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Kalorama Madrid 2024 (Feria de Madrid, IFEMA)

Kalorama Madrid era anunciado el pasado mes de abril después de la suspensión de Cala Mijas. El festival tenía previsto celebrarse los días 29, 30 y 31 de agosto en Sonora Mijas con un cartel parejo al de su «hermano portugués» MEO Kalorama, pero finalmente no fue así ya que los nuevos regidores del ayuntamiento de la ciudad malagueña incumplieron ciertos acuerdos con la organizadora Last Tour, que finalmente decidió abandonar la ciudad. Finalmente el recinto de IFEMA en la capital, ha acogido el evento en una primera edición que ha sabido sobreponerse a buen número de imprevistos dejando, según su organización, unas cifras de asistencia en torno a 41.500 asistentes.

Por el camino, alguna suspensión dolorosa como las de The Smile y Fever Ray por motivos de salud, además de las de RAYE y Soulwax a causa del tormentón del viernes. Como recuerdo nos quedan un recinto cómodo, buen sonido y un buen número de conciertos de altura que han dejado un gran sabor de boca para un festival que de momento desconocemos si tendrá continuidad.

Jueves 29 de agosto

El arranque de Kalorama Madrid venía con aviso de Dana incluido, que finalmente se disipó y agazapó un día para atacarnos por sorpresa, abriendo puertas a media tarde con un calor intenso. La papeleta de inaugurar ante los pocos que pudieron llegar a esa hora y buscaban las sombras fue para English Teacher. La banda de Leeds liderada por Lily Fontaine venían a presentar su debut This Could Be Texas, pero las condiciones para disfrutarles como merecen no fueron fáciles dadas las circunstancias. Aún así, había ganas de festival y los ecos noventeros de temas como «Albatross», «The World’s Biggest Paving Slab» o «R&B» resonaron con fuerza. Entendemos lo complicado de programar en un recinto que hace tiempo dejó de usarse para festivales por la queja de los vecinos (que por cierto, ha vuelto a repetirse), pero agosto en Madrid a las cinco de la tarde a pesar de que las temperaturas del jueves fueran algo más suaves que las del principio de semana, son una seria razón para no querer arriesgarse a palmar por una lipotimia. Aparte de la gente que trabaja, que difícilmente podría desplazarse en ese horario.

Manuel Pinazo

Por las mismas circunstancias, una sesión del calibre de la de Joe Goddard de Hot Chip a pleno sol quedo más que deslucida. Unos pocos se decidieron a bailar abanico en mano o escondidos tras los gorros amarillos que regalaba un portal inmobiliario, mientras el británico pinchaba temas propios y ajenos entre trago y trago de agua. Fue encadenando en su sesión las canciones de su reciente y notable Harmonics (Domino, 2024) como “Progress” “New World (Flow)”  y el excelente single “Moments Die”, con otros hitos pretéritos como “Lasers” o “Gabriel”, en una invitación sin concesiones al baile desenfrenado y al hedonismo dance-pop que tan bien codifica el artista londinense.

El calor apretaba en los primeros compases de la jornada inaugural del Kalorama Madrid, no siendo precisamente el contexto más adecuado para disfrutar de las atmósferas tenues y oscuras de la banda de Brooklyn, Nation Of Language. Aún así, se las arreglaron para contagiar nervio y tensión con esos bailes tan característicos de un Ian Richard Devaney que ejerce como carismático líder, mientras el combo tejía ritmos con el foco puesto en el synth-pop y una suerte de post-punk con toques arty y coartada intelectual.

Teniendo en cuenta que su todavía joven discografía no conoce de  trabajo menor, y viniendo con el notable Strange Disciple bajo el brazo, el repertorio resultó infalible como era de esperar, con las enormes “On Division St”, “A New Goodbye” o “Across That Fine Line” brillando crepusculares y punzantes.

