Enric Montefusco – Viaje al Centro de un Idiota: Infierno/Purgatorio (Satélite K)
Busqué conscientemente huir de hacer la reseña del nuevo trabajo de Enric Montefusco. El motivo no es otro que sentirme agobiado por las numerosas veces en que he escrito acerca de su obra en solitario o a través de los extintos Standstill. Y la razón, por supuesto, no se encuentra en el artista, ni mucho menos, sino en mí.
Sinceramente, creo que he agotado a través de mis reflexiones en blogs, entrevistas al protagonista, crónicas de conciertos y disecciones de discos todo aquello que podría decir de un legado reconocible e inquieto a cada paso que da. Mi interés hacia Enric Montefusco no está exento de ese respeto que atemoriza cuando debemos enfrentarnos cara a cara al artista que, literalmente, nos ha ayudado –y ayuda- a seguir viviendo. Tanto es así que incluso llegué a delegar en un compañero de programa en una entrevista para la radio años ha. Quién me lo hubiera dicho cuando les pasaba el calimocho a la banda en la época Memories Collector (02) a las afueras del Festimad antes de que les tocara subir a un escenario.
Es por ello que disfruto mucho más leyendo lo que otros escriben acerca de su labor artística, o de sus propias palabras en las entrevistas que caen en mis manos u orejas, como la que recientemente escuché en el podcast Bienvenido a los 90 de Roberto Martínez. Ese magnetismo hacia el universo del artista catalán lo justifico a mí mismo por el juego de espejos que veo y asocio entre lo que él narra y lo que yo vivo. Como tantos seguidores, imagino.
Desde siempre, pero de una manera más agudizada a partir de Vivalaguerra (06) de Standstill, el discurso defendido y presentado al amparo de diversas transformaciones que no son otra cosa que diferentes piruetas sobre la esencia de lo que somos, es el del intento definitivo de perdonarse a uno mismo y darse la oportunidad de poner en valor haber sobrevivido a la culpa y a la pérdida a través de las diversas acciones cotidianas que, dentro del círculo más íntimo de lo que nos rodea, pueden contribuir a mejorar el mundo y la vida de nuestros semejantes.
Viaje al centro de un idiota: Infierno/Purgatorio (22) no es una excepción. Como principal victoria, cuenta con un planteamiento inicial en el que música y representación escénica no se entienden la una sin la otra, complementándose y enriqueciéndose de antemano. Esta simbiosis siempre ha estado presente en el lenguaje de Montefusco, y ya desde los tiempos de Standstill se rompieron el pecho por presentarlo y adecuarlo en diversas de sus aventuras. Un empujón romántico por intentar defender la ambición artística en una industria y en un mundo de plástico del todo hostil, o cuanto menos indiferente, ante la sensibilidad y cuidado con el que se presentaban estas ofrendas.
Lo dije en su momento y lo mantengo: el mundo, nosotros mismos acaso, no estábamos preparados para una banda del calado de Standstill, de su perspectiva emocional, lúcidamente solemne y cotidianamente trascendental, a través de maravillosas propuestas pasadas y que reviven en el discurrir en solitario de un Enric plenamente consciente en su defensa atrincherada alejada del ruido monolítico del –risas enlatadas- universo del indie español. Una defensa que a todos los seguidores nos hace sentirnos identificados y reconocernos.
Su nuevo trabajo estilísticamente quizás sea el más cercano en planteamiento al de los últimos Standstill, los del nunca suficientemente reivindicado Dentro de la luz (13): una perspectiva netamente personal que bucea en la introspección neta para sacar conclusiones universales; quizás me atrevería a decir que se trata de una reacción a su anterior Diagonal (19), lo más explícito en cuanto a un discurso político que ha hecho nunca Enric. Ahora, desde la sutilidad de lo íntimo y a través del buceo más extremo en uno mismo, las intenciones son las mismas, pero a mi modo de ver ganan en poesía e impacto. Una obra que se disfruta en su totalidad, de principio a fin, una reacción loable a estos tiempos de usar y tirar donde las escuchas de los discos se hacen a trompicones; o que el artista ya ha perdido la esperanza y el interés por hacer un álbum cohesionado y con un sentido fuertemente enraizado en su concepción.
Un infierno y un purgatorio, las dos partes del álbum que suponen un viaje hasta las entrañas del dilema interior para alzarse finalmente y seguir adelante gracias a todo lo que da sentido a nuestra existencia, por fin liberados de aquellos fantasmas que alguna vez han estado a punto de acabar con nosotros.
No tiene demasiado sentido comentar las canciones por separado, sería casi algo frívolo en una obra que debe entenderse en su todo, pero sí que debo señalar que la sima insondable de “La escalera oscura” y su reverso a través del lirismo épico de “Como en los cuentos” están entre dos de las mayores conquistas conseguidas nunca por nuestro héroe sin capa.
Ahora queda disfrutar de todo esto sentado en una butaca. Para bien o para mal, creo que he vuelto a hablar frente a la mirada de mí mismo a través de la propuesta de un artista tremendamente personal y humano, de esos que no se esconden de sus defectos y de sus virtudes y que, muy probablemente, no sabrían hacer otra cosa que crear arte aunque tan sólo fuera para guardarlo en una caja debajo de su cama para aplastar con ella al monstruo.