Montevideo – El año del Dragón (El Genio Equivocado)
Según los ciclos del calendario chino, los 365 días que corresponden cíclicamente al año del dragón son propensos a sufrir catástrofes naturales y vivir sucesos trascendentes para el curso de la historia. En lo que respecta a la creatividad musical, no dice nada sobre la alineación de los astros ni lo propicio o adverso que puede resultar para su progreso. Está claro que la publicación de un disco como este no obedece a ninguna de las premisas anteriores, pero al menos tampoco es presagio de peores tiempos.
Es el cuarto intento, esta vez grabado en un estudio doméstico (La Mina, los dominios de Raúl Pérez en Sevilla) y con la concentración y el tiempo que requieren un trabajo a conciencia, por asentar su pop tecnificado y basado en el poder de unas melodías cristalinas, irresistibles a veces y acertadas casi siempre. Los diez años que llevan en el camino fructifican en un ejercicio de melancolía en las letras («Buenas noches» puede arrullar la reconciliación dulce que suele suceder a una tempestad amorosa) y preciosismo en el estilo, como se palpa en la preciosa línea de piano de la inicial «1 y 1» o en el medido medio tiempo de una «Nana» que también extiende un brazo a vientos rockeros procedentes del otro lado del charco. Hablando de vientos, por fin se atreven a sustituir los teclados por instrumentos reales de ese corte en «Del tirón», donde además no niegan que la música más meridional también tiene una entrada en su particular enciclopedia sonora.
De eso, de ritmos trotones, puntos y comas sintéticos y líneas de guitarra que perfilan más que dibujan pueden dar alguna que otra lección: «Es la última vez» puede ser una de sus mejores canciones de su discografía, si no la mejor, en el mismo tono agridulce que el «Mal trago» que cierra el disco y que podría incluirse de una hipotética banda sonora otoñal para días aciagos que la música intenta abrillantar. La militancia puramente indie parece no tener sentido -aunque «Días de radio» reúne muchas de sus características- en una banda que persigue estribillos cristalinos como el de la impecable «Principio y fin #38» y enjundia pop como la de «Manías recurrentes». Y tampoco puede decirse que se quedan ahí, porque el galope disco-funk de «Con lo que te queda» los sitúa en la década de los ochenta sin desentonar ni en época ni en pretensiones. Hay muchas esquinas, muchos rincones sin barrer en su salón, y ahí se acumulan diversos polvos (los que se echan o los que se quitan, que decida cada cual) con olor a The Shins o a Los Planetas por citar solo algunos, que hablan por sí solos del recorrido que les ha llevado a vivir orgullosamente en una época tan complicada.
Hasta que la conexión hispano-uruguaya que aposenta su base en Montevideo no deje de fluir sin grandes turbulencias, ninguno deberíamos dejar pasar la oportunidad de seguirla una y otra vez, porque la advertencia es clara: «Las cosas no me pasan nunca por casualidad, esta noche yo te espero y es la última oportunidad».