Entrevistamos a pablopablo
El flechazo fue directo. Pablo Drexler aka pablopablo conquistó al público en la última edición del Tomavistas con un concierto que confirmó que estamos ante una de las grandes sorpresas del año. Su primer disco, Canciones en Mi, rebosa sencillez y se aleja de la pretenciosidad, mostrando con claridad cómo se está configurando el futuro del Avant pop en nuestro país.
Las colaboraciones con Ralphie Choo, Amaia y Carin León aportan matices únicos y hits de primer nivel, mientras que Antón Álvarez, más conocido como C. Tangana, Pucho o El Madrileño, ha actuado como un auténtico gurú en el desarrollo del álbum.
En esta entrevista, pablopablo nos abre las puertas a un universo íntimo y honesto, ese donde la poesía y la música se funden y dan forma a canciones que emocionan y conectan.
“Lo importante es que en cada canción cuentes algo”
Es un placer hablar contigo, Pablo. Descubrí tu música por casualidad en el concierto que diste en el Tomavistas, y fue un flechazo directo. Eso sí, hacía un calor infernal. ¿Cómo viviste tú ese concierto?
Me sorprendió mucho. Tenía algo de fe en Madrid, al final es donde más gente me conoce y es mi casa, pero aun así me impactó. Fue como: «Joder, qué guay». Estábamos en la parte cubierta, sí, pero hacía muchísimo calor igual. Había un montón de gente con abanicos, sudando, pero aguantando. Fue precioso. De mis conciertos favoritos, sin duda. Tocar en casa tiene algo muy especial.
La última vez que tocaste en Madrid fue en la sala Siroco, hace ya un par de años. ¿Qué recuerdos tienes de aquel show?
Siroco fue increíble. De hecho, fue el primer concierto de mi vida, y estuvo muy guay. Toqué solo, sin banda, y aunque la sala es pequeñita, se llenó. Fue una sensación muy especial, de esas que se te quedan grabadas.
Hemos aguantado bastante sin tocar en Madrid a propósito, para no quemarlo, para que el siguiente concierto fuera algo importante. Y eso fue un poco lo que pasó en el Tomavistas. Esa era la idea, y la verdad es que me quedé súper contento.
Durante el concierto dijiste algo que se me quedó grabado: ‘Qué fuerte que estas canciones que hice en mi habitación ahora las estéis cantando todos vosotros’. ¿Qué te pasa por dentro cuando vives un momento así?
Al final, yo trabajo solo, componiendo en una habitación, en mi mundo. Y de repente llegas a un show y ves a un montón de gente cantando esas letras… Es una sensación rarísima, pero preciosa. He aprendido a ser yo mismo en el escenario. Me he dado cuenta de que lo mejor es ser honesto, y creo que la gente lo percibe. Es extraño y, al mismo tiempo, muy bonito ver que hay gente que se sabe mis canciones. No lo doy por hecho, no lo tomo a la ligera; me hace muchísima ilusión.
La democratización de las herramientas musicales ha cambiado mucho las reglas del juego. Hoy, desde una habitación puedes hacer música que antes requería recursos prácticamente inalcanzables.
Total. Puedes hacer un disco entero en tu cuarto. Prácticamente todo el álbum lo grabé en mi habitación cuando vivía en Londres. Ahora ya me he mudado a Madrid, pero durante unos años estuve allí. Luego sí que fuimos al estudio un par de días para grabar algunos instrumentos que ya había preparado en casa, como la batería, el piano, el saxo o el contrabajo. Pero, en esencia, todo el disco se creó en mi habitación.
¿Cuánto tiempo estuviste viviendo en Londres?
Estuve unos siete años, tío, bastante tiempo. La carrera duró cuatro años y me quedé unos tres más. Ahora he vuelto porque todo mi trabajo está aquí. Fue muy bonito tener la oportunidad de vivir allí, hacer muchos amigos que todavía conservo, y ver que muchos de ellos están en bandas súper guays. Hay una energía increíble en Londres y es una ciudad muy enriquecedora para vivir.
¿Qué diferencias notaste entre Londres y Madrid a la hora de vivir la música como cultura?
