DCODE 2017 (Ciudad Universitaria) Madrid 09/09/17
El festival más humilde (por la duración) y ambicioso (por el cartel) de Madrid agrupaba en su cartel a un par de cabezas de cartel que provocaron, en teoría, la vorágine de reventa de entradas en redes sociales y webs al uso hasta el punto de que dos días antes de su celebración se colgaba el sold out con la consiguiente oleada de frustraciones. Tal vez porque se trata del último gran festival del verano o por lo cercano y relativamente cómodo de su recinto, el paisaje se suele llenar de universitarios atraídos por tal o cual nombre o por la mera posibilidad de acompañar a un grupo de amigos desperdigados por los escenarios y aledaños más pendientes del próximo canjeo de monedas, astronómico por lo general, por los tuentis que les permitan sumirse en su particular fiesta etílica. Moverse a tus anchas entre tres escenarios demasiado próximos entre sí resulta no solo altamente improbable a partir de ciertas horas sino incluso peligroso si eres de los que no puede pasar sin bailar algunas de tus canciones favoritas en medio de la horda de cegados fans, algunos solo por fuera, a los que les importa un pepino que respondas con sus mismos empujones a eso que ellos llaman pasárselo a tope. La música, como ya he dicho en alguna otra ocasión, es otra cosa.
Con la obligación de exprimir los horarios al máximo, la organización situó de nuevo en horario de mediodía a algunos artistas a los que por cuestiones logísticas y, por qué no decirlo, puramente físicas en previsión del cansancio que seguro me esperaba horas después, me habría gustado ver por no sé cuánta vez. El caso más apetecible era el de Iván Ferreiro, cuyo último álbum Casa está entre lo mejor de la producción nacional reciente, pero lo habitualmente previsible de su directo y el escaso atractivo acústico del escenario al que sorprendentemente lo relegaron me hicieron reservarme para horas más cercanas al ajetreo nocturno. Con todo, cuando me enteré de que se le había ocurrido cantar “El equilibrio es imposible» con un Dani Martín que, como siempre, pasaba por allí con su pelo recién teñido de azul y la nula personalidad de la que suele hacer gala se me pasó toda amenaza de arrepentimiento. Es un misterio el por qué se ha colado este individuo en el mundillo de la música independiente casi sin darnos cuenta y aún más que cuente con el apadrinamiento de alguna que otra figura, pero imagino más de una cara larga y algún que otro conato de huida entre el respetable. Por lo demás, el horario diurno tampoco me produjo ningún sobresalto, pues a media tarde y aún con un sol no demasiado cruel, ver cómo Carlos Sadness pasea su nadería tropicaloide entre ritmillos rescatables como los de “Miss Honolulu”, “Perseide” o “Bikini” tampoco es que sea lo más estimulante del mundo. Incluso cuando cierra su actuación con una floja versión del “Groenlandia” de los Zombies la cosa sigue resultando inofensiva.
En la misma onda hicieron acto de presencia los alemanes Milky Chance, que acumulan reseñas positivas y cierto prestigio de grupo joven con formación que no transmite ni un gramo de emoción en escena. Lo intentan con una especie de folk-rock avivado por el espíritu adolescente de “Stolen dance” y piezas más propicias para un festival, como el caso de “Cocoon”, pero la impresión que transmiten es que aún les queda fórmula por perfeccionar, y yo diría que por encontrar. Razón suficiente para “emigrar” al escenario pobre, y no lo digo tanto por el tamaño sino por el inexistente sonido. En ni un solo concierto de los celebrados allí fui capaz de distinguir lo que los respectivos vocalistas decían, cantaban o gritaban. El caso más flagrante fue el de Maga, a los que renuncié a escuchar por razones obvias. La lástima es que se perdiera para el disfrute general el que seguramente fuera uno de los mejores momentos, porque todos conocemos los poderes de los sevillanos en directo, pero no se puede rascar donde sabes que no vas a encontrar más de lo que hay. Sin embargo, el atractivo de una banda como Daughter, londinenses con ascendencia hispana por vía de la vocalista Elena Tonra, me hizo insistir en el empeño por distinguir algunos de los rasgos oscuros y esquizoides de grandes temas como “Smother”, “Youth” o la reciente y esperanzadora de cara a su próxima entrega “Burn it down”. En los últimos cuatro años han sido una de las sorpresas más agradables del sonido post-punk europeo y todo apunta a que serán una rotunda realidad en breve.