Jose Megía

The Kills tomaban el escenario dos con la misma electricidad y tensión sexual que de costumbre. Atizando con buen número de latigazos y serpenteando sobre las tablas, hicieron un recorrido por sus canciones más recientes y algunos de sus éxitos.

El dúo que forman Alison Mosshart y Jamie Hince han recuperado pegada y credibilidad con su último God Games, que fue el protagonista de un creciente set ante los últimos rayos del sol del día de los que no dejó de quejarse la cantante que no podía ver a su público. En su set todo fue actitud y rock pegajoso, por mucho que las batería fuera escupida -como de costumbre- a través de una caja de ritmos. Mosshart es una diosa sobre las tablas y siente cada nota, cada canción que hace suyas, mientras Hince le da la réplica adecuada a través de sus guitarras.

Viajaron a Keep on Your Mean Side (2003) para abrir la actuación con el blues de «Kissy Kissy», dejando por el camino joyas de ayer y hoy como «LA Hex», «New York», «Black Balloon» y como no podía ser de otra forma, una «Future Starts Slow» con la que se despidieron como las estrellas que siguen siendo. Esas que parecen haber sacudido todo lo cool que se les suponía y mantienen un poso de autenticidad que les distingue de la mayoría.

Manuel Pinazo

Death Cab For Cutie es un grupo con una especial relevancia en mi vida. Concretamente su disco Transatlanticism (03) y su difícil continuación con el nunca suficientemente reivindicado Plans (05). Es por ello que su cita en Kalorama para interpretar íntegro “el disco del pájaro” celebrando sus veinte años de existencia era el motivo principal por el que me desplacé por las inmediaciones del IFEMA.

Entre el ovillo de hilo rojo que aprisiona con suavidad al ave, se encuentran enredadas en la memoria de mi corazón personas innegablemente fundamentales en mi vida y enfrentarse a esas canciones tantísimos años después, como otras  veces, era mucho más que música, si es que algo pudiera ser otra cosa que música para la vida de tantos de nosotros.

Escrupulosamente vestidos de negro, al igual que en evidente contraste de intenciones y mood lo harían después vistiéndose de blanco The Postal Service, los músicos llegaron decididos a defender su exuberante obra maestra en riguroso orden. Dos menciones imprescindibles antes de empezar: la primera, que la ausencia de ese extraordinario guitarrista que es Chris Walla, persona fundamental en la elaboración del disco protagonista, se antoja –tanto en estudio como en directo- una heridita siempre visible para los que somos fans de siempre, y otra no menos importante, el profundo respeto y devoción con el que el público vivió su introspectivo concierto desde las primeras filas.

Poco podemos añadir a los primeros versos escuchados desde el escenario: “Así que esto es Año Nuevo y no siento ninguna diferencia”. La monumental “The New Year”, con esas guitarras que encogen el alma, nos devolvía de a un no lugar perdido en el tiempo y el espacio. Desafortunadamente, no sonó bien, algo ahogada, sin nitidez. Este problema de sonorización, por suerte, se resolvió a la altura de “Title and Registration” , primer arañazo ventricular importante que nos iba preparando a lo que nos quedaba por delante mientras la noche se iba adueñando de nosotros por dentro y por fuera.

Tras la celebrada “The Sound of Settling”, a toda vista el momento más pop y accesible del viaje -el único casi, añadiría-, se cernió sobre nosotros un recorrido sombrío, emocionante y dolorosamente bello. Lo inauguraba una majestuosa “Tiny Vessels”, “Este es el momento en que lo sabes / Que le dijiste que la amabas, pero no lo haces / tocas su piel y luego piensas / ella es hermosa, pero no significa nada para mí”. Nada que añadir. Y, súbitamente, ese traqueteo, esas notas largas y profundas de piano, ese detener dimensiones espaciotemporales, esa nueva comprobación  de que la vida es una larga despedida y que, algunos y algunas, pese a ello, siempre estaremos partidos por dentro por la existencia de una inquebrantable esperanza e ilusión por algo, incluso cuando todo es un desierto. La canción se alza, el crescendo se acerca, escuchas a tu alrededor almas susurrando o cantando “I need you so much closer”, tratas de abstraerte de todo, cierras los ojos, ya no estás allí, ya aflora tímida una lágrima que te conoce mejor que tú mismo. Explosión. Fin. “Transatlanticism” ha vuelto a firmar sentencia.

