e incluso controla nuestros pasos, aliento desde aquí a los lectores a que rastreen toda esta simbología wyatiana entre los surcos de sus discos, y no teman, el camarada que nos recibe en su silla de ruedas nunca pierde la compostura. Del seminal Rock Bottom, pasando por Donsdestan, o el Copicopera. Los surcos ruedan, y hallaran lirismo combativo, odas a la fraternidad, o arte seductor consagrado a la nostalgia y al trazo naïf de las portadas de Alfreda Benge, pareja y musa de Wyatt desde 1971. Sus discos siempre estarán ahí. Ningún sunami podrá con ellos. Son la piedra Rosetta del pop.
Desde que abandonara Soft Machine y Matching Mole, su intención siempre ha sido la de confeccionar un cancionero que aunase su intención universalista y el poso genuinamente inglés; un caso único de artista total, casi diría que con una visión renacentista del arte como transformador social, comprometido con el impulso irreverente de la música: un maridaje entre la sensibilidad pop, la filosofía de acción, el jazz macerado en barrica, el minimalismo académico a lo Terry Riley, y su pasión por el soul entre otros hilos de su madeja interdisciplinar y constructivista. La máxima, que una vez pronunció su admirado Charlie Mingus, de que la música si pierde sus raíces- en cuanto a valor antropológico que une a la canción con el baile- pierde toda su valía. Un holismo filosófico que recorre su praxis metodológica, y que está en contra del individualismo liberal. Como dijo una vez en una entrevista a Wire con su subconsciente, entiendo, aún arrebatado por una disciplina impuesta desde su cuna, “para eso se inventaron los sábados, para bailar hasta el final de la noche, y los domingos, para escuchar música en la iglesia”.
Los sonidos disruptivos y mutantes del inglés problematizan con estas alteridades que ha dejado un legado fabuloso. Un primer tema que representa su labor como artista fiel a sus ideales de izquierda, es cuando pasó unos días junto con Claustrofobia -grupo barcelonés cuyo legado sigue siendo un dechado de virtudes para quien se acerque a el- para colaborar en un tema sobre traiciones individuales y colonización capitalista. En “Tu traición” Wyatt canta en castellano soflamas en contra de esa soledad que el sistema capitalista controla con sus voraces sistemas cada vez más sofisticados, y sobre sociabilizar la riqueza, mientras Pedro Burruezo hace su famoso y desatado speech en contra de los medios de comunidad de masas acolchado por cajas de ritmos, y bajos rotundos y porosos. Todo esto lo pueden escuchar en el disco de Claustrofobia titulado Repulsión, que para el Rockdelux de la época fue disco del año (hablamos del año 1987).
“Sea Song”, canción dedicada a Alfreda, es quizás una de las canciones más hermosas que jamás se han escrito en la historia del pop. “When you’re drunk you’re terrific when you’re drunk
I like you mostly late at night you’re quite alright”. Si el pop sanase, esta sería su medicina para combatir las enfermedades del alma. En la versión original, un piano, una caja de ritmos y un sintetizador crean un impresionista juego de trazo ambarino. Era una oda al amor, pero al amor sin peajes. Es el Wyatt que le gusta fabular con sonidos que nos conectan con la naturaleza, pero también con el léxico, con esa forma tan peculiar de nombrar las cosas, y que acaba revelando la naturaleza del superhombre. North Sea Radio Orchestra -colectivo inglés de música de cámara- junto a Annie Barbazza, recrearon el año pasado este tema en el fantástico álbum de homenaje Folly Bololey (Songs From Robert Wyatt’s Rock Bottom). Parece una canción de Art Bears tocada por unos King Crimson de filiación académica.
Junto a Pascal Comelade, en el 2000, grabó “September Song”, un tema que reflexiona sobre la fugacidad del paso de la vida a ritmo de orquestina cabaretera a lo Kurt Weill. Aquí está encarnado el Robert Wyatt que reflexiona sobre el paso de sus días, algo que le marco profundamente después de quedarse postrado en silla de ruedas tras un accidente. El drama es metabolizado de tal manera que a uno solo le quedan ganas de agazaparse entre el sonido que emite cada fonema, y hallar en ellos la sustancia que dé con la medida de las cosas. Las importantes.
Robert escribió hace unos años que descubrió el soul -una de sus mayores pasiones junto al jazz- gracias a Ray Charles. Él que se había criado en una familia con gustos muy jerarquizados, que una canción pop pudiera contener trazas de música “culta o elevada” -¡con esos arreglos de violín!- le abrió un panorama más alentador que le permitía alejarse, paulatinamente, de las restricciones de una educación severa y elitista. Este es nuestro hombre que aparte los relativismos, y que lo popular como algo elevado, un arte supremo al alcance de las masas. «Don’t Let The Sun Catch You Crying» y el genio de Albany tuvieron la culpa.