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Cinco razones para ver ‘A complete unknown’, el biopic de Bob Dylan

Con bastante retraso respecto a otras partes del mundo, hoy por fin llega a las pantallas españolas A complete unknown, filme dirigido por el siempre eficiente James Mangold que revisita los comienzos de Bob Dylan en el mundo de la música, abarcando el arco transcurrido desde la llegada del cantante a Nueva York en 1961 procedente de su Minessotta natal, hasta su famosa actuación eléctrica en el festival de Newport de 1965, momento bisagra no solo de su carrera sino de la música popular norteamericana en general. Más allá de filias y fobias respecto a la figura del bardo de Duluth, aquí damos cinco razones por las que merece la pena acercarse al cine para disfrutar como se merece del enésimo acercamiento del mundo del celuloide a la figura del misterioso genio dylaniano.

Una historia apasionante

Como si de la vida de un can se tratase, cada uno de los primeros años de carrera de Bob Dylan podrían conmutarse por siete de un ser humano normal. Su llegada a Nueva York con una mano delante y la otra detrás (más una guitarra desvencijada) es el punto de partida de un ascenso meteórico sin parangón.

La película refleja de manera extraordinaria el zigzagueante rumbo que va tomando su carrera, siempre en ascenso, durante estos primeros años y como el autor comienza agarrado al folk más tradicional, con un ojo siempre puesto en su admirado Woody Guthrie, pasando después a la legión de la canción protesta, abanderando un movimiento entre lo musical y social que realmente a Dylan le traía sin cuidado para finalmente abrazar la libertad estilística total y romper todos los esquemas de sus seguidores y detractores a partes iguales.

En apenas cinco años su carrera va cambiando de rumbo con una única directriz: no ser lo que la gente espera que él. Más que una búsqueda, su carrera es una huida y eso queda reflejado perfectamente en varios momentos de la película. Cada vez que parece que su propia sombra va a alcanzarle, Dylan demuestra ser más rápido y ya no está allí. Nunca está allí.

Retrato de una época irrepetible

La historia de A complete unknown transcurre en un contexto histórico que, aunque ya ha sido retratado en multitud de ocasiones, en esta película brilla con luz propia. La Nueva York de comienzos de la década de los 60 era un lugar duro pero lleno de oportunidades, un hervidero de ideas y proyectos con una galería de personajes irrepetibles. De hecho, uno de los mayores aciertos de Mandgold consiste en convertir lo que podría ser un biopic tradicional en una película más bien coral, reflejando no solo la historia de Dylan sino la de una ciudad y una sociedad que solo querían mirar hacia adelante, donde la juventud era la protagonista de todo y la confrontación con los antiguos regímenes era la manera de establecer nuevos estándares políticos, sociales y, por supuesto, musicales.

Así, los personajes secundarios están muy bien construidos y parecen orbitar alrededor de un Dylan que permanece como un misterio durante gran parte del metraje, siempre ocultando algo. Y es coherente que así sea, ya que si se hubiese intentado dotar de más profundidad emocional al personaje central habría caído en la pura fantasía, ya que este siempre ha sido un misterio. Por el contrario, personajes como la no tan inocente Joan Baez, el completamente idealista Pete Seeger o Albert Grossman, el pragmático y despiadado mánager, tienen un peso en la trama que sirve para explicar de manera indirecta lo que parece estar ocurriendo en la cabeza de Dylan.

Bob Dylan
Bob Dylan

La elipsis de un año en su parte central nos devuelve al Dylan del otro lado del espejo y no es sino otra muestra de cómo cambiaban los tiempos en esa época, no solo respecto a la carrera de Bob Dylan, sino en una escena musical que cada vez es más negocio como muestra el contraste entre el idealismo desmesurado de Seeger y el pragmatismo capitalista de Grossman (“Tú vendes velas, él bombillas” le espeta con suficiencia el personaje de Grossman a Seeger en un momento dado). Y Dylan, por supuesto, no va con ninguno, ni siquiera consigo mismo.

El elenco está perfecto

Mucho se está hablando, con razón, de la interpretación de Timothée Chalamet, nominación al Oscar incluida, pero ni es el único nominado ni es la única actuación memorable. La joven estrella brilla con luz propia en la piel de Dylan logrando, sin mimetizarse del todo y huyendo de la mera imitación, hacer suyo un personaje realmente esquivo, capturando su espíritu más que su cuerpo, reinventando su marcada gestualidad, tanto a nivel corporal como fonético.