Pero es entonces cuando sabes que viene su inseparable epílogo, esa típica canción que es tuya y de nadie más, que rememoras siempre como la misma película en tu cabeza, en la que te cuesta recordar la cara de los protagonistas, pero no lo que significan. Es increíble el silencio sepulcral con el que es recibida y escuchada, es alucinante que “Passenger Seat” pueda sonar de este modo en un festival multitudinario. También lo sabe Ben Gibbard, que cuando termina su interpretación se lleva la mano izquierda al párpado.

El resto del trayecto todavía deparará intensos momentos, sobre todo el latigazo eléctrico de “We looked like giants”, colosalmente defendida, y maridándose a la perfección con sus inicios más deudores del midwest emo y otro milagro para sonar en semejantes circunstancias con ese bonito broche arpegiado que es “A lack of color”.

Tiempo para cambiarse de vestuario y hacer un pequeño receso hasta que llegara The Postal Service para celebrar los también veinte años de su aclamado Give Up (03), uno de los estandartes máximos de aquello que se conoció como indietrónica.

Blanco impoluto y llegada de Jenny Lewis y Jimmy Tamborello para unirse a la fiesta junto a Ben Gibbard y parte de su banda madre para acompañar unas canciones que lucieron formidables.

Resulta innegable que el festivalero medio conectaba mucho más con esta propuesta, mucho menos exigente en lo emocional y, entiéndanme, mucho más ligera y festiva desde cualquier punto de vista. Dicho lo cual, el concierto fue bárbaro, gozando de mucho mejor sonido que DCFC (hay que decir que sonorizar artilugios electrónicos es mucho más sencillo siempre).

Disfruté especialmente ese clásico universal que es “Such Great Heights” y el intrincado laberinto entre lo orgánico y lo sintético que fue “We Will Become Silhouettes”, todo ello antes de un trepidante cierre con “Natural Anthem” y una expansiva versión del “Enjoy the Silence” de Depeche Mode con las dos bandas unidas sobre el escenario. Una gira binomio que certifica el triunfo del corazón.

James Murphy, al frente de sus incombustibles LCD Soundsystem, se ha convertido en el sumo sacerdote para clausurar cualquier velada festivalera que se precie. Poco importa que haga ya siete años desde que no publique nada en estudio (aquel American Dream (17) manifestaba que su propuesta seguía estando bien fresca), su dance-punk grasiento y macarra, capaz de asociar en su justa medida electrónica y rock, sigue siendo una jugada maestra y acierto seguro para caldear ambientes a altas horas de la madrugada.

Y así fue una vez más. Un recinto rendido y entregado bailó de lo lindo mientras la nutrida banda se sentía fuerte y entregada, mezclando sin complejos hitazos recientes tan inapelables como “Tonite” con clásicos como su “Daft Punk is playing at my house”, mientras intercalaban guiños al “Radioactivity” de Kraftwerk hasta cerrar la jarana con “All my friends”.

Raúl del Olmo

Viernes 30 de agosto

El viernes se abría con triplete español, arrancando con los sonidos urbanos de Tristán!, a quienes siguieron los granadinos Colectivo Da Silva con su pop festivo. La baja sensible de última hora de Fever Ray supuso un mazazo para multitud de seguidores que veían en la sueca Karin Dreijer, la artista detrás de este singular proyecto, el principal reclamo de la jornada del viernes. En su lugar la cantante de Caños De Meca, Lara Fernández Castrelo, aka Judeline, desplegó sobre el escenario principal un encanto natural con innegable aroma a sal y arena a través de melodías sedosas de pop escapista.

