The Joy Formidable – Moby Dick (Madrid)
No busquen en esta crónica atisbo alguno de objetividad ni de raciocinio académico: la urgencia y excitación que hacen resurgir en mí una banda como The Joy Formidable escapa a todo apunte escrito que pueda encorsetarse en manos del lenguaje.
El trío galés es la mayor sacudida eléctrica que recuerdo en muchos años y, tras un primer trabajo publicado a pequeña escala como el formidable, nunca mejor dicho, A Ballon Called Moaning (09), The big roam (11) es una tormenta que nadie era capaz siquiera de presagiar. Ya puede terminar el ejercicio 2011 porque no encontraré nada más inapelable: el legado de una década, la de los noventa, condenada por decreto al ostracismo, alcanza en esta combinación de shoegaze, grunge y dream pop la categoría de hito.
Quizá no hayan oído hablar demasiado de ellos, eso es algo que deben erradicar desde ya; y verlos el pasado martes en una sala tan coqueta y exquisita como Moby Dick fue un privilegio que no olvidaré nunca.
Tras el tedio disfrazado de versatilidad de los belgas Balthazar, un telón escondió un escenario para, desde ese preciso instante, hacer crecer una inquietud discreta que barruntaba algo grande. Tan sólo un decorativo enramado cristalino de motivos silvestres vistiendo el pie de micro de la vocalista fue la preparación que necesitó dicho ritual; eso y unas pedaleras de bajo y guitarra eléctrica que ocupaban casi todo el escenario, dejando la parte derecha para la batería del sobrehumano Matt Thomas, auténtico motor del combo.
El carisma desbordante de Ritzy Brian, con unos gestos y caretos entre hipnóticos y demenciales, unido a la sinergia entrañable y contagiosa con el bajista Rhydian Dafydd, fueron el resto de ingredientes para hilvanar una velada mágica.
The Joy Formidable son un muro sónico infranqueable donde todos los estados emocionales tienen cabida: desde la épica arrebatadora de “The everchanging spectrum of a lie”, pasando por la contundencia certera de “The magnifying glass”, los tirones disloca-cuellos de “Austere”, el desarrollo excitante de “The greatest light is the greatest shade”, el intimismo cómplice de la rescatada “9669” y llegando hasta el paroxismo previo al bis con “Whirring” – su coda a recordar de aquí a mi muerte-.
España volvió a causar vergüenza –mucha- cuando para volver a las tablas, un roadie tuviera que alentar al público desde un lateral a jalear al grupo y así regresar a regalar un tema más. Este no fue otro que “A heavy abacus” que de bello y e inflamado nos hizo creer engañados que seguimos inalterablemente jóvenes y lustrosos de corazón.