Por su parte, Edward Norton en el papel de Pete Seeger logra emocionar con una interpretación llena de sutileza, donde pesan más las miradas que los gestos, así como una estupenda Monica Barbaro en la piel de Joan Baez, cuya interpretación asombra y sorprende por el ímpetu del que imbuye a un personaje mucho más empoderado en la película de lo que sugieren las crónicas de la época. Ambos optan al Oscar también como podrían haberlo hecho Dan Fogler en la cínica piel de Albert Grossman o Elle Fannig con una interpretación llena de matices de Sylvie Russo, alias bajo el que se esconde el personaje de Suze Rotolo, novia de Dylan entonces y cuyo nombre ha sido el único que se ha cambiado en el guion, al parecer por petición del propio Dylan.

Interpretaciones musicales de altura

A nivel musical las interpretaciones son una delicia y nos recuerdan la grandeza del primer Dylan, ese que sin ser nunca olvidado parece que a veces queda oscurecido por su propia deriva personal y por sus logros posteriores. A lo largo de su generoso minutaje la cinta contiene varias actuaciones musicales extraordinarias. Timothée Chalamet, por supuesto, es la gran sorpresa. Sus versiones de los primerizos himnos dylanianos no se centran en la imitación sino que aprehende el espíritu del trovador americano y los lleva a su terreno con unas tomas vocales soberbias, con inflexiones y fraseos muy similares a los originales, pero con un rango vocal propio. Importante señalar que Chalamet da con la tecla para resultar creíble como el Bob Dylan del escenario, que no es el mismo que de las grabaciones, ya que desde sus inicios los conciertos de Dylan se desmarcaban de los registros oficiales de sus canciones y en el filme esta dualidad se recoge de una manera orgánica. También destaca la complicidad que muestran Chalamet y Barbaro en sus actuaciones conjuntas, reflejando de manera muy real la química existente entre Baez y Dylan en aquella época, así como la evaporación de esta conforme iban pasando los meses y creciendo la distancia entre ellos.

Porque no solo Chalamet canta en A complete unknown. Edward Norton clava literalmente el estilo de Pete Seeger tanto a la guitarra como vocal y gestualmente, y Barbaro irradia el mismo carisma que la Baez real que sumó a su causa casi tantas conciencias como corazones. En todos los casos ayuda mucho al disfrute que las canciones sean interpretadas casi en su totalidad o incluso completas depende del caso. No son retazos que van apareciendo a lo largo del filme sino que sirven para hilar la historia y lanzar mensajes al espectador, aún a costa de su veracidad cronológica.

Busca y encuentra

En líneas generales, la película respeta los hechos tal y como sucedieron… pero solo en líneas generales. Por eso, para el público más especializado en la vida y milagros de Dylan puede resultar realmente divertido ir localizando los matices en la historia que no sucedieron tal como se cuentan aquí. Cierto es que las variaciones sobre la cronología original siempre resultan a favor de la narración historia, y no difieren excesivamente de los hechos reales, ya que el camino del personaje central es el mismo que se muestra. No voy a detallar cada una de las inexactitudes en las que cae (para eso, consulten este magnífico artículo de Rolling Stone) pero hay de todo: desde canciones que no se interpretaron en conciertos concretos hasta temas que no se habían compuesto cuando se narra en la película, detalles en las relaciones con Joan Baez y Suze Rotolo que no se corresponden con la realidad… hasta llegar al final, donde ahí sí, -mini spoiler a continuación- me quedé ojiplático durante la proyección, con un “¡Judas!” sacado de contexto que, si bien ayuda al no iniciado a conocer lo que sucedió durante ese periodo entre Dylan y su público, personalmente creo que podrían haberse ahorrado.

En resumen, A complete unknown es una película amable y poco rompedora que muestra el nacimiento de la leyenda de Duluth con la suficiente precisión y con todas las armas a su alcance -joven súper estrella incluida- para amplificar el alcance de su figura entre las jóvenes generaciones, siendo también un placer para la vista y el oído del fan más experimentado que no busque el rigor ni la reflexión sino un paseo más por terrenos emocionales que no por conocidos dejan de resultar estimulantes y disfrutables.

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