La escena británica actual necesitaba que un grupo como Yard Act resucitara esa arrogancia y chulería macarra a lo Happy Mondays, Primal Scream o Art Brut, capaz de parir himnos de clase obrera que parecen sacados de conversaciones a la luz de las pintas del pub tras una jornada laboral de mierda.

Y ese hueco lo ha llenado la banda de Leeds con dos discos plagados de singles potenciales que en directo defienden con solvencia e incuestionable magnetismo. Su presencia escénica es imponente, con una banda engrasada que sabe lo que hace, un líder que atrapa con sus movimientos y recitados, y dos coristas que acaparan miradas con sus bailes y coreografías imposibles.

El suyo fue un set vibrante en el que sacaron músculo con jóvenes clásicos imberbes como “The Overload”, “We Make Hits” o “Dream Job”. Siempre en mi equipo.

Hubo un momento en el que Gossip, la banda liderada por la inefable Beth Ditto, parecía que se iba a comer el mundo. La imagen icónica de su cantante, abanderada del movimiento lésbico, unos cuantos hits de art-rock bailable y una escena falta de referentes en ese nicho en concreto, les catapultó a una cima de popularidad que seguramente llegó a tornarse insoportable.

Es por ello que, tras doce años de parón discográfico, han vuelto con ganas de retomarlo donde lo dejaron con un trabajo digno como Real Power (Columbia, 2024) que les muestra con energía renovadas y aún cosas que decir. En las tablas del Escenario Uno desplegaron un show algo caótico, con una banda de outsiders probablemente en un estado comatoso tras una noche ajetreada tras su concierto de Lisboa, pero que remontó a base de hits imperecederos como “Standing In The Way Of Control”, “Move In The Right Direction”, “Crazy Again”, o “Heavy Cross”.

La voz de Ditto sigue impactando, y es siempre de agradecer verla con ese ímpetu desplegar unos speeches donde divaga sobre el amor, la libertad o la necesidad de sentirse uno mismo, mientras va despojándose de su atrezzo. Desde luego, no dejaron indiferente a nadie.

José Megía

El alarido de Yves Tumor aún desde detrás del escenario previo a «God Is a Circle», parecía un preludio a lo que se iba acercando. Todo encajaba como un guante en un show oscuro y electrizante, con pantallas distorsionadas y un ambiente denso, al que acompañaba un cielo cada vez más oscuro con relámpagos continuos en la lejanía que parecían formar parte del todo distópico que estábamos viviendo.

El norteamericano nacido como Sean Lee Bowie, venía a presentar Praise A Lord Who Chews But Which Does Not Consume del que interpretó gran parte de las canciones que sonaron en los poco más de 40 minutos que pudo durar su actuación. Esa hipnótica «God Is a Circle», la genial «Echolalia», la retorcida «In Spite of War» o la visita a Heaven To A Tortured Mind (2020) con «Gospel for a New Century», fueron motivos sobrados para que Yves Tumor fuera uno de los nombres de la noche, pero como decimos, llegó la tormenta.

Recuerdo haber vivido una situación parecida en Tomavistas 2022 en este mismo recinto, pero nada que ver. Aquello fue una descarga de apenas cinco minutos, en cambio el agua y las rachas de viento que asolaron Kalorama fueron preocupantes. Difícilmente se podía prever una precipitación de estas características, que cosas de la vida, en otras zonas de Madrid ni siquiera asomó. A cada uno le pilló donde le pilló, unos completamente empapados, otros intentado refugiarse en las barras, en los baños o donde hubiera un mínimo techo. Se vivieron unos momentos un tanto peculiares, como el de la caseta de prensa donde algunos pudimos llegar por su cercanía al escenario, en la que terminó metiéndose bastante gente hasta que un avispado decidió cerrar y atrancar la puerta para no pasara nadie más mientras algunos compañeros con sus equipos se empapaban fuera. Dantesco.