Inglaterra tiene una concepción general que en España, por desgracia, todavía no tenemos. Nos vamos acercando cada vez más, pero aún estamos muy lejos. Aun así, en España están pasando cosas muy interesantes. Cuando me fui a Inglaterra tenía la idea de: ‘bueno, la música está allí’. Pero lo que me pasó es que empecé a ver cómo estaban saliendo un montón de proyectos increíbles en Madrid, y pensé: “va siendo hora de volver a casa”. Poder vivir en tu hogar y dedicarte a esto es un regalo.
Además, los dos músicos que te acompañan en directo (el batería y el saxofonista) son de allí. ¿Se han venido a vivir a España contigo?
No, solo vienen para los conciertos. Simeon y Lyle son amigos, los tres estudiamos juntos en la universidad, en un conservatorio de música. Son dos músicos de jazz increíbles, y tenerlos en el proyecto es fundamental porque aportan un ángulo distinto a lo que podría encontrar aquí. Aunque a veces perdemos dinero por los desplazamientos, vale totalmente la pena. Además, han grabado todas las baterías que se escuchan en el disco, salvo alguna que hice yo, y también todos los saxos. De verdad, son músicos del copón. Tengo una suerte enorme de poder tocar con ellos.
Lo que hace que un proyecto crezca es, precisamente, rodearse de músicos así. Justo el otro día hablaba de eso con Carlos Ares: uno de sus grandes aciertos ha sido formar un equipo espectacular. Cubrí también su concierto en el Tomavistas y me encantó.
Totalmente. Lo fundamental en un concierto es que sea un show vivo, auténtico. Que cada sonido que escuches tenga detrás a alguien tocándolo en ese momento. Esa conexión orgánica entre los músicos y el público es lo que hace que el concierto sume de verdad.
Aunque mucha gente no lo perciba conscientemente, si no hay músicos tocando en directo, se pierde algo muy valioso. Es una oportunidad perdida. Cuando tienes a músicos disfrutando, esa energía se transmite y se siente. En el escenario, basta con que un músico te mire y puede surgir una reacción en el público, un aplauso espontáneo. Cada gesto cuenta, aporta vida y hace que el momento sea especial. Justo lo que comentaba antes: que ahora en España están pasando cosas muy chulas.
Lo pensé hace unos meses, en un concierto de Ralphie Choo, sobre todo cuando tocó “Juan Salvador Gaviota”. Es increíble cómo mezcla lo digital con lo orgánico, el urban con el jazz.
Su show es brutal, un ejemplo perfecto de eso. Siempre ves a músicos haciendo cosas en directo, constantemente. Es una gozada para el espectador, porque de repente escuchas algo y dices: ‘Mira, ahí está’.
Justamente con Ralphie Choo colaboras en una de las grandes canciones de este disco “eso que tu llamas amor”. Un tema además, en el que también participa un artista clave en la música regional mexicana, Carín Leon. ¿Cómo surgió este tema?
Con Ralphie nos conocimos en Madrid hace como dos años y medio, justo cuando yo saqué mi primera mixtape. Ahí nos cruzamos y empezamos a quedar varias veces para hacer música. En una de esas, estábamos probando ideas y él me dijo: ‘Oye, ¿hacemos un corrido?’. Y yo le contesté: ‘Venga, ¿por qué no?’. Así que empezamos con un corrido tumbado. Hay un montón de versiones, pero al principio se quedó como una idea muy pequeña: unos acordes que tenía Juan, una melodía suya, y yo había escrito un estribillo. Todo eso quedó en una nota de voz, y pasó como un año.
Un día volví a escucharla y pensé: ‘¡Qué guapo esto!’. Entonces seguí escribiendo y nos quedó una especie de demo, todavía muy cruda. Dio la casualidad de que en ese momento yo estaba yendo al estudio para escribir con Pucho (C. Tangana), y ya nos habíamos hecho muy colegas. Una semana después, volví al estudio con él, y aunque Carín ya se había vuelto a México, le conté: ‘Oye, tengo este tema que empecé con Ralphie, suena como mexicano’. Se lo puse y me dijo: ‘Tío, esto a Carín le encantaría’. Me dijo: “Tócalo, te grabo con el móvil y se lo mandamos”.
Y así fue. Me grabó con el móvil y se lo mandó a Carín. Yo pensaba: «Bueno, a ver si contesta…». Y nada, ¡qué bonito! A los diez minutos contestó con su verso ya grabado. Fue una locura. De esos momentos en los que piensas: «Esto no puede estar pasando».