Primer plato fuerte, ya entrada la tarde-noche y metidos en el tramo clave del DCODE 2017: Liam Gallagher. Los que lo vieron en el FIB hace apenas un par de meses ya pueden imaginar que su actuación en Madrid fue casi un calco, incluyendo su proverbial actitud displicente y las pintas de haberse levantado del sofá de casa para salir a escena. Es uno de los pocos casos de rock star en los que se puede asegurar que cualquiera de sus músicos va mejor vestido que él, cosa que obviamente le confiere personalidad y hace que el odio exacerbado que muchos le teníamos (sí, en pasado) se torne definitivamente en admiración y hasta un punto de ternura hacia su personaje. Como aún no ha publicado oficialmente nada bajo su nombre, aunque está al caer, tiene que empezar por todo lo alto con sendas perlas de Oasis: “Rock’n’roll star” y “What’s the story (morning glory)” para que la cosa vaya decayendo poco a poco con los temas aún desconocidos que acaba de grabar, entre los que “Wall of glass” y “For what it’s worth” transmiten buenas vibraciones, pese a los mimetismos con su banda madre de los que no acaba de desprenderse y las comparaciones innecesarias con otros de Beady Eye, un proyecto que pasó injustamente sin pena ni gloria –ahí había muy buen material- y dejó otras perlas como “Soul love”, rescatada con rotundidad para su actual set-list. En su despliegue escénico resultan imprescindibles los comentarios chulescos, las miradas desafiantes y el gesto cansino al tocar maracas y panderetas, aliñado todo esta vez por la felicitación a uno de sus guitarristas. ¿Imaginamos cómo pudo acabar la fiesta de cumpleaños tras el concierto? El bueno de Liam tiene que culminar la hora escasa de actuación con los deberes hechos y tira de “Slide away”, “Be here now” y una capada “Wonderwall” para irse sin decir adiós y hacer algo más tensa la espera del que ya es, vamos a ser sinceros, uno de los discos más esperados del año, del que por ahora sabemos que se va a llamar As You Were. Premonitorio título. O no, se verá.
De Band of Horses se puede añadir poco a cualquier reseña o crónica que ya hayamos leído todos. Una banda de este tiempo que pretende sonar como la de otro y funciona como una máquina neo-country con la brújula orientada al rock contemporáneo. Han sufrido bajas recientemente y han incorporado a dos músicos de perfil alto, el guitarrista Ian MacDougall y el bajista Matt Gentling, salvando los muebles del directo a base de pequeños clásicos como “Casual party”, “Older”, “No one’s gonna love you” y la imprescindible “Laredo” por la que una vez los amé sin remisión. Luego me di cuenta de que en verdad no eran para tanto y que son capaces de grabar discos mediocres y repetitivos como Why Are You Ok y la motivación no volvió a ser la misma. Ben Bridwell es un esforzado frontman y cerrar con la animada, pese a lo lúgubre de su argumento, “The funeral” es una carta ganadora en cualquier entorno, pero me siguen pareciendo el último gran bluff de la música moderna americana. Como un estofado nutritivo a medio hacer que no sabes si te puede aportar las calorías requeridas o puede acabar de empacharte para siempre. Justo lo que no necesitas en un festival de finales de verano.
Lo de Interpol era bien diferente. La banda de Paul Banks (un vocalista hierático que saluda al público en un perfecto castellano) está revisando últimamente el que a todas luces es su trabajo más logrado, un debut casi perfecto titulado Turn On The Bright Lights que cumple quince años y contiene gemas de intensidad uniforme como “Obstacle 1”, “PDA” y “Untitled”. Uniformados con traje negro y un sonido que se sobrepuso como pocos al caos sonoro generalizado, no adornan ni disfrazan la recreación, canción por canción, de su pequeña obra maestra, sino que la amplían concluyendo con “Evil”, de su producción más reciente y perfectamente adaptable a la atmósfera lograda con el álbum en cuestión. Una auténtica máquina lastrada últimamente en estudio por una escasa pegada que se subsana en esta gira sin el más mínimo reproche. Para mí, el verdadero gran concierto de esta edición del Dcode, y totalmente justificadas las letras grandes de los neoyorquinos en el cartel.
Y cuando todo el mundo se apresuraba hacia las proximidades del escenario principal para ver, cómo no, a Franz Ferdinand, los que somos más raritos optábamos por ver (lo de escuchar ya era más complicado) cómo funciona en directo la aparentemente impostada unión de dos talentos brutales como los de Niño de Elche y Toundra, alejados tanto estilística como musicalmente. Pues no, señores, no. Exquirla, que así se llama su proyecto conjunto, suena arrebatador y perfectamente compatible en su fusión, y no entiendo a los que lo comparan a veces despectivamente con el Omega de Morente con Lagartija Nick, porque aquello fue un hito, un punto y aparte en la historia del rock español con otro tipo de connotaciones, y esto seguramente sea flor de un día, algo puntual hecho con la convicción y las vísceras de quien sabe que tiene algo interesante que contar. Y lo cuentan muy bien, desde el recitado inicial de los dolientes versos de Enrique Falcón en “La marcha de los 150.000.000” para dar paso a la “Canción de E”, hasta llegar a la pasión desatada de “Destruidnos juntos” o a esa guitarra de Esteban Girón transformada en chelo para dejar salir “El grito del padre”, pasando por unos intrincados “Hijos de la rabia” y culminando con “Un hombre” que se está muriendo sin hacer ruido, palpitando con la pulsación de una base instrumental desgarradora. Si durante un concierto de estas características nadie se volvió a la mesa de sonido para amenazar a quien proceda con una denuncia es que ya no valoramos absolutamente nada. Por indignación y porque siempre se está obligado de alguna manera a ver lo que hacen Alex Kapranos y sus amigos, cambié de ubicación para degustar, o intentarlo, el supuesto plato fuerte de la noche.