La actuación de Yves Tumor quedó interrumpida a unos minutos de terminar, pero la de RAYE fue suspendida al igual que la posterior que iba a ofrecer Soulwax, ya que parte de su equipo quedó afectado por el agua.

Manuel Pinazo

Inenarrable lo vivido, pero todo hay que decirlo, bastante bien gestionado por el festival que abrió una nave industrial del pabellón para guarecer a los allí congregados y comenzaron a repartir chubasqueros gratuitamente entre seres humanos más próximos ya a adquirir la forma de un pescado.

Lo peor de todo ello fue que estas circunstancias se llevaron por delante el concierto que más ganas tenía de ver del día: la extraordinaria RAYE, una de las sensaciones más descomunales en cuanto a calidad y presencia del R&B contemporáneo más futurista y sofisticado. Una pena, a saber cuándo volveremos a tener la oportunidad de verla por estos lares. El festival retomó su actividad con el show de Overmono, buen enganche electrónico el brindado por el dúo británico, con plena ambientación y homenaje a la cultura de club inglesa tan rica siempre y en cuyo epicentro se erigió la defensa de su largo Good Lies (23). Puesta en escena algo somera, pero efectiva. Ideales para disfrutar mejor en sala y aperitivo inmejorable para disfrutar del seminal concierto que nos regalarían The Prodigy.

Los fans de toda la vida, aquellos que reventamos la noche big beat por clubs y antros a finales de los 90, sabemos de sobra que The Prodigy es y será Liam Howlett. El resto, es puro atrezzo, ítems necesarios para engrosar la defensa visual de la siempre dependiente música electrónica en escena para aportar una propuesta sólida e impactante.

Es por ello por lo que la muerte de Keith Flint, más allá de lo doloroso que fue la pérdida del carismático “cantante” y antaño dancer del combo (como lo fue en su día Leeroy Thornhill) se antojaba en términos artísticos prácticamente anecdótica. Todo el papel de animador y agitador de masas caería ya sobre el MC Maxim en cuanto a directos se ofrecía. Por desgracia, el tino artístico que les llegó a firmar uno de los discos más cruciales y referenciales de los últimos treinta años como lo fue Music for the Jilted Generation (94), una obra maestra mayúscula en los suyo, seguido por el notable y celebérrimo The Fat of the land (97), no encontró visos de encontrar cimas a esa altura en lo que llevan de trayectoria desde entonces, y ha llovido ya.

Eso sí, eso no ha impedido que la nutrida parroquia de fans haya seguido creciendo con su propuesta actual, mucho más básica y primitiva, pero que no pierde fuelle para conectar con los más instintivos animales de la noche y el peligro. He decir que su directo en Kalorama me pareció muy bueno y resolutivo, toda una sorpresa. La puesta en escena mucho más punk y rockera que llevan, junto a unos audiovisuales del todo bestiales, otorgó a su show un empaque de gran octanaje, haciéndonos vibrar desde su arranque con “Breathe”, seguido de esa papilla facilona de “Omen”, pero alcanzando altas cotas de pulsión con un apoteósico “Firestarter” (respetando el silencio en las que hubieran sido partes vocales de Keith) o el binomio descomunal que nos gastó la goma de las zapatillas, secándolas en un minuto mientras bailábamos poseídos “No Good (Start de Dance)” y “Poison”.

El concierto fue capaz de mantener la tensión volcánica con un recio “Smack my bitch up” en las postrimerías de la velada, continuando más allá con el lucimiento de Maxim con “Diesel Power”, muy celebrado rescate para quien les escribe, y el guiño antológico a los Prodigy Dancers de siempre con la simpática e ingenua “Out of Space” de su primerizo y fabuloso The Experience (92). Sólido salvamento para el viernes de tormentas. Una pena no haberlo podido redondear con lo adecuado que hubiera sido el colofón tan acorde con Soulwax.

