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The Brian Jonestown Massacre (La Riviera) Madrid 15/05/25

El plan estaba servido desde mucho antes de que se encendieran las válvulas de los amplificadores en La Riviera. La jornada arrancaba de un modo casi casual, con la presentación – en el barrio de la Latina, en la librería Traficantes de sueños – de libro: Memorias de la jungla psicodélica: Siguiendo el ritmo de The Brian Jonestown Massacre (Colectivo Bruxista), la suerte de diario entrañable que Joel Gion “el de la pandereta de los Brian” acaba de editar.

Al poco rato, La Riviera se fue llenando de fieles de los que arrastran The Brian Jonestown Massacre: veteranos de mil conciertos, amantes de la psicodelia y del fuzz, algún que otro guiri enterado de que andaban por aquí y bastantes jóvenes con aspecto de recién salidos de Haight-Ashbury en los sesenta. Ya lo dijo el bueno de Joel en la presentación de su libro: “Tenéis suerte, en España todavía se ve gente perteneciente a tribus urbanas, con diferentes vestimentas, en Estados Unidos y gran parte de Europa ya todo es mucho más aburrido”.

Comenzando con algo de retraso sobre la hora prevista y alimentando al “folklore clásico brianjonestowniano” con comentarios entre el público del tipo: “Pues Anton estaba en el bar de enfrente poniéndose ciego a chupitos de vodka”, salía la banda a escena, con la “anti puesta” en escena a la que nos tienen acostumbrados.

Y puede que algo de esa leyenda fuera cierto, porque el inicio fue torpe, como si hubiésemos sido invitados a su ensayo privado, menos mal que ahí está el sempiterno Ricky Maimi, el guitarrista apostado en su rincón, que cumple siempre con su papel y es preciso a los mandos de las seis cuerdas.

A partir de “Do Rainbows Have Ends” todo parecía encajar, los engranajes del groove y la psicodelia giraron y The Brian Jonestown Massacre comenzó a sonar como la bestia de fuzz que es cuando se pone seria. Durante algunos temas aquello fue una sinfonía vibrante de guitarras en espiral y siete músicos sobre el escenario, haciendo ritmos hipnóticos y texturas lisérgicas, tales como la insuperable “Fudge”, o la abrumadora “Days, Weeks and Moths”.

Todo iba rodando, o mejor dicho flotando, como viajábamos todos sobre esas canciones que te arrastran sin piedad sobre su ensueño y de repente… Anton Newcombe, haciendo de Anton Newcombe. Ya deberíamos estar vacunados, pero siempre nos pilla por sorpresa. ¿Fue el supuesto wodka, la posición de los astros, el sonido dentro del escenario, o un poco de todo? La cuestión que es Anton paró el concierto, dirigió miradas asesinas a la mesa de mezclas, lanzó improperios y se permitió acoplar ostentosamente su amplificador como señal de supuesta protesta.

Lo que hubiera sido una anécdota sin más se tradujo a lo largo del concierto en: parones, silencios incomodos e incluso alguna discusión interna, mermando así la fluidez de este. Y, sin embargo, pero también como siempre, The Brian Jonestown Massacre mete la mano en la caja mágica de canciones imperecederas y te toca: “Anemone”, o “Pish”.

¿Que el concierto se volvió algo errático? Sí, pero suena “You Think I’m Joking?” y se hace la luz, o “Forgotten Graves” que flota sobre un manta de fuzz eterno y se pasa todo. El final demoledor, con “Servo” y “Super – Sonic”, cuando parece que – por fin – han recordado que están enfrente de su público y no en el local de ensayo. Público que les adora no solo por ser leyendas, también porque – cuando se ponen – son jodidamente grandes.

The Brian Jonestown Massacre

La noche fue todo lo que puede ser un concierto de The Brian Jonestown Massacre, mágica, frustrante, alucinante, irregular y entrañable. Una montaña rusa de sentimientos que refleja lo que son, una banda al borde del colapso, pero en constante búsqueda del equilibrio… y eso puede que sea su secreto vital.

Fotos The Brian Jonestown Massacre: Fernando del Río

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