Metronomy – The English Rivera (Because Music)
La carta de presentación de este tercer largo de los ingleses Metronomy, es cara, es elegante y se podría considerar como una carta de invitación en toda regla a una boda real. No en vano debemos empezar hablando de su reciente nominación a mejor disco en los prestigiosos Mercury Prize. Además debemos añadir que contiene, la que sin duda es ya una de las canciones del año, “The look”. Esta breve pieza está llamada a ser la próxima gran alegría y alboroto de esos blogueros que ensalzan con efímera compulsión los fortuitos descubrimientos de himnos conseguidos vía Internet. Una pena que el descubrimiento de esta canción, vaya a provocar una celebración tan efímera y con fecha de caducidad, ya que se trata de una creación que justificaría unos faustos eternos. Todo en la canción está en su justa medida, en su concreto lugar, síncopas, blancas y negras al servicio de un adictivo riff de organillo que le da a la canción un aspecto pueril, litúrgico, casi eterno. Contagioso pop grande, plano, limpio, liso y contundente. La voz del líder Joseph Mount, no hace sino añadir más diversión a la ya de por sí disfrutable tonadilla.
Pero efectivamente no es sólo la iluminaria de “The look” la que le ha valido al álbum la nominación al Mercury Prize, y es la edificación del disco sobre unas estructuras de acero, forjadas a golpe de bajista y batería, las que defienden la nominación y sostienen con probada solvencia las once canciones que lo componen. Mucho tienen que ver en la construcción de ese esqueleto de percusión y cuerda, las recientes incorporaciones a la banda de Gbenga Adelekan y Anna Prior, tras la salida de Gabriel Stebbing. No busquéis en la discografía anterior de Metronomy algo remotamente parecido a este The English Riviera.
Esa estructura de acero que levanta el disco es arropada por sencillos, a veces hasta llegar a minimalistas, adornos musicales, producidos con mucho tino y expuestos también con comedida mesura, permitiendo alternar potentes estilos que se sirven a bocajarro y con silenciador a lo largo de sus algo más de 45 minutos de metraje. Así es fácil distinguir el french style de Phoenix, pero en su vertiente más adulta y pausada, en canciones como “Everything goes my way”; la oscuridad del Bowie circa Scary Monsters en el primer single, “She wants”, que también encontramos en la muy Wild Beasts “Trouble”. Todas ellas impregnadas de un tufillo setentero que se hace descarado en canciones tan logradas como “The bay”, que pudiera haber sido firmada fácilmente por los Blondie del “Heart of glass”.
Pero tras este apabullamiento de referencias, todavía queda espacio para ensalzar los ágiles movimientos de teclado psicotrópicos marca de la casa, en canciones como “Love underlined”, “Loving arm” o “Corinne”, en la que se esconden unos tímidos acordes de rock progresivo.
Todo un disco de fácil escucha y disfrute, de factura elogiable, disco de gran etiqueta. Pero que al igual que pasa en las grandes fiestas de la alta sociedad, también falla en que no termina nunca de soltarse la melena.