Raúl del Olmo

Sábado 31 de agosto

La última jornada de Kalorama, la más concurrida de las tres, se abría con la incógnita de si la meteorología volvería a hacer de las suyas como en la víspera o no. Afortunadamente, se apiadó de nosotros. Y a primerísima hora ya estábamos por allí para observar las evoluciones de una banda con bastante que decir por delante. Me estoy refiriendo a Monobloc. La banda afincada en N.Y. se podría englobar en ese cajón de sastre en el que se está convirtiendo actualmente el indie rock con cierta sonoridad o bien post-punk, o bien heredera de los tótems del género de principios de siglo. Diríamos que Monobloc beben de las aguas de sus paisanos The Strokes, pero con unas buenas dosis de melodía y sin el descoque de estos. Corto y prometedor para fans de las coordenadas sonoras indicadas.

Raúl del Olmo

Ezra Collective, la banda británica capitaneada por los hermanos Koleoso; el baterista Femi y el bajista TJ pusieron a bailar a toda la explanada del escenario principal, un público ávido de buenas emociones, después de la tormenta del día anterior.

El quinteto de jazz experimental y funk-soul abandonó su lado más innovador en beneficio de un concierto totalmente disfrutable, a sabiendas de que estaban ante un respetable con ganas de pasarlo bien. Aplicaron así una selección de temas de su discografía, que fueron de menos a más en lo tocante al siempre loable deporte de gastar suela escuchando música vibrante.

La artillería pesada sonora la dejaron para el final de actuación con temas como: “São Paulo”, “Expensive” y la inevitable e infalible “Juan Pablo”, con la que pusieron a prueba las rodillas de un público con una media de edad alta, al convencerlos de ponerse en cuclillas para saltar con ellos. Siempre al servicio del baile.

Fernando del Río

Correcto concierto el ofrecido por Olivia Dean. Soul pop aseado, algo leve y con ciertas trazas de experimentación, más bien pocas. Calentamiento suave, sin mucha zozobra. No es Arlo Parks, ni mucho menos Amy Whinehouse, aunque tampoco es algo que realmente busque.

Las claves las encontrarán en Messy (23), un disco elegante, pero tal vez algo aguado para quien les escribe. El público congregado lo disfrutó, ni que decir tiene.

Raúl del Olmo

Lo de Massive Attack fue otra cosa. Un regalo que trascendió hora, día y lugar, y nos puso frente al espejo de nuestra existencia con un concierto oscuro, comprometido y nada complaciente, que difícilmente olvidaremos. Los de Bristol no se prodigan mucho discográficamente, pero su militancia y el peso de sus acciones y canciones son motivos suficientes para continuar epatando con su magia.

Kalorama Madrid

Fueron casi dos horas de un espectáculo con fuerte carga política, con alusiones continuas al genocidio palestino, la invasión de Gaza y Ucrania, Elon Musk, Putin, Netanyahu, Trump… pero también para la idiotización por pantallas, el COVID, la posverdad y demás mierdas del mundo actual.

Robert Del Naja hizo de maestro de ceremonias, bien al micrófono, en los sintetizadores o presentando a cada invitado que subía al escenario. Han pasado cinco años de su última visita por la celebración del 2o aniversario de Mezzanine (1998) pero el disco siguió teniendo el peso que merece. Sonaron «Risingson» e «Inertia Creeps» con 3D y Daddy G, pero también «Angel» con el gran Horace Andy, quien repitió en «Girl I Love You». Uno de los tesoros de esta gira es volver a contar con la presencia de la angelical voz de Elisabeth Fraser, quien aparte de la esperada «Teardrop», nos obsequió las brillantes «Black Milk» o «Group Four», pero también una versión escalofriante de «Song to the Siren» de Tim Buckley que ya hizo suya en tiempos de This Mortal Coil.

Sorprendente igualmente la aparición en el escenario de Young Fathers al completo, interpretando temas como la inédita «Minipoppa» o una hipnótica y tribal «Voodoo in My Blood» perteneciente al EP Ritual Spirit de 2016, del que también sonó la nocturna «Take It There» con Daddy G haciendo las veces de Tricky.

