Beyoncé – Renaissance (Parkwood / Columbia)
Si Beyoncé quiere bailar, se baila y punto, joder. Pero claro, vivimos en tiempos ofendiditos y sobre todo, polarizados. Que si esta señora se ha pasado a la disco music facilona, que si vaya horror de portada, que si se ha copiado de tal o de cual, que si esto no es Lemonade…Todo tipo de bullshit ha corrido por las redes desde el momento de su edición. Y de eso, como ya sabrán, hace ya tiempo, con lo que la cosa ha andado sembrada. Resultado: como siempre, en lugar de hacer lo que esta señora proponía, que era disfrutar, nos hemos dedicado a perder el tiempo discutiendo sobre algo que no tiene discusión. Hagan el favor de bailar o callar, hostia.
El séptimo álbum de estudio que engrosa la discografía asociada a una de las carreras más rutilantes de la historia del pop, es el primero de tres que esta reina afroamericana ha dejado preparados durante todo el tiempo “libre” del que disfrutó gracias a la encantadora pandemia que recientemente ha asolado al mundo. Y no sabemos de qué irán los otros, pero este es un disco dedicado a eso, al baile, al hedonismo. Simple y llanamente, sin pretendidas trascendencias ni reflexiones sociales. Planteado, además, como si de una sesión dj se tratara. Nada de silencios entre canciones, sin respiro. Todo hits. Punto.
Decir que esta mujer copia o reivindica en exceso eventos musicales que pertenecen al pasado, es una estupidez de dimensiones catedralicias. De hecho, la sutil mezcla que aquí propone de la disco music, el funk, el hip hop, el house y el r’n’b es completamente personal, a la par que honesta con su pasado ¿Que parte de que ella es Beyoncé y vosotras y vosotros no los sois os habéis perdido, amiguis haters?
“Por favor, hijoputa, trata de pararme”, dice nada más empezar. Como siempre, Miss Knowles sujeta con pulso firme las riendas de su circunstancia, igual que lo hace con las de su caballo sideral en esa portada tan imposible como hipnotizante. En ella se muestra majestuosa contra viento y marea, nadie la puede toser ni parar. Para eso trabaja como trabaja. Buscando una perfección que casi nunca le es esquiva. Lleva años siendo la referencia, el espejo en que todas y todos se quieren reflejar. Y en este disco de título tan determinante, se muestra, efectivamente, renacida y con fuerzas para hacerlo saltar todo por los aires una vez más.
Sí, el álbum está hecho a base de retales de un montonazo de cosas preexistentes, pero la que lo firma es Beyoncé. Todo está cubierto por una personalidad única, intransferible. Y es que nadie podía hacerlo como ella. Lo han intentado Kylie, Madonna, pero ninguna de ellas tiene la vara de mando ahora mismo como la tiene la de Houston. Está en su punto álgido. Era el momento preciso para un trabajo que se presentó con un bombazo de anticipo tan brillante como “Break my soul”, pura cultura de club noventera reconducida a nuestros días. Llegaba al principio del que iba a ser uno de los veranos más calurosos de la historia del planeta, además. Y, al menos a mí, me ha ayudado mucho a refrescarlo.
Ese sonado lanzamiento ya dio numerosas pistas, pero desde luego nada como encontrarse con la sesión completa para que el disfrute -sí, el disfrute- sea total. El hecho de que todos los temas vayan en transición y hayan sido pensados para escucharse en un orden determinado y no en otro, convierte esto en una experiencia. Nada rompedor, dirán, pero una vez más les digo que lo hace ella y no otra. Las armonías vocales especialidad de la casa, los beats de orfebrería, la excelencia compositiva, convierte este en un conjunto perfecto para su objetivo, toda una apisonadora. Puro hedonismo escapista al servicio de un mundo jodido y cansado que necesita desinhibirse en la pista de baile.
Buscar un momento álgido por encima de los demás es inútil. La secuencia se compone de canciones, sí, pero al actuar todas en bloque es difícil destacar algo sobre lo demás. No obstante, si me preguntan a mí, les diré que una ambrosía repleta de groove como “Plastic off the sofa” es de lo que más me ha quitado la respiración este año. La parte más sensual del álbum junto a la siguiente – y también superlativa- “Virgo’s groove”, que contrastan con momentos tan tribales como “Move” (con esos fraseos a cargo de la legendaria Grace Jones), por no hablar de arrebatos funk tan insuperables como “Cuff it”, donde se repite hasta la saciedad eso tan liberador de “we’re gonna fuck up the night”.
En resumen, Beyoncé se muestra tal como se espera de ella: una mujer negra y empoderada que se siente totalmente libre. Y así lo quiere transmitir, estableciendo una comunicación directa con el oyente a través de un torbellino de disfrute y sensaciones servido en un disco casi perfecto. Por eso se permite el que seguramente sea el lenguaje más explícito de toda su obra. Porque esto es mainstream, sí, pero mainstream asumido desde la altura, la excelencia y la valentía. No sólo quiere hacernos bailar, quiere bailar con nosotros, formar parte de la fiesta, tomarse unas copas, charlar de lo que sea y quemar la noche. Ser capaz de transmitir eso, y de forma tan clara, además, no está al alcance de cualquiera. Por eso esto es tan grande y no admite pegas. Si la reina dice que bailemos, se baila y se calla. Y cuando nos cansemos, a esperar el próximo capítulo de la trilogía, por supuesto.
Escucha Beyoncé – Renaissance
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