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Los Planetas (Wizink Center) Madrid 07/12/17

Qué malos son los prejuicios. Cuando menos lo esperas tu intuición se hace añicos y saltan por los aires todas las dudas e incertidumbres que pudieras albergar, a veces –como es el caso- con una gran sonrisa dibujada en la cara. Asistir a un concierto de los Planetas es una de esas ocasiones en las que sabes en qué estado de ánimo has entrado pero ignoras en cuál vas a salir. Y esta vez, afortunadamente, saliste con ganas de volver a entrar. Y eso no es fácil hablando de quien hablamos. Era otra vez cuestión de todo o nada, de quedarse a medias o sentirte inundado por el placer. Triunfo total, sinceramente.

Cuando a J le da por vocalizar y acercarse (todo lo que alguien como él puede hacerlo) a su público más de lo habitual la cosa empieza a fluir. La ceremonia lisérgica de luces y el sonido apremiante en la intro de “Los poetas”, enlazada con la “Seguiriya de los 107 faunos”, retrataba sobre todo a un Eric Jiménez todopoderoso, erigido en líder rítmico de una banda compactada y con unas intenciones sinceras, apabullante en los matices melódicos, si es que eso existe en verdad en alguna de sus canciones, con un Florent metido en faena desde el inicio, Julián ‘Checopolaco’ afinando el bajo con la precisión de un carrillón y un Banin que ha descubierto al fin que delinear con los teclados en directo lo que se pierde con la guitarra en los discos es una buena cosa. La conjunción flamenco-psicodélica que espanta a gran parte de sus fieles se transforma en grava de asfalto y “Señora de las alturas”, “Si estaba loco por ti” y “Amanecer”, unos fandangos de tiempo inmemorial traídos al presente de la mejor manera posible, suenan como si el pop formara parte intrínseca de la historia de las cuevas del Albaicín; te olvidas de las conexiones y disfrutas del racimo de clásicos que enlazan en la parte central, y te pierdes de nuevo en “Corrientes circulares en el tiempo”, adoras con la misma intensidad a “Santos que yo te pinte”, te conformas con el “Segundo premio”, piensas que hoy también ha sido “Un buen día”, llamas a dos amigos desconocidos de los que solo recuerdas que se llaman “David y Claudia”, y rememoras las cosas que podían hacer “Jose y yo”, tal vez uno de los rescates más inesperados en el maremágnum de recuerdos indelebles que te abruman. Pero hay otros nuevos que aún no sabes que lo son. Ahí está “Islamabad”, por ejemplo, instando al control de los extremismos religiosos, un tema que jamás pensaste que se podía abordar en una canción con tanta eficacia. O “Hierro y níquel”, una deliciosa historia de desamor por la que te alegras de que existan las rupturas sentimentales. Todo está tan en su sitio, la banda está tan concentrada y la conciencia colectiva anda tan tocada que las palmas de “Prueba esto” y la lucidez de “Parte de lo que me debes” te dejan fuera de combate, volando cada hora en calidad de primo de la protagonista de “Ijtihad” y sucumbiendo a las “Alegrías del incendio” para apagar las escasas luces por primera vez y esperar que la cosa no acabe ahí. Que no acabó, obviamente.

Se sospechaba que La Bien Querida andaba por allí y se tenía la corazonada de que acompañaría a J con su voz mínima en la íntima “No sé cómo te atreves”, y se cumplieron las expectativas hasta el punto de que también dobló las voces en “Espíritu olímpico”, antes de que el grueso del grupo se estableciera en la “Zona autónoma permanente” y nos plantease preguntas acerca de las razones por las que aún no habían tocado tal o cual himno. Pero tampoco había acabado ahí todo, porque las “Nuevas sensaciones”, la mítica “Pesadilla en el parque de atracciones” y “De viaje” solo aguardaban el otro momento álgido, el de casi el final, para demostrar que sí, que cuando quieren y pueden son lo que fueron desde el principio: Los creadores de una marca, una etiqueta que ya no lo es, un sello inconfundible y absolutamente fiable de algo que nunca morirá, por mucho que ellos mismos se empeñen en intentarlo últimamente con demasiada frecuencia. Ahora ya quedaba claro para siempre.

El refugio de rencor y autoayuda de “La caja del diablo” fue el punto final a una experiencia inolvidable. La definitiva resurrección de los Planetas tuvo lugar en Madrid, una noche de diciembre, cuando los astros se alinearon para dejar su luz de nuevo brillando en lo más alto, y ojalá que no se vuelva a apagar nunca. Es difícil, muy difícil, que vuelva a surgir en nuestro país un fenómeno como el suyo, al que ni las irregularidades escénicas y divagaciones musicales que últimamente los definen han conseguido extinguir. La zona temporalmente autónoma tiene visos de convertirse en definitivamente permanente. A ella nos retiramos cada vez que lo necesitamos, y parece que será con mucha frecuencia.

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