Otro de los momentos a destacar fue la versión de «Rockwrok» de Ultravox! acompañada por unos visuales (están en Youtube) sobre la posverdad en los que se mencionaba que Trump era un agente ruso, que Putin a su vez era un agente de Xi Xinping o que los atentados del 11S fueron obra de EEUU para cambiar el orden mundial.

Deborah Miller les acompañó en una siniestra y alargada versión de «Safe From Harm» dedicada a los horrores de Palestina y en ese himno que es «Unfinished Sympathy». Colosales.

Manuel Pinazo

El Escenario Dos se quedó del todo pequeño para recibir al colectivo londinense Jungle, auténtico superventas con su fusión de electrónica, pop bailable, r&b, soul o funk y a los que se podrá acusar de reproducir en vivo las canciones sin apenas matices añadidos, pero a los que es imposible negar su capacidad para meterse en el bolsillo a un público entregado desde el primer segundo.  Sin apenas respiro, fueron encadenando hit tras hit haciendo sudar de lo lindo a las miles de personas que coreaban las ya memorables “Candle Flame”, “Dominoes”, “The Heat”, “I’ve Been In Love”, “Back On 74” o “Casio”, que hacen suyas multitud de referencias de grandes del género a las que añaden frescura y olfato para dar con la tecla a la hora de elaborar la banda sonora del verano eterno en el que todos querríamos quedarnos a vivir.

Jose Megía

Llegaba la hora de una de las estrellas más mediáticas del Kalorama, el británico Sam Smith, que apostó – como viene haciendo en esta gira – por una escenografía repleta de mensajes y reivindicaciones. Un cuerpo gigante, que servía las veces de plataforma para el cantante, llevaba pintados mensajes como: “libertad, igualdad, justicia, empoderamiento…” y él mismo comenzó su actuación diciendo: “Esta noche va sobre: libertad, libertad y libertad. Podéis ser lo que queráis, amar a quien queráis, por favor esta noche os tenéis que divertir”.

Desde las bailarinas y bailarines que salen al principio de actuación con antorchas y bengalas, pasando por los bailes y el resto de las escenas que irían discurriendo a lo largo de actuación, todo en un concierto de Sam Smith es una oda a la diversidad y la comprensión de lo “diferente”, en un mundo cada vez más escorado a no entender a los demás.

Sam Smith repasó su carrera, aunque hizo hincapié en su primer trabajo, que está cumpliendo una década; In the Lonely Hour (Capitol). Y así comenzó su actuación, con el himno “Stay with Me”, ante un público extasiado cantando cada una de las estrofas del tema. Continuaba con “I’m Not the Only One”, otro de los temas estrella del mencionado disco.

Es indudable la comunión con sus admiradores, su arma definitiva – además – es su insuperable voz, con la que es capaz de cantar soul, o gospel indiferentemente, por no hablar de su presencia escénica, siempre atento a los fans y haciendo guiños constantes a los suyos. No dejó dudas acerca de su reinado y despejó también incógnitas para los más incrédulos, su espectáculo es totalmente orgánico, sin trampas ni nada que sobre.

Fernando del Río

Un día marcado por el apoteósico concierto brindado por Massive Attack, de una densidad y acertada visión oblicua para conmovernos y emocionarnos sin dar facilidad, nada mejor que un derroche máximo de hedonismo y house muy fino desde la cabina a los mandos de Peggy Gou. La surcoreana afincada en Berlín, ajena a todo tipo de complejos y fluyendo con desparpajo, nos regaló una dosis de electrónica a medida que ponía el mejor broche posible a un festival que nos dejó muy buen sabor de boca.

Como cada una de las noches, el escenario tres, la carpa con programación a cargo de los colectivos madrileños como Antídoto Club, Carbs, Ego-Trip, Mareo, Zsongo Club y La Luz fueron los encargados del fin de fiesta.

Fotos Kalorama Madrid 2024: Fernando del Río

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