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Ryan Adams (Teatro Coliseum) Madrid 31/03/25

Quienes habíamos tenido la ¿suerte? de ver a Ryan Adams en anteriores ocasiones, sabíamos de antemano que hay que tener especial cuidado con las expectativas a la hora de enfrentarnos a este hombre en directo. Es difícil que nadie que hubiera acudido al concierto que ofreció en el Azkena Rock de 2004, justo un año antes de alcanzar el cénit de su carrera acompañado de The Cardinals, con ese irrepetible 2005 como referente glorioso de su periplo, concatenando el inmortal Cold Roses, el inspiradísimo Jacksonville City Nights y esa joya de la corona para sus die fans más acérrimos que es 29. Fue aquel un concierto plagado de interrupciones, comentarios absurdos y dejadez escénica.  Algo mejor resultó su regreso a Madrid en el Mad Cool de 2017, si bien la tempranera hora y un repertorio algo rácano impidió también su disfrute completo.

Parecía que este era el momento ideal para congratularnos definitivamente con quien es, para quien les escribe-y haciendo justicia a la cantidad de Verbatim tostados desde sus comienzos con todo el material ingente no solo publicado, sino pirata que anda por ahí-el solista más importante de mi vida. La ocasión era una gira mundial de redención con la que expiar sus pecados pretéritos y, de paso, quizás ahorrarse unas bunas sesiones de terapia de diván a tenor de los interminables speechs que lanzó una y otra vez sin pausa a una entregada audiencia devota.

El disco elegido para el ejercicio de redención no fue otro que su consagrado debut Heartbreaker (00), si bien, como comentaba con algunos fans a la salida del Teatro Coliseum, yo hubiera preferido que lo hubiera hecho con su segundo trabajo –y con banda, claro-, el brillantísimo Gold (01), al que definí una vez como la jukebox definitiva de los sonidos norteamericanos de raíces. Fue su primer largo, sin embargo, el que en su momento logró todo el respaldo unánime de crítica y público, si bien el bueno de Ryan ya había demostrado con creces que su talento innato no conoce a nadie que le tosa con la publicación colosal de la descomunal discografía de Whiskeytown con él al frente.

El planteamiento dividiría el show en dos partes, con intermedio incluido, en el que, la primera mitad, vendría a ser la defensa del susodicho disco casi en su totalidad y la segunda, un batiburrillo de peticiones de la audiencia, versiones, etc. A la postre, nadie nos dijo, si bien podíamos adivinar, que casi habría que añadir una tercera con el mantra de comentarios constantes por parte del artista a las que  deberíamos unir una sorprendente pedida de mano de un oyente a su novia desde el mismísimo escenario después de que el norteamericano explicara el hecho y les invitara a subir con él y ser así protagonistas muy probablemente de uno de los momentos que no podrán olvidar en sus vidas.

ryan adams

Ciñéndonos al apartado netamente musical, decir  que Ryan Adams defendió su legado con decisión, pese a lo dispersado y caprichoso que, incluso a día de hoy, sigue pareciendo. Daba la impresión, como ocurre con todos los grandes, que podría hacer desde ahí arriba lo que se planteara a nivel artístico y de conmoción, pero que, sencillamente, iba a optar por hacer una vez más, para bien o para mal, lo que le diera la gana.

Arrancó con una sincopada y bluesy para la ocasión adaptación de su “To Be Young (Is to Be Sad, Is to Be High)” y no tardó mucho en ponernos los pelos de punta por primera vez con una candorosa y bonita “My Winding Wheel”; bien es cierto que por entonces todavía no sabíamos lo muchísimo que iba a darle a la sin hueso haciendo que fuera del todo imposible coger un ritmo al concierto y lograr una necesaria inmersión emocional. No obstante, algunos de sus comentarios sí conllevaron a engrandecer las canciones, como el  que le dedicó a su difunto hermano Chris, explicando lo mucho que le echaba de menos y al que dedicó el título de un disco en 2022, justo antes de interpretar una conmovedora “Oh My Sweet Carolina”, otro de los mejores momentos de la velada sin duda alguna.

También estuvieron muy bien para dotar de dinamismo sus incursiones al piano (emocionante con “In my time of need”) y cuando invitó al escenario a, yo casi diría, unos improvisados bajista y baterista de su crew para electrificar sobremanera entre los tres un “Bartering Lines” convertido en auténtico wall of sound.

Esta primera mitad tuvo un broche realmente freak a la par que grandioso cuando una chica del público le gritó “guapo”, él preguntó qué significaba esa palabra, la gente le explicó que “handsome” y él tiró por donde le dio la gana pensando que había dicho “Branco” y se inventó una canción ahí mismo con ese mismo título, que, para mayor descacharre mental de todos, encima estuvo entre lo mejor de la noche del lunes. Hay que reconocer que este tipo de cosas sólo están al alcance de los genios.

La segunda parte, digamos la más libre, pues nos dejó fuera de juego como no podía ser de otra manera a quienes pidieron “Down in a Hole”, esa memorable versión que hizo en su día de Alice in Chains, o los que gritamos “La Ciénaga”, (menos mal que no sugerí “Shadowlands”o “Avalanche” como pensaba en mi fuero interno). Sin duda era tiempo de casar a personas en el escenario y de no recordar –aunque a nadie se le olvida- que Love is Hell. (04)).

Pero eso sí, cuando tocó sin mediar palabra antes “Two” de su infravaloradísimo Easy Tiger (07), el nudo en la garganta van a tener que tardar semanas en deshacérnoslo, seguida de una obvia, aunque bonita, “Dear Chicago” (hubiera preferido cualquier otra del enorme Demolition (02)). Otros momentos para el recuerdo fueron el nuevo ataque del trío eléctrico con una dislocada y exigente versión llevada al extremo de decibelios del  “I’m waiting for my man” de The Velvet Underground y, tras otra obviedad no por ello mala, que fue su celebérrimo “Where the stars go blue” terminar con una canción cuya composición está tan sólo al nivel de los elegidos como lo es “Come pick me up”, saliendo del teatro, tras una infinita ovación al artista, con la estrofa de Come pick me up/Take me out/Fuck me up/Steal my records/Screw all my friends/They’re all full of shit/With a smile on your face/And then do it again» resonando en nuestra cabeza y llevando a cada alma a su refugio -o cárcel- cotidiana.

Fotos Ryan Adams: Blanca Orcasitas

 

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