Luego Juan jugó un rol súper importante en bajar la canción a tierra y traerla a nuestro mundo. Creo que eso lo hizo muy bien: mantener esa inspiración mexicana, pero que la canción al final suene a nosotros, a él y a mí. Eso fue lo que terminó de cerrar el tema. Para mí, es el mejor estribillo que he escrito. Es muy sencillo, pero funciona.
Lo cierto es que, aunque el disco se mueve por terrenos muy minimalistas y tiene mucho de folk, también bebe claramente de la música mexicana, de las rancheras y los corridos. Un buen ejemplo de esto es “Ojos de Ajonjolí”, el tema en el que colaboras con Macario Martínez, a quien muchos descubrimos gracias a unos vídeos virales en TikTok.
En México solo grabé con Macario Martínez, pero la música mexicana me inspiró muchísimo. Me acompañó mucho durante el proceso, especialmente la música de José Alfredo Jiménez. Me fascinó el espíritu de las rancheras, me volaron la cabeza. Incluso hay canciones del disco que no suenan nada mexicanas, que parecen más una balada inglesa, pero que en la manera de escribir están muy influenciadas por él.
José Alfredo tiene algo muy especial en sus letras. Habla del dolor del amor, pero lo transforma casi en una maldición poética hacia la otra persona. Es como si echara un mal de ojo, pero de forma elegante. En “Te solté la rienda”, por ejemplo, dice cosas como: ‘Vas a sentir que lloras sin poder siquiera grabar tu llanto. Y vas a querer mirarte en mis ojos claros que quisiste tanto’. Es como decir: tú te fuiste, pero no te has librado de mí. Vas a seguir pensando en mí. Esa sensación me marcó mucho. La canción “Todavía” nace precisamente de eso, de esa emoción que me provocan las letras de José Alfredo.
En el caso de Macario, fue todo muy fácil, muy rápido. Además, fue hace nada, en abril o así. Estaba de gira por México, escuché su música y fue un flechazo directo. Le escribí en plan: ‘Tío, estoy por aquí, ¿te apetecería pasarte por el estudio o probar algo?’. Quedamos, tocamos un rato y nos pusimos a escribir. Así salió la canción, en una tarde. Tal cual nos ha salido, se ha publicado.

Últimamente la música mexicana está en alza, no solo con nuevas composiciones de artistas como Carin o Grupo Frontera, sino también con el resurgir de figuras inmortales como José Alfredo Jiménez, Vicente Fernández o Agustín Lara.
Sí, es eso. Es lo que te decía, tío. Para mí, José Alfredo es una de las grandes referencias. Tiene una forma de escribir muy exagerada, muy cabrona. Pasan los años y su música sigue ahí. La escuchas ahora y piensas: joder, este pavo se atrevía a decir unas cosas… Creo que la música que perdura es la sincera, la que se atreve a decir cosas incómodas. Es antigua, sí, pero tiene algo muy poderoso, muy crudo. Y eso es lo que permanece. Porque lo escuchas y piensas: este tío estaba tocando cosas muy profundas, muy humanas.
Yo creo que lo que mejor aguanta en la música viene de gente que se permite decir lo que los demás no se atreven. Porque eso no cambia: el ser humano siempre va a ser igual de fallido. La música es ese lugar catártico donde puedes permitirte ser un error. Y José Alfredo tiene mucho de eso: soy un desastre, estoy aquí bebiendo, me sigo creyendo el rey, pero a mi alrededor todo se derrumba. La he cagado. Leonard Cohen, que también me influye mucho, bebe de esa misma emoción. Ese ángulo…
Prácticamente todas las canciones giran en torno a la complejidad de las relaciones personales, de la amistad, de cómo te ven o cómo te ves a ti mismo. Muchos músicos me han comentado que, justamente, descubren estos sentimientos personales cuando los plasman en papel.
Sí, tiene algo eso. Con este álbum me pasó que, aunque al escribir no pensaba directamente en mi vida personal, porque necesito exagerar, inventar, llevar las ideas a cualquier parte, cuando terminé todas las canciones y las volví a escuchar, me di cuenta de que muchas sí estaban inspiradas en cosas que me habían pasado de verdad, aunque estuvieran llevadas al extremo. Y eso fue muy revelador.