Tampoco podía esperar sorpresa alguna de un directo y una banda cuya infalibilidad en este tipo de recintos ha quedado sobradamente demostrada. Jamás alcanzaron ni probablemente alcanzarán la brillantez de su debut, eso es un hecho, pero es increíble que se te vayan aún los pies después de tantas escuchas de “Do you want to” y “Take me out”, pero es otro hecho más que demostrado. Más allá de su catalogación como inevitables hits, hay más tela que cortar en “The dark of the matinée” u otros temas tapados habitualmente entre su despliegue en vivo pero igualmente efectivos como “No you girls” o “This fire”, así que entre todos ellos y sin tener nada nuevo que llevarnos al oído consiguieron entretenerme y casi sin querer tuve que reconocer que sí, que estos tipos valen mucho y que ojalá algún día vuelvan a ser tan grandes en estudio como lo son bajo unos focos. Ni el cansancio pudo con el disfrute de otro enorme concierto de los británicos.
Al final, los postres solo sirven para digerir mejor el menú principal y poner la guinda a una jornada de tarde-noche mucho más intensa de lo esperado. Tras la tempestad de Franz Ferdinand vino la calma chicha, inducida inconscientemente por la propia banda, The Kooks, sumergida en el mainstream del pop independiente para adolescentes, escaso de gancho y de temas verdaderamente valiosos. La mediocridad de lo que en principio parecía un tema pizpireto como “Ooh la” se hace evidente concierto tras concierto, y ya los hemos visto en varios festivales para reforzar dicha afirmación. Son jóvenes y seguramente aún les queden mejores cosas por decir, pero la alternancia entre guitarras acústicas y eléctricas y el mar de intrascendencia en el que navegan plácidamente (“She moves in her own way” parecía también ser otra cosa, pero no) hacen que no quede ni rastro en la memoria de su nuevo paso por España. Claro que el horario tampoco ayudaba, aunque por esa misma regla debería decir que Varry Brava tampoco pasarán a la historia como el mejor concierto del festival. Y no, no es que sean gran cosa, pero su falta de pretensiones los sitúa en ese limbo de las bandas sin las que podríamos vivir perfectamente pero que tienen una extraña capacidad para hacer que te vayas a casa con una sonrisa. Sus armas son escasas, hacen pop de teclados ochenteros orientado única y exclusivamente al baile y al hedonismo, así que como cierre dan el pego más que dignamente. “Playa”, “Fiesta” y “Sonia y Selena”, títulos que ya hablan por sí solos sobre sus pretensiones, pueden arreglar la noche al más pintado, y el espectáculo de Aarón Sáez, el teclista más divertido del pop español, justifica que otra vez te quedes sin entender ni mu de lo que dicen sus letras, y no es que sean muy complicadas precisamente.
Llegará un día en el que el DCODE, de seguir así, necesite ampliar jornadas y puede que recinto, pero de momento sigue adscrito al capítulo de “lo bueno, si corto…” con la suficiente fortuna como para esperar aún más de un festival de perfil medio que quiere y puede crecer. Para el próximo año, si estoy allí, contaré lo que he escuchado y hablaré de lo que he visto, que es para lo que uno está donde cree que tiene que estar. Por encima de todo, y mientras la música sea la base, disfrutando, que es gerundio.
Fotos DCODE: Sergio Albert, Alfredo Arias, José Alberto Puertas
Una certera crónica. Muy de acuerdo en todo
En desacuerdo con la reseña. A mi pesar, siendo admirador de la banda, creo que el sonido de Interpol en directo es mediocre e incluso, según qué canción, malo. La voz de Paul Banks enterrada en varios temas y las guitarras enmarañadas, al contrario que la sección rítmica, firme, contundente y clara. Creo que sonó mucho mejor Liam Gallagher, aunque sea de otro palo.
(Atención a los directos que se pueden ver y oír en YouTube de All The Rage Back Home, por ejemplo. No es ya que suenen mal, es que no funcionan. Recomiendo la versión de Everything Is Wrong interpretada por JBJ. Y repito: los admiro, adoro muchas de sus canciones. )