¿Cuánto tiempo te llevó el proceso de componer todo el álbum?
Fue un proceso bastante rápido, menos de dos años. Como comentábamos antes, componía principalmente en mi habitación, probando ideas con la guitarra, el piano o el Ableton, jugando con un sintetizador o lo que fuera. Lo que sí hice mucho fue escribir todos los días al despertarme, como una especie de poesía improvisada, sin ningún tipo de filtro. Eso me ayudó mucho a encontrar mi propia voz.
También hay que destacar a Antón (C. Tangana) como una especie de sensei en el desarrollo de este álbum. ¿Cómo os conocisteis?
He tenido el placer de aprender mucho de él, de pasar muchas horas en el estudio charlando sobre música. Me guió una barbaridad.
Lo conocí durante la pandemia. Mi padre iba a hacer una sesión con él y me pidió si podía ayudar poniendo los micros, porque no tenían ingeniero a mano en ese momento. Yo estaba ahí grabando cosas y, como soy un poco pesado, me puse a tocar el piano para demostrar que no solo estaba haciendo de técnico, sino que también puedo tocar.
Pucho se fijó en mí, y luego, cuando él hizo su gira, me escribió para que le echara un cable, un poco de asesoramiento en sonido y demás. Yo le ayudaba con opiniones, como «¿qué te parece si hacemos esto aquí?». Y de repente aquello fue creciendo: terminé tocando teclados, cantando cosas… hasta que un día me dijo que me fuera con ellos de gira. Así empezó mi amistad con Pucho.
¿Y cómo fue esa gira?
Fue como hacer un máster después de terminar la carrera. La gira fue un aprendizaje brutal. Al final, hablamos de una de las giras más importantes de los últimos años en España. Estar ahí, formar parte de algo así, sienta un precedente muy fuerte para todo lo que venga después.
Y luego está el tema de que muchas veces se te presenta como ‘Pablo, el hijo de Jorge Drexler’. ¿Cómo te sienta eso? ¿Cómo lo llevas?
Bueno, es que soy el hijo de Jorge Drexler, no me raya. Es la realidad, y me sienta bien. Quizá lo que a veces se complica es cuando la gente intenta entenderme a mí a través de la música de mi padre. Ahí es donde creo que la cosa se enreda un poco, pero más para la persona que lo intenta que para mí.
Yo estoy en mi movida, en lo mío, y lo disfruto mucho. Y también te digo: criarte en una familia de músicos es un privilegio. Tener siempre instrumentos a mano, música sonando en casa todo el tiempo… es una maravilla. Si te gusta la música, no hay mejor lugar para crecer que en una casa de músicos.
Al final, uno de nuestros géneros más exportables es el flamenco, y las familias de compositores flamencos son casi una garantía de calidad.
Sí, a mí eso me parece precioso. Me gusta ver la música como una artesanía, algo que se transmite de generación en generación. Esa tradición que pasa de padre a hijo me inspira mucho.
Con mi padre tengo muchas conversaciones sobre música, sobre letras, sobre cómo escribir… y también es bonito porque yo le inspiro a él. Tenemos ese back and forth muy especial, transnacional, que es un regalo.
Por ejemplo, la canción “De las tuyas” es increíble. Tiene ese juego tan particular, como un giro con humor, que me recuerda a cómo tu padre trata ciertos temas en sus letras.
Totalmente. Esa canción es una forma de honrar la presencia que ha tenido mi padre en mi vida musical. Me apetecía tener un poco de humor en el disco. Todo el álbum es bastante solemne, y necesitaba al menos una canción en la que pudiera reírme un poco de mí mismo. Fue muy catártico componerla, y estoy muy contento con el resultado.
Publicaste varias canciones sueltas antes del disco. Hay una que me gusta mucho, “Despierta”, con Guitarricadelafuente, que parecía que podía ir en el proyecto del Mixtape del 2022 o en este primer álbum. ¿Por qué esas canciones no entraron finalmente en el disco?
Porque al final había muchas canciones, y me gusta que el álbum sea un poco conciso. Doce temas me parecían un número perfecto. El tracklist funcionaba muy bien tal como estaba y no quería llenarlo demasiado, prefería que tuviera esa sensación de conjunto compacto.
Además, me gusta que algunas canciones queden fuera del álbum, que vivan por su cuenta. Funcionan como pequeñas piezas sueltas, hacen su efecto, y el álbum… ya es otra cosa.
Luego está el título del disco, que es bastante gracioso, como un juego de palabras. ¿Cómo surge eso de Canciones en Mi?
Pues estaba escribiendo y, de repente, me salieron como cuatro canciones seguidas que eran todas en mi mayor. Y pensé: me encanta esta idea, canciones en mi mayor, qué buen concepto.
Mi idea era hacer un EP que se llamara así: Canciones en mi mayor. Se lo conté a Pucho, estábamos haciendo el himno del Celta juntos, y me dijo: ‘Este concepto está muy guay, pero no hagas un EP… debería ser un álbum. Y no lo llames Canciones en mi mayor, llámalo Canciones en Mi. Tiene que ser un juego de palabras, y además lo de mi mayor es un poco friki’.
Y tenía razón.
Las dos canciones que más me han gustado del álbum son “Vida nueva”, que me parece que funciona perfecta, y “Dónde estás!”, que me parece un ejemplo clarísimo de ese nuevo folk de autor.
“Dónde estás!” es también de mis favoritas. Las dos las hice en mi habitación… bueno, en realidad “Vida nueva” la compuse en Los Ángeles. Esa y De ti son las únicas canciones del disco que coproduje con alguien más: un productor increíble de allí que se llama Apob.
Yo había firmado con una discográfica que se llama Mon + Pop, con sede en Nueva York, y ellos me fueron organizando sesiones con distintas personas. Cuando conocí a Apob, fue una locura. Estábamos jameando en su casa, en su estudio, y me salió la canción del tirón, escribiéndola por encima de lo que estábamos tocando. Fue mágico.
También está el tema con Amaia. Da la sensación de que cada canción del disco tiene su propia intrahistoria.
Sí, me esforcé mucho para que cada canción dijera algo. Todas lo tienen. Por ejemplo, volviendo a Dónde estás!, quería que quedara claro que ninguna de las canciones es ‘para ti’, pero al repetirlo tantas veces, se vuelve una mentira.
“Vida Nueva” gira más en torno a una frase: ‘No son tus ojos, es tu belleza’.
Y “De Ti” habla de querer seguir en la vida de alguien con quien sabes que no puedes estar. Admitir que estás prendido de alguien, pero no hay solución. Esa canción la empecé a escribir en Los Ángeles, la terminé en Madrid. Ya la tenía bastante armada, pero me parecía bonito que en medio del disco, donde el leitmotiv es casi siempre “tú y yo”, apareciera una voz femenina. Y ahí pensé: Buah, Amaia sería increíble. Era un sueño, pero se la mandé y le encantó. La grabamos en Barcelona en un momento… y nos fuimos a comer. Al final, hay que escribir canciones que sientas. Eso es lo importante.
Es curioso, pero es una explicación muy similar a la que me dio Carolina durante cuando colaboró con Rosalía. Al final, más allá de la velocidad, los números o el marketing, lo importante es que las canciones sean buenas.
Eso me lo dijo Pucho: «No te preocupes si solo estás contando una cosa todo el rato. Lo importante es que en cada canción cuentes algo. Que te adueñes de las palabras y cuentes un mensaje lo más real posible». Por eso admiro mucho a Diego, de Carolina Durante. Para mí es uno de los mejores letristas de España. Es increíble cómo escribe. Tiene frases loquísimas, preciosas: «porque fuera hay cosas preciosas: hamburguesas, el fútbol, mi madre…» Eso es poesía heavy. La mejor poesía no es la académica. Son esas cosas bonitas que, sin que te lo esperes, te llevan a un lugar.
Ha sido un placer hablar contigo, Pablo. Para terminar: ¿qué significa para ti la música?
Hay una metáfora, no sé de dónde viene, que dice que, si las emociones fueran una cerradura intrincada, con formas raras, como de estrella, la música sería la llave. La música no es solo un lenguaje; llega a lugares donde las palabras no pueden. Es una llave con la forma perfecta para abrir una emoción que ni recordabas que tenías. Entra, gira, y de repente, ahí está, te la despierta. Y la poesía es lo mismo: son palabras que van más allá del lenguaje, que atraviesan ese límite y tocan algo mucho más profundo.
Fotos pablopablo: Víctor